28/07/2016 – Jesús dijo a la multitud: “El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?”. “Sí”, le respondieron.
Entonces agregó: “Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo”. Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.
Mt 13, 47-53
Quien ha compartido con los pescadores sabe lo que significa el arte de la pesca: lo que implica salir toda una jornada y no sacar nada y volver con las manos vacías a la casa familiar, o al contrario, la alegría cuando se consigue en abundancia. Quien ha compartido con pescadores sabe de su sabiduría, de sus estrategias para encontrar peces y sacarlos, del silencio, de la comunión de familia, de distinguir peces.
El pescador cuando tira la red lo hace desde arriba del agua, no mira a quiénes, sino que tira a todos. Así es Dios, se ha unido al Hijo y al Espíritu Santo para atraparnos en su red. Nos quiere grandes, regordetes para ser alimento para otros hermanos. Los peces chicos se devuelven para dar tiempo a que crezcan.
Hay muchos peces que son atrapados por el amor de Dios que no necesitan hablar, Dios los conoce porque mira el corazón. Que podamos alimentarnos de Él y esperar a que nos seleccione para una vida grande. Somos convocados por Dios para ser peces que reflejen el encuentro con el Señor y sean alimento para los demás.
Todos somos pescadores, y a la vez peces necesitados de la misericordia del Padre. Existe un tiempo para sumergirnos en el agua (bautismo) y empezar a mejorar nuestra vida, hasta que llegue nuevamente la oportunidad que Dios nos da para caer en su red y ser alimento de vida para los demás. Somos invitados a ser discípulos del Señor, a poder discernir y sacar lo bueno que tenemos para los demás. Como el padre de familia que recoge sabiduría de su historia y trata de transmitir a sus hijos lo mejor.
El escriba es quien ha estudiado la ley, sabe de las cosas de Dios, y Jesús lo invita a transmitirlo. El texto de la parábola de hoy forma parte de las parábolas que usa Jesús, simples y fáciles, para transmitir con ello enseñanzas. Jesús nos llama a todos, hombres y mujeres, sin importar época, a buscar un cambio en nuestras vidas y en la sociedad. Nos invita a convivir en una comunidad más fraterna, justa y solidaria. Muchas veces en el evangelio se nos irá invitando al amor como vínculo social. “Reconocerán que son mis discípulos en el amor que se tengan unos a otros” dice uno de los evangelistas.
Quienes somos seguidores de Jesús necesitamos leer las parábolas aterrizadas en nuestra vida concreta. Como dice el Principito “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos…”. Dios mira lo que está invisible a los demás, y mirá lo más hondo del corazón, nuestra verdad más profunda.
¿Quiénes son los que echan las redes? Los que dan un paso más y colaboran activamente buscando captar otros peces. ¿Qué peces? Todos los hombres y mujeres que no conocen a Jesús. Pescadores son quienes dan un paso más, los que creen en Él y toman su enseñanza de amor fraterno para llevarla al centro de cada corazón, no como norma religiosa sino como actitud de vida testimonial que irradie, trascienda y motive a seguir a Jesús.
Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza. El pez que no ha sido pescado por Dios no vive con esperanza.
P. Mario Sánchez
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