Dejar lo aparente para ir en búsqueda de lo verdadero

martes, 23 de agosto de 2016
image_pdfimage_print

Niño ojos tapados

26/08/2014 – En la Catequesis de hoy, el Padre Javier Soteras reflexionó en torno a la ceguera que Jesús critica de los escribas y fariseos, que cargan sobre los demás pesadas cargas y que están lejos de transmitir el rostro real de Dios. Pedimos al Señor que nos libere de las caretas hipócritas y nos permita descubrir en lo cotidiano y sencillo la grandeza de lo real.

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera.

 

Mt 23,23-26

No soporta Jesús el mundo de las apariencias ni de las máscaras, y eso es la hipocresía una máscara que se ponen los escribas y fariseos para no ser descubiertos en su falacia y en su mentira, en su corrupción. Así los escribas y fariseos se constituyen en farsantes de las cosas de Dios y buscan hacerse fuertes desde el lugar donde están parados. Jesús les advierte que ese modo de ser no ayuda para nada a transparentar el verdadero rostro de Dios. De ahí viene la crítica y la confrontación. No se presenta de la mejor forma el rostro de Dios sino en lo simple, lo sencillo y lo auténtico.

Se podría decir que en el mundo de escribas, fariseos y legalistas, en la imagen ocultan lo que son, hay autorreferencialidad como dice Francisco, de modo que ni Dios mismo entra en esos esquemas tan cerrados. A modo tal que se decía burlonamente de ellos en la época, que la ley venía a ordenar a Dios de modo que todo estaba normado incluso el mismo Dios. La ley se constituye en un resfuardo para crear un sistema en sí mismo blindado de poder.

El Señor Jesús va por otro lado, por el camino de la salida y del encuentro. Por eso la ira de Jesús al encontrarse con que el Templo es un lugar de falacias y de comercios, por eso entra con un látigo diciendo “la casa es casa de mi Padre y ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”. Así también el rostro de la autoridad del tiempo que desfigura el rostro auténtico de Dios. A veces nos pasa también a nosotros como Iglesia, tan encerrados en nuestros propios esquemas, lejos de la gente, críticos en nuestros modos y con un lenguaje apartado de lo que el pueblo reclama como mensaje auténtico de Dios. También podemos sentirnos identificados con esta crítica de Jesús, en donde el rostro aparente oculta el modo real.

Por eso la decisión de Jesús de ir a este territorio de confrontación para poner las cosas en su lugar. En nuestor mundo contemporáneo encontramos un montón de figuras de héroes que buscan contituir lo humano como absoluto, y si bien es cierto que Dios nos revela su misterio inmenso de la humanidad donde muestra su grandeza, no es acabado. Los superhéroes que nacen de la voluntad de poder capaz de todo es de alguna manera lo que encontramos como presencia, por así decirlo, de fariseos y de escribas que en el tiempo de Jesús criticaban al Maestro.

En las cosas simples y sencillas saliendo de nosotros mismos para que Dios se manifieste en lo simple y en lo cotidiano. Jesús a éstos que se la creen los devuelve a tierra, revelándoles la hipocresía que oculta su verdad. Saquémonos los disfraces de gente importante, revistemonos de gente simple, así como somos, y seguramente descubriremos lo que Dios soñó con nosotros.

De una u otra manera, Dios supera las apariencias, y mira más allá poniendo el foco en lo que en verdad es.

 

Los tres deseos *

Este es un cuento viejo. Lo he escuchado mucha veces y de distintas manera. Pertenece a aquello que han rodao mucho y que vienen muy golpeados. Diría que no sólo lo he sentido contar en forma de cuento, sino que a veces en mi vida de cura lo he tenido que escuchar como historia. Claro que son muchas variantes, según los casos.

Erase una noche de invierno. Y en ella una pareja que habitaba un rancho frío, por el que se colaba el viento pampero haciendo parpadear el candil de sebo que lo alumbraba. Don Ciriaco y la Nemesia, su mujer, aparentemente ya no tenían nada que decirse. Hacía añares que vivían juntos, y los hijos emplumados habían dejado el rancho buscando otros horizontes donde anidar. La ancianidad se les iba acercando despacio como para que tuvieran todo el tiempo de sentirle los pasos cansados.

