15/09/2016 – La atención que Brochero brindó a los que sufrían el flagelo de la enfermedad asumió rasgos de heroicidad lo mismo que su disponibilidad incondicional. Así lo manifiestan los cuidados por los enfermos de cólera en la ciudad de Córdoba, las religiosas enfermas del Tránsito, y los más beneficiados, los enfermos de su Curato.
Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”. Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.
Mt 25, 31-40
Los trazos biográficos de Brochero esbozados por Ramón J. Cárcano, lo reconocen como pastor de los enfermos: “El enfermo va a morir, Brochero está a su cabecera”. El mismo autor refiere la tarea desplegada por el sacerdote durante la epidemia del cólera morbus, en los años 1867, 1868, y 1869, mientras Brochero se desempeñaba como Capellán de Coro en la Catedral o también Teniente Cura de la misma. Mientras mucha gente huía del flagelo llegando aun a abandonar a sus parientes, Brochero permaneció en la ciudad, consolando a los enfermos con los auxilios de la fe. Su piadosa acción sacerdotal se extendió a todo lo que humanamente pudo su actividad extraordinaria en la práctica del bien. Fue uno de los sacerdotes que más se distinguieron por el desprendimiento de sí mismo, y la consagración en beneficio de los demás, fijándose su figura en la memoria de un pueblo entero. Pasada la epidemia fue a Santa Rosa para un merecido descanso en cariñoso seno de su familia, pero allí tuvo que asumir nuevas demostraciones de abnegación y caridad.
“El cólera volvía a recrudecer con espantosos estragos, sembrando la desolación en todas partes. Brochero abandonó el hogar donde apenas había entrado, para entregarse al servicio de la humanidad doliente, y en la población y en la campaña se le veía correr de enfermo en enfermo, recogiendo la última palabra del moribundo, y cubriendo la miseria del huérfano, arrojado por la desgracia solo y aislado en la vorágine humana. Este ha sido uno de los períodos más peligrosos, más fatigantes y más heroicos de su vida.
Brochero atiende y se preocupa por las religiosas enfermas de la comunidad de las Esclavas del Tránsito, cuestionando la actitud de la Superiora, que le impide visitar a una hermana enferma: “¿Cómo es entonces que no me ha convidado a ver a la hermana Elena, que hacen dos meses, que esta en cama?”. Más tarde, dirigiéndose a la Madre Provincial, dice:
“Como un Señor Médico, que está en casa, ha visto a casi toda la comunidad, y resulta, que para las hermanas María Cáceres, Elena, y Urbana, no hay elementos en el Tránsito, para sanarlas, es necesario llevarlas. Por consiguiente opina que se deben llevar a Córdoba. Ahora la Rectora del Tránsito le pregunta a Usted ¿quiere que la haga llevar por Deán Funes, en la mensajería que sale del tránsito el 24 del corriente, acompañadas por mí hasta entregárselas a Usted? El contesto sí, o no, lo hará por telégrafo, porque el conductor de esta vuelve a destiempo al Tránsito”.
La atención a los enfermos de su Curato lo llevó a cruzar ríos crecidos, a innumerables sacrificios, a tantas caídas en sus cabalgatas, y finalmente, para sus contemporáneos, también a causa de su muerte. Así lo refiere un diálogo reportado en Los Principios:
“Es sabido que el Cura Brochero contrajo la enfermedad que lo ha llevado a la tumba, porque visitaba largo y hasta abrazaba a un leproso abandonado por ahí. Un feligrés que, como todos, consideraba de inapreciable valor la vida del Cura, se atrevió a decirle un día.
–Señor Cura: no se exponga tanto a enfermarse; mire que más vale su vida que la de ese hombre. Ya lo ha confesado, déjelo que muera en paz.
-¡Caray que habías sido bárbaro! Si la lepra no vale nada! Si Dios quiere, ni el Diablo me ha de contagiar. La lepra hedionda es la de adentro; y esa no se pega; esa se lava con la caridad.
-Pero exponerse, sin necesidad, refregándose con el leproso…
-¡Dejate de zonceras! Que hay cosas peor que la lepra.
El Padre Brochero ha tenido deferencias y atenciones exquisitas con muchos jóvenes necesitados que lo revelan como un pastor atento y solícito. A esto se suman sus muchos esfuerzos para implantar un colegio para varones en su Curato. Su rol sacerdotal y su función de promotor social y zonal reconocida por tantas personas lo convierte en un punto de referencia para los ambientes populares de su Curato, que encuentran en él ayuda y acogida. Finalmente, saben que el Cura no se amedrenta cuando se trata de interceder ante cualquier autoridad para conseguirles trabajo o seguridad.
El objeto de esta –escribe a Juárez Celman- es recomendarte al portador, el joven José Bonaparte, para que le des alguna ocupación, porque su padre, aunque es un trabajador insigne, no alcanza a proporcionar lo necesario para la numerosa familia, que tiene: los hijos de dicho Señor, que lo es Don Guillermo Bonaparte, son once y para proveer las necesidades de todos no le alcanza el trabajo. El portador ayuda a la sustentación de dicha familia, pero hoy está sin ocupación, por esta razón te suplico le des una de tantas ocupaciones que puede dar un ministro. La familia es muy digna de lástima y aprecio por su nobleza, y honradez.
Juárez, espero que me hagas este servicio a más de tantos que ya he recibido de ti. Yo en esta vez no te he visitado, porque me ha quedado cierto temor de ir o al cabildo, o a tu casa del pasaje de la vez pasada”.
En otra ocasión escribe al padre de un joven que, queriendo estudiar no podría hacerlo por su indigente situación, informándole: “Hablé con el presidente Juárez, solicitando la beca para su hijo, y me contestó con mucho gusto que sí, que hiciera Usted una solicitud al respecto”. Intercede también por las jóvenes carentes de educación y las coloca en su Colegio de Niñas: “Lo que yo puedo asegurar que la niña, aunque tenga 16 años, 5 meses y 21 días, es más humilde y dócil, que muchas de la Capital que tengan 10 años: y que en atención al lugar donde vive la niña y de más circunstancia haría la Madre Rectora un grandísimo bien en admitirla”.
Brochero en diversas ocasiones trata pastoralmente con niños. Es un servicio cualificado y hecho con verdadero gusto personal. Lo vemos trabajando con ellos, enseñándoles el catecismo según las indicaciones diocesanas, hablando con ellos, acudiendo a sus necesidades, organizando su educación y dándoles clase en el Colegio de Niñas. En sus cartas les manda saludos, les cuenta cuentos, pide a los adultos que les enseñen la doctrina cristiana y, en algún caso solicita que les enseñen a ayudar al sacerdote en la celebración de la misa. En todos los casos se percibe un entorno de simpatía, confianza y gozo.
Así lo vemos a Brochero entre los pobres, los enfermos, los jóvenes y los niños. Brochero está al lado de quien necesita una mano para crecer.
Padre Javier Soteras
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