“ Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”.
Jn 17,21
Cuando la Madre Teresa rescataba a un ser humano de la miseria, cuando daba de comer a los pobres o atendía con amor y ternura a los moribundos, nunca hacía distinciones por motivos de creencias religiosas. Hindúes y musulmanes, cristianos y gentes sin Dios podían contar con su amor y cuidados de igual manera.
La razón de esta actitud se encuentra en la lógica interna del cristianismo : ¿qué clase de cristianos serían aquellos que solo se comportaran cristianamente con los cristianos? Pero la Madre Teresa tenía una razón todavía más profunda: en cada pobre, en cada persona que sufría, padecía una necesidad o se estaba muriendo, ella veía un hijo de Dios; más aún: veía a Jesús oculto tras el repugnante disfraz de los más pobres de entre los pobres.
A diario, en Calcuta se encontraba sobre todo con hindúes, pero también con musulmanes. Estos encuentros fueron modelando su relación con otras religiones. Una y otra vez, solía repetir que todo ser humano puede acercarse más a Dios si practica bien su religión y busca la verdad con sinceridad de corazón. Y, si una persona quiere acercarse más a Dios, entonces Dios podrá también hacer algo con ella y hacerla progresar. La Madre Teresa habría dicho: “No importa la raza, no importa la religión, no importa ser cristiano o comunista: todos somos hijos de Dios, creados para amar y ser amados”.
El respeto a las creencias de los demás no significa, sin embargo, que no haya que tener en cuenta credo religioso como si fuera algo sin importancia. Muy al contrario, cuando llevaban a alguien a la casa de los moribundos, lo primero que le preguntaban era el nombre y la religión, si todavía eran capaces de hablar. Aquello no era una forma de discriminación; se tomaba nota de la religión de cada persona para que las hermanas pudieran saber qué ritual había que disponer para los funerales.
Las Misioneras de la Caridad se preocupaban de que todos los que mueren en sus casas sean enterrados según los ritos de su religión. Y, dado que ninguno de los que mueren ahí tiene dinero, las hermanas corren con los gastos.
En una ocasión en que el obispo Hnilica alojado con los jesuitas, llegó tarde y se encontró las puertas cerradas. Le preguntó a Madre Teresa si podría pasar la noche en su casa de los moribundos, Nirmal Hriday (casa del corazón puro). La Madre Teresa lo pensó un momento y accedió, pero con una condición: -Prométame que no se va a morir. El entierro de un obispo resultaría demasiado caro para nosotras.
El conocimiento que Madre Teresa tenía de otras religiones, sobre el hinduismo y del islam, no era eminentemente teológico; tenía que ver más con aspectos prácticos de la vida diaria: ayunos rituales, días de fiesta, normas sobre los alimentos y los entierros, moral…
La Madre Teresa no era una teórica: “Nosotras vemos las necesidades y actuamos”. Cuando le pregunté una vez por las causas de la pobreza en África, me dijo: -Verá, padre; nosotras no pensamos en este tipo de cosas. No pensamos en el porqué, el cómo y el cuándo. Sin más, vemos la necesidad y ayudamos lo mejor que podemos.
Cuando investigaba las causas, lo hacía desde una perspectiva espiritual, como en el incidente que sigue. Durante un largo viaje en coche, la Madre Teresa preguntó de repente: -¿Cómo ha podido darse el comunismo?
El obispo Hnilica, que era –por su personal experiencia- un reputado experto en cuestiones de ideología comunista, intentó darle una serie de motivos históricos. La Madre Teresa no parecía muy convencida. Su preocupación era entender por qué había sido posible que aquello se hubiera introducido en el Cuerpo Místico de Cristo, en la estructura de la Iglesia.
Dio su explicación con una cierta timidez: -¿Cómo fue posible que Judas traicionara a nuestro Señor? Estaba muy cerca del Señor, ¡y el Señor lo quería muchísimo! Yo creo que aquello pasó porque era ladrón, porque robaba el dinero de los pobres. Creo que ese fue el motivo.
Le he dado muchas vueltas a aquella explicación de la causa de una tragedia mundial como el comunismo, y me parece que esa visión del mundo es todavía valida en la actualidad. Siempre que se roba a los pobres, siempre que se les priva del derecho a una vida humana digna, el orden social –y también el orden del amor de unos por otros, en sentido amplio- se ve gravemente afectado.