Se encontraban uno frente al otro, simplemente porque el braserito improvisado con una lata, estaba entre ellos. Sus miradas clavadas en los carbones incandescentes que de vez en cuando chisporroteaban, buscaban mirar realidades muy lejanas. El diálogo ya parecía inútil. Se había desdoblado en dos monólogos interiores en el que cada uno soliloquiaba con sus propios recuerdos.

-¡Velay con mi triste suerte! &endash; se decía Ciricaco -. Haber renunciado a tantas cosas por atarme a la Nemesia. Yo era tropero libre. Sólo los caminos eran mi querencia. Anidaba al sereno, y entre el montado y el carguero repartía mi cuerpo y mis cosas en mi libre andar de pago en pago. Pero un día me embretaron los ojos de la Nemesia, y me dejé pialar de parado nomás. Me aquerenció en este trozo de tierra, y aquí levanté este ranchito lleno de sueños, que ahora de apoco va despajando el pampero, yo que podría haber llegado a tener tropilla de un pelo con madrina y cencerro. Yo, que habría podido conocer mundo, aquí estoy, estaqueado entre dos horcones por haber creído que la Nemesia me iba a hacer feliz. Quizá la pobre no pudo dar más. Pero lo mismo. Aquí estoy y es esta mi triste suerte.

También la Nemesia tenía sus recuerdos para rumiar. Ella había sido la flor del pago. Cuántas veces los troperos al pasar habían detenido adrede sus fletes delante del rancho, con cualquier excusa, por el simple deseo de recibir de sus manos el mate cordial y prometedor. Si recordaba patente aquella tarde en que él, mozo guapo, con montado y carguero de tiro, había pedido humildemente permiso para desensillar en cualquier parte, mientras con la mirada decía bien a las claras, cual era el patio donde quería hacer pie. Tantas cosas había ella soñado aquella noche. Sus ilusiones le habían prometido un futuro feliz, con horizontes infinitamente más amplios que los de aquel rancho que terminaba con la mirada entre los cardos y el pajonal. Lo vio libre, y se imaginó que sería el creador de la libertad. Lo vio fuerte, y lo soñó el distribuidor de la firmeza y la seguridad. No estaba segura de haberse equivocado. Pero sentía pena que no le había podido llenar sus sueños.

Y así estaban los dos, en sus soliloquios, deseando imposibles y desperdiciando oportunidades. Pidiendo a Dios en el secreto de sus corazones todo aquello que creían podría llenar sus anhelos y curar sus frustraciones.

Y Dios los estaba escuchando. Como escucha todo lo que pasa por dentro del corazón de cada uno de nosotros, aunque no nos animemos a sacarlo hecho súplica y palabra. Y Tata Dios en su bondad quiso hacerles dar un paso hacia delante. Eligió a uno de sus mejores chasquis. Mandó al ángel Gabriel que fuera de un volido a llevarles su propuesta.

¡Impresionante el refucilo! A pesar de lo serenito de aquella noche de pampero frío en que las estrellas brillaban como nunca, el rancho fue sacudido por el trueno, y un relámpago lo llenó de luz. La Nemesia se santiguó, como en un conjuro, mientras que Ciriaco levantó instintivamente el brazo izquierdo a la altura de la cara, como si en él tuviera enrollado el poncho.

-¡Nómbrese a Dios! ¡La paz con ustedes! ¡No tengan miedo! &endash; dijo Gabriel con tono tranquilo, como para infundirles confianza.

No podían creer lo que sus ojos veían a pesar del encandilamiento. En su mismo rancho, una ángel del cielo había aparecido, y les hablaba. Si parecía un sueño. Pero no. Ahí estaba, todo resplandeciente, hecho un temblor de luz, trayéndoles un mensaje del mismo Tata Dios para ellos dos.

