El Amor de los Amores

viernes, 26 de junio de 2009
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Un escriba, que lo oyó discutir, al ver que le había respondido bien, se le acercó y le preguntó:  “¿Cuál es el primero de los mandamientos?”.  Jesús respondió:  “El primero es:  Escucha Israel, el Señor tu Dios es el único Dios y tú amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu, con todas tus fuerzas.  El segundo es:  Amarás a tu prójimo como a ti mismo.  No hay otro mandamiento más grande que éstos”.  

El escriba le dijo:  “Muy bien Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios, que no hay otro más que Él.  Y que amarlo de todo corazón, con toda la inteligencia, y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios”.  Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo:  “Tú no estás lejos del reino de Dios”.  Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Marcos 12; 28 – 34

De un olimpo de dioses al Dios único por el amor:

Dios es el interés más incondicionado, lo que es absoluto. Lo que se pone por encima de todo, familia, dinero, poder. Dice Carl Jung, en su libro “Psicología y religión”, “rara vez se encuentran personas que no estén amplia y preponderantemente dominadas por sus inclinaciones, hábitos, impulsos, prejuicios, presentimientos, y toda clase de complejos. La suma de estos hechos naturales funciona exactamente a la manera de un olimpo, poblado de dioses, que reclama ser propiciado, servido, temido y venerado. No sólo por el propietario particular de esa compañía de dioses, sino también por quienes lo rodean. Falta de libertad y posesión son sinónimos, dice Jung.”

Un olimpo de dioses, quiere decir, haciendo referencia a la mitología griega, el lugar de la revelación y la reverencia a los distintos dioses que la mitología proponía. Quiere decir el texto de Jung, que todos nosotros movidos por diversas inclinaciones, prejuicios, impulsos, hábitos, resentimientos, y complejos, estamos como en relación a ellos mismos, poniendo por delante de nosotros y como valor absoluto un montón de realidades que nada tienen que ver con el Dios verdadero. Y por eso tenemos un montón de ídolos, de olimpo de dioses delante de nosotros. A los cuales les damos un montón de nuestra energía, fortaleza, entrega y servicio.

Olvidándonos del Dios único, al que Jesús hoy hace mención cuando habla del gran mandamiento: del amor a Él por encima de todas las cosas, y a los hermanos como a nosotros mismos. En la relación a ese mismo Dios, al que veneramos como parte de esa reverencia.

Al Dios verdadero adorado por Israel se le contrapone, justamente, los ídolos de otros pueblos. La idolatría es una tentación de toda la humanidad. En todo lugar y en todo tiempo. El ídolo es algo inanimado, nacido de las manos del hombre, que proyecta sobre su criatura, cualquiera sea una necesidad: Dios.

Este es el ídolo. El ídolo es una proyección interior sobre una realidad creada, que la identificamos como dios. Tenemos necesidad de Dios, y entendemos que Dios, al que le damos un valor absoluto, cualquiera sea la realidad, se transforma de repente, en un actor de cine, en una actriz, en un trabajo, en una tarea determinada, en un servicio. Y nos olvidamos del Dios Verdadero.

El salmo 113 habla acerca de los ídolos que nos creamos, y dice “Ellos tienen ojos y no ven. Tienen orejas y no oyen. Tienen nariz, y no huelen. Tienen manos y no tocan. Tienen pies y no andan. No tiene voz su garganta. Que sean igual los que los hacen, cuanto confían en ellos.” El salmista describe irónicamente en sus siete miembros totalmente inútiles, boca muda, ojos ciegos, oídos sordos, narices insensibles a los olores, manos inertes, pies paralizados, garganta que no tiene ni emite sonido, describe la realidad del ídolo. Así son los ídolos, con aparente vida pero llenos de muerte.

Después de esta despiadada crítica a los ídolos, el salmista expresa un augurio sarcástico “que sean igual los que los hacen. Cuanto han construido y cuanto confían en ellos.” Es un augurio expresado, sin dudas, de manera eficaz, para producir un efecto de radical disuasión ante la idolatría.

Quien adora los ídolos de la riqueza, del poder, del éxito, pierde la dignidad de persona. Se hace uno con aquello que adora. Decía el profeta Isaías “escultores de ídolos. Todos ellos son vacuidad. De nada sirven sus obras más estimadas. Y sus testigos nada ven, y nada saben y por eso quedarán abochornados.”

Conociendo la naturaleza humana, y su necesidad de Dios, y su inclinación a confundir el camino, Jesús invita desde la pregunta del fariseo a la conversión al Dios verdadero. En el judaísmo el encuentro y conversión al Dios vivo que experimentó Moisés en el Sinaí, se da por el camino de la ley. La tradición judía tiene 613 leyes positivas, 365 prohibiciones y 248 prescripciones. En total la ley, en la tradición judía, se ha constituido en el tiempo de Jesús en un cuerpo orgánico legal de 1226 leyes. Un código inmenso…

Jesús ha venido a poner en el centro el contenido de la ley, referenciando a un único mandamiento con dos dimensiones. “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor y no amarás al Señor tu Dios, sino sólo a él. Tu Dios, el que te pide el corazón, para que le ames con toda tu alma, con todo tu espíritu, con todas tus fuerzas.” Esto hace que nosotros no nos veamos confundidos.