Acondicionar una casa para alojar a moribundos sobre todo si esa casa es un antiguo albergue para peregrinos del templo de Kali en Calcuta- no era precisamente una tarea fácil y exenta de obstáculos. Grupos hindúes radicales temían una campaña misionera cristiana y acusaron a las hermanas de hacer proselitismo entre los fieles hindúes para ganar adeptos. Hubo violentas protestas cuando las autoridades de Calcuta cedieron a la Madre Teresa el uso de los locales.
En aquella ocasión, un distinguido líder hindú llegó desde Delhi para reclutar jóvenes que echaran a la Madre Teresa y a sus hermanas de los terrenos del templo de Kali. Armados de piedras y palos, los alborotadores se acercaron a la casa con el líder hindú a la cabeza. Cuando la Madre Teresa oyó el griterío, salió a la puerta y se dirigió hacia el grupo. Saludó al líder sin muestra alguna de miedo y le invitó a entrar y ver lo que hacían.
Entró él solo con ella. Al cabo del rato salió. Los jóvenes se apiñaron a su alrededor y le preguntaron si podían empezar ya a echar a las hermanas. Él les contestó: -Sí, pueden, pero únicamente cuando sus hermanas y sus madres hagan lo que esas monjas hacen ahí dentro.
Al cabo del tiempo, cuando uno de los muchos sacerdotes del templo de Kali llegó con tuberculosis , las hermanas lo acogieron y lo cuidaron con la misma delicadeza y cariño que al resto de los enfermos. Todos los días iba a visitarlo uno de sus hermanos sacerdotes. Así, poco a poco, los sacerdotes hindúes del vecino templo de Kali se convirtieron en amigos y defensores de Nirmal Hriday.
La Madre Teresa mostraba un enorme respeto por las creencias y religiones de todas las personas. Nunca intentó imponer la fe católica a nadie. Es más, creo que nos legó no fue tanto una doctrina como los frutos de la misma: amor en acción –un corazón lleno de amor y unas manos que pongan por obra ese amor.
Resultaba especialmente conmovedor observar cómo tocaba a los gravemente enfermos y a los moribundos; cómo no le daba ningún reparo acariciarlos como una madre acaricia la cabeza de su hijo y lo agarra de la mano. ¡Cuántas veces transformaba corazones y vidas con una caricia!
La enorme influencia que la Madre Teresa ejercía sobre muchos de los que coincidían con ella se me hizo evidente, por primera vez, en el caso de un oficial de policía indio de alto rango que nos acompañó durante un largo viaje en coche. Al principio no me gustó nada aquel tipo; era el típico sabelotodo que no dejaba de dar órdenes con brusquedad. Nos dejó muy claro que no quería saber nada de cuestiones religiosas y que él se limitaba a cumplir con su deber. El segundo día se le veía mucho más relajado. Después que la Madre Teresa pronunciara un breve discurso en una de las paradas que hicimos por el camino, decidimos descansar un poco antes de continuar rumbo al aeropuerto. Cuando nos íbamos a ir, el policía preguntó si podía despedirse allí de la Madre Teresa. Aquel oficial que había sido tan impertinente al principio ya no resultaba ni arrogante ni distante. Se le saltaron unos lagrimones cuando le tocó los pies a la Madre Teresa al hacer el tradicional darshan –despedida de respeto- indio y pedirle su bendición. La Madre Teresa le dijo una frase de la Biblia: “Que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mt 5,16). En el coche, camino al aeropuerto, recibí una lección de la Madre Teresa: -Padre, nuestro testimonio de Cristo debe ser siempre tal que nadie pueda ir contra Él por error.
Esa era el tipo de testimonio que la Madre Teresa daba a las innumerables personas que se cruzaban con ella. En el aeropuerto, el oficial de policía se hizo cargo de todos los requisitos formales e incluso nos acompañó hasta que embarcamos. Pero ahora, todo lo que hacía le salía del corazón; quizá con torpeza y un entusiasmo exagerado, pero con alegría y agradecimiento.
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