-¡Nómbrese a Dios! ¡La paz esté con ustedes! &endash; volvió a repetir el arcángel San Gabriel -. Vengo de parte de Tata Dios para anunciarles que El ha escuchado lo que ustedes piensan ,desean y andan diciéndose en su corazón. Y ahora les manda el siguiente recado: tres deseos se les van a cumplir. Los primeros que ustedes pidan. Usted, doña Nemesia, tiene derecho a pedir individualmente un deseo. El primero que pida en voz alta se le va a cumplir en el acto. Lo mismo para usted, don Ciriaco. Lo primero que se le ocurra en voz alta será cumplido en el acto. Piénselo bien cada uno. Porque más luego, tendrán todavía la oportunidad de un tercer deseo. Pero para que éste se realice tendrán que ponerse de acuerdo los dos y pedirlo en forma conjunta. Ya saben: piénsenlo bien, y que Dios esté con ustedes.

Dichas estas palabras el ángel desapareció como había venido, en medio de un refucilo de luces y temblor de plumas.

Imagínense cómo habrán quedado los dos esposos con semejante sorpresa. No podía hacerse a la idea. Pero al final tomaron conciencia de que la cosa era cierta. La primera en reaccionar fue la Nemesia. Como fuera de sí por la emoción, se levantó de un salto y tomando el banquito donde estaba sentada lo dio vueltas dando la espalda a su esposo, mientras le decía:

– ¡Por favor Ciriaco, no me digas nada, no me hables! Dejame pensar a solar lo que tendré que pedir. &endash; Y luego exclamó para sí: ¡Ay, mi diosito lindo! Quien lo hubiera imaginado! Podré al fin cumplir mis sueños. Esos que el Ciriaco nunca pudo darme -.

Y extasiada consigo misma comenzó a pasar a toda velocidad la película de sus sueños, sus deseo y sus ambiciones personales. Pensó en pedir de nuevo la juventud, la belleza, las oportunidades. Luego se imaginó que todo eso era poco. Pediría plata, salud, larga vida. Tampoco así quedaba satisfecha del todo. Debería pedir además amistades, un palacio, vestidos, cantidad de sirvientes, y la oportunidad de hacer fiestas todas las semanas.

Mientras la Nemesia continuaba su soliloquio fantasioso, el Ciriaco hacía más o menos lo mismo. Dando vueltas la cabeza de vaca que le servía de asiento, comenzó a golpearse despacito las botas con la lonja de su rebenque, mientras soltaba la tropilla de ambiciones por los campos de su imaginación. Ya se veía al trotecito del redomón haciendo punta a su tropilla de un pelo, con madrina zaina y cencerro cantor. La estancia que pensaba pedir no tendría límites, y la hacienda que la poblaría no necesitaría ser contada. Hasta donde diera la vista, campo y cielo, todo sería de don Ciriaco.

En estos y otros pensamientos estaban ambos, mientras la noche seguía su curso y el pampero enfriaba cada vez más el interior del rancho. Entumecida por la inmovilidad y la temperatura exterior, la Nemesia volvió a la realidad buscando con los ojos el brasero. Se dio vuelta y volvió a estirar sus manos sobre él para calentarse un poco. Y cayó en la trampa. Al ver aquellas brasas rojas y sobre ellas la parrillita, no va y se le cruza el maldito con una tentación haciéndole imaginar un chorizo chirriando sobre los carbones encendidos. Imaginarlo y desearlo es casi lo mismo. Lo peor fue que lo expresó en voz alta:

-¡Qué hermosas brasas! ¡Cómo me gustaría tener aquí sobre la parrillita un chorizo de dos cuartas de largo asándose!

¡Para qué lo habrá dicho! Aunque ni se le había pasado por la mente que este sería su pedido, de hecho lo fue. Decirlo y suceder fue lo mismo. Porque en ese preciso instante un hermoso chorizo aparecido milagrosamente goteando grasa en el centro del brasero, sobre la parrillita.

Nemesia pegó un grito. Pero ya era tarde. Su pedido estaba realizado. Se quedó atónita mirando el fuego y sintiendo el crepitar de las gotitas de grasa al caer sobre las brasas, mientras un humo apetitosos comenzaba a llenar el rancho. Ciriaco, que casi ni había escuchado a su mujer, volvía la realidad con su grito. Fue ver, y darse cuenta de lo sucedido. Y como era hombre de genio arrebatado y de palabra rápida, también él cayó en la trampa que parecía pensada por el mismo Mandinga. Se levantó de un salto y dirigiéndose a su mujer la apostrofó:

-¡Pero mujer! Tenías que ser siempre la misma. Mirá lo que has hecho. Venir a gastar la gran oportunidad de tu vida pidiendo solamente un miserable chorizo. Si sería como para sacarte zumbando ahora mismo del rancho. Tenías que ser vos, siempre la misma arrebatada, incapaz de pensar con la cabeza antes de meter la pata. ¡Cómo me gustaría que este chorizo se te pegar en la nariz y no te lo pudieras sacar!

¡Para qué lo habrá dicho! Porque el hombre no imaginó que al decir aquello estaba expresando en voz alta su primer deseo. De esto solo se percató cuando ante sus ojos asombrados vio cómo el chorizo pegaba un brinco desde el brasero para ir a colgarse de la punta de la nariz de Nemesia. Imagínense el grito de dolor y de rabia de la mujer al sentir que su nariz ardía por la quemadura, lo mismo que sus dedos al querer sacárselo.

La escena que siguió no es para describir, sino para imaginar. Porque ahora le tocó el turno a la Nemesia, que arremetió con todo lo peor de su abundante vocabulario para hacerle sentir al Ciriaco la enormidad de lo que acababa de realizar. Porque no sólo había malgastado también él su oportunidad, sino que lo había hecho provocándole semejante estropicio a ella.

Todo fue inútil para calmarla. El Ciriaco se arrodilló, suplicó, lloró, prometió, quiso hacer que la Nemesia se calmara para reflexionar. Pero nada. Y no ea para menos. Gritaba pidiendo que se llamara inmediatamente al ángel para que en forma conjunta le pidieran que se pudiera sacar de su nariz ese maldito chorizo que la estaba martirizando.

Ciriaco sintió que el mundo se le venía abajo. Acababan de desperdiciar ambos su oportunidad personal, y ahora veía con angustia que tendrían que malgastar también la tercera posibilidad de ser felices, simplemente tratando de arreglar el desastre que habían provocado. Pero no le quedaba otra alternativa que ceder. Y con pena cedió.

El ángel fue llamado. Apareció en el pobre rancho llenándolo nuevamente de luz. Escuchó con bondad la súplica compungida del hombre en favor de su mujer, y simplemente dijo:

-¡Hágase como ustedes han deseado!

En aquel mismo instante todo volvió a estar como al principio. Solamente que a la pobre Nemesia le quedó ardiendo la nariz, y por todo el rancho los cuzcos y perros grandes andaban husmeando en busca del chorizo desaparecido.

A veces se me ocurre pensar que el cuento podría haber terminado diferente, si lo hubiera podido inventar yo. Me lo imaginaría al Ciriaco tomándolo de las manas a la Nemesia, y mirándola profundamente a los ojos, le diría: Al fin tengo la oportunidad de cumplir tus sueños. Quisiera saber cuáles son tus esperanzas y anhelos, porque deseo gastar esta gran oportunidad de mi vida, en tu favor.

Emocionada la Nemesia le respondería más o menos de la misma manera. Gastaría su oportunidad pidiendo que se cumplieran los sueños de Ciricaco. Y todavía les quedaría la tercera posibilidad conjunto. Sugiero que la piensen ustedes mismos. Porque este cuento tiene que completarlos cada uno según el momento del cuento en que esté.

Buscamos y rebuscamo y ahí nos encontramos con lo que nos hace felices, lo simple, lo cotidiano, eso que las apariencias nos tapa. Ojalá que hoy podamos destapar estos deseos e ideas, y abrirnos para compartir con los otros y que en lo cotidiano y sencillo se descubran.

Padre Javier Soteras

* Mamerto Menapace, publicado en Cuentos Rodados, Editorial Patria Grande