Cuando Jesús sale al encuentro del Dios verdadero, por el camino del amor, rompe con la idolatría. Y del olimpo de dioses, al que somos sujetos, por las distintas cosas, que hacen a nuestras inclinaciones, hábitos, impulsos, prejuicios, resentimientos y toda clase de complejos, nos convertimos al Dios verdadero por este camino. No de una ley estricta, vivida como un yugo pesado sobre nuestras espaldas. Sino con el vínculo a un Dios de amor. Que invita desde el amor a transformar la vida.

La necesidad más profunda del ser humano se resuelve en el camino del amor, que ordena y te libera. Y Jesús conoce lo que ha creado, y por eso invita a este camino de la entrega, a este camino del amor. Por el camino del amor vamos desde un olimpo de dioses al encuentro con el Dios verdadero. Dios es amor.

Te animás a que nos vayamos como despojando de la idolatría? A la que le damos la vida. Idolatramos el dinero, el trabajo, nuestro servicio. Idolatramos también nuestros espacios de piedad, cuando los hacemos alejados de Dios. Idolatramos también a una determinada piedad, cuando proyectamos sobre una imagen, que está hecha para ser venerada y recordarnos la presencia de un santo amigo compañero del camino, o de la misma Virgen María, que nos sostiene con su peregrinar incansable a nuestro lado, la transformamos como en un ídolo, la constituimos como en un muleto y la vaciamos del contenido.

A esa referencia, que está para hacernos acordar que Dios está junto a nosotros, y que en esta persona, María o el santo, nos ha regalado su cercanía peregrina que nos acompaña en nuestro andar. También idolatramos a veces desde la devoción.

Te invito a que quitemos de en medio los ídolos. Y nos renovemos en un Credo, por el Dios verdadero en el amor.

Una consigna con dos sentidos: el reconocimiento del ídolo al que adherimos, y también el Credo nuestro por el Dios del amor.

Yo, renuncio al ídolo del trabajo. Para ponerme en manos del Dios que todo lo puede, y todo lo hace. Esa es mi propuesta para esta consigna. Renuncio al dios del trabajo, donde se juega la proyección de mi omnipotencia, y donde muchas veces soy más que un camino, un obstáculo para que Dios pueda seguir haciendo su obra, en medio de su pueblo. Y creo en el Dios, que todo lo puede, mucho más allá de mi esfuerzo, y de mi entrega. Y vos ¿a qué ídolo renunciás? ¿y en que Dios confiás?

Por el camino del amor que hace libre:

Hay una hermosa posibilidad de encontrarnos con Jesús hoy en, detrás de este diálogo que abre con el maestro de la ley, que le pregunta capciosamente, cuál era el mandamiento más grande. Claro, hay que entender la pregunta capciosa, tramposa del corazón de quien lo hace, es un maestro de la ley.

Se trata de la pregunta de un maestro de la ley, ni nada más, ni nada menos. La respuesta del Señor va como desmontando la espiritualidad de este maestro de la ley, como también su respuesta va desmontando nuestros ídolos en el corazón.

Toda la actitud del discípulo de Jesús, respecto a Dios queda resumida en un punto doble: amar a Dios por encima de todas las cosas, y amar al prójimo como uno se ama a sí mismo. El comportamiento religioso queda definido en la relación con Dios y con el prójimo. Y el comportamiento humano, en relación con los otros y con Dios, se resuelve bajo el signo del amor. Por eso Agustín dirá: “ama y haz lo que quieras”.

Liberarse de los ídolos, y optar por el Dios que nos ama profundamente nos hace personas libres. De hecho, Jesús lo va a decir “la Verdad los va a hacer libres”. Y la verdad más grande es que Dios es amor, y somos nosotros hacernos uno con Él, por el camino del amor. El amor libera.

El que ama a sus padres jamás hablará mal de ellos, ni los hará enfadar. El que ama a los amigos, no les va a mentir ni les tendrá envidia. El que ama a los hijos no será perezoso para ir al trabajo, ni se va a emborrachar, ni malgastar el dinero. El que ama a su novia, nunca se aprovechará de ella y será fiel.

El amor ordena. Y cuando decimos que te permite hacer lo que querés, porque te hace libre, entendemos la libertad ordenada. Ordenada hacia el bien, al cual el corazón se siente inclinado. Por la fuerza misma del amor. No se trata de una fuerza caprichosa este “haz lo que quieras”. Sino, “fíjate bien qué merece ser amado”, va a decir san Agustín.

Por allí he escuchado en algunos personajes televisivos, de renombre citar a san Agustín, para justificar sus desvaríos amoroso, no? Y con mucha sorna, uno se da cuenta, que no se trata de ese tipo de interpretación la que hay que hacer del texto de Agustín. “Ama y haz lo que quiera”, entonces tienen más de un marido, y más de una mujer. Casi como dejar libre el corazón a su caprichoso entender pasional.

El haz lo quieras, va después acompañado por fíjate bien qué merece ser amado, va a decir san Agustín. O sea, tu amor tiene que ser un amor ordenado. Cuando nosotros nos liberamos de los ídolos que nos gobiernan el corazón y nos hacemos al Dios vivo, que da respuesta al fondo de la inquietud humana, de amar para ser plenamente libres, ordenamos el amor a eso que verdaderamente merece ser amado. El amor auténtico, verdadero, concreto, el que se orienta hacia la persona amada, en Dios y en los hermanos, es un amor que ordena la vida.

No hay forma mejor de ordenar la vida que en dejar que el corazón humano se oriente sobre la persona amada sin límites, en Dios, y en el hermano al que se ama. En ese orden.

Amar a los demás en Dios, y amarlos hasta el extremo de darlo todo por ellos es dejar que la vida se vaya ordenando, en función, de la fuerza de ese amor que transforma, y hace nueva todas las cosas. Desde este lugar, por el camino del amor nos liberamos de los ídolos que gobiernan el corazón, y recorremos un camino de libertad.

Cristo es el modelo del amor:

En este amar a Dios por encima de todo, y a los hermanos como a uno mismo hasta entregar la vida por ellos, Jesús se constituye para nosotros como en el modelo a seguir. En este sentido, el camino discipular, en relación a Jesús como modelo de amor, se hace un exigente camino donde somos invitados a dar cada vez más de nosotros mismos, lo mejor que tenemos para hacernos uno con Él.

El que ama será libre para hablar siempre positivamente de todos, al estilo de Jesús. Podrá descubrir, detrás de un cobrador de impuestos un discípulo, de una pecadora a una piadosa mujer. Porque le ve el costado bueno, que tiene la realidad que aparece como mala, y que oculta la verdad más profunda que esconde el corazón humano.

Jesús es aquel que viene a ver el lado bueno de las cosas que no están bien. Y en este sentido nosotros somos invitados a modificar nuestra mirada, sobre lo que nos parece oscuro, para encontrar entre las sombras la luz que se nos esconde. Y a partir de allí, por una experiencia de amor, hacernos capaces de la esperanza de sostenernos en la noche confiando en la luz que titila, y nos indica y muestra el camino.

El que sabe amar jamás matará la fama de otros. Ni le va a robar sus derechos. Será una persona pacífica. Así es Jesús. Jesús trae la paz, bajo el signo de la paz construye el reino de los cielos, por la entrega de amor. Supo ser pacientes con todos, perdonando, incluso a los que lo iban a matar. Se desvivió por enseñar a la gente, curó las enfermedades de los que se acercaban a Él y ofreció su vida para salvar la de todos los hombres.

Amó al Padre y a los hermanos, hasta entregarle a ellos la vida por amor, en la Cruz. Este gesto fue el resumen de toda su vida.

Cuando se obra así en el amor, somos plenamente libres. Cuando nada nos ata, cuando todo se hace ofrenda y entrega. Hay momentos en el que la vida el amor irrumpe con este código de libertad interior, que nos hace despreocuparnos de todo y tener como una confianza muy grande puesta en Aquel amor que nos habita por dentro.

Que viene siempre por el lado de un encuentro humano, que nos libera, que nos fortalece, que nos hace soñar, que nos despierta. Hay un amor que ha visitado tu vida. Cuando en el amor te sentiste plenamente libre, has encontrado lo que buscaba tu corazón, al Dios vivo que venía mediado por la presencia de ese amor que te llamaba a la plenitud.

El error puede haber sido haberte quedado prendido a esa condición humana, que se te ofreciera el amor, sin haber terminado de descubrir que era un vehículo que te llevaba al encuentro con el AMOR. Al Dios mismo, que se define a sí mismo como AMOR, con mayúsculas.

Te invito que te reconozcas los amores que te hicieron libre en tu vida. Que te despertaron los sueños, que te invitaron a recorrer largos caminos, sin preocuparte del cansancio. Que te sostuvieron en los momentos de más profundo dolor. Que te fueron un bálsamo interior, cuando estabas profundamente dolido, dolida, enfermo, enferma.

Amores que liberaron e hicieron nueva tu vida. Esta es como una segunda consigna en nuestro encuentro. En esos amores estaba escondido el Amor de los Amores, el Amor de Dios.