23/09/2016 –
Jesús entró en Jericó y atravesaba la cuidad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombres es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Lc 19, 1- 10
Jesús camina evangelizando y evangelizando camina. Su camino sensibiliza su mirada que lo hace cercano y contemplativo de sus hermanos. Por ello no le pasa por alto ese pequeño hombre subido al árbol. Mientras los demás ven “a un pecador público, bajito y -quizá ridículamente- subido a un árbol, Jesús descubre un corazón necesitado del amor de Dios. Por eso le habla con el corazón y al corazón, entrando así a su casa. Jesús no tiene reparos en entrar en esa casa y que “se le pegue el olor a oveja”, para decirlo en palabras del Papa Francisco. Una vez allí le anuncia la Buena Noticia que se hace alegría y generosidad en el corazón de Zaqueo. Jesús mismo nos ha enviado a evangelizar, a anunciar el Evangelio del perdón y la misericordia y de hecho, esta es la misión de la Iglesia”.
Brochero, mediante su predicación evangélica, llegó a los “zaqueos” de su época”.Quienes lo conocieron señalan que “fue un claro ejemplo de aquella unión con Dios que, centrada en el amor, sigue el ejemplo de Jesús Buen Pastor y se despliega en la acción evangelizadora”.
“El sacerdote que no tiene mucha lástima de los pecadores es medio sacerdote. Estos trapos benditos que llevo encima no son los que me hacen sacerdote; si no llevo en mi pecho la caridad, ni a cristiano llego”. A sus sacerdotes ayudantes, les comunicó, por escrito, “que cuanto sean más pecadores o más rudos o más incivilizados mis feligreses, los han de tratar con más dulzura y amabilidad en el confesionario, en el púlpito y aún en el trato familiar”. Para su predicación Brochero parte de una convicción evangélica: “Dios está en todas partes. Pero está más cerca de los pobres que de los ricos. Es como los piojos”.
“El sacerdote que no tiene mucha lástima de los pecadores es medio sacerdote. Estos trapos benditos que llevo encima no son los que me hacen sacerdote; si no llevo en mi pecho la caridad, ni a cristiano llego”. A sus sacerdotes ayudantes, les comunicó, por escrito, “que cuanto sean más pecadores o más rudos o más incivilizados mis feligreses, los han de tratar con más dulzura y amabilidad en el confesionario, en el púlpito y aún en el trato familiar”.
Para su predicación Brochero parte de una convicción evangélica: “Dios está en todas partes. Pero está más cerca de los pobres que de los ricos. Es como los piojos”.
De su propio seguimiento del Cristo que busca a los enfermos y no a los sanos, deduce una manera de encarar su acción pastoral:
“Preguntaba yo cuál era el hombre más condenau, más borracho y ladrón de la comarca. Enseguida le escribía una cartita diciéndole que pensaba pasar dos días en su casa, decir Misa, predicar y confesar, y que por tanto avisara a sus amigos. ¡Qué pucha!, yo sabía que de esa manera esa gente me iba a escuchar porque si iba a una casa buena esos pícaros no se iban a acercar…” “Ahí nomás les decía que me había costiau para hacerles bien, y que quería enseñarles el modo de salvarse, y que todos estaban condenaus, y que bien podían ver ellos que yo no tenía ningún interés, porque ¿qué podía importarme a mí que se los llevaran todos los diablos si no fuera por Jesucristo?”
“Preguntaba yo cuál era el hombre más condenau, más borracho y ladrón de la comarca. Enseguida le escribía una cartita diciéndole que pensaba pasar dos días en su casa, decir Misa, predicar y confesar, y que por tanto avisara a sus amigos. ¡Qué pucha!, yo sabía que de esa manera esa gente me iba a escuchar porque si iba a una casa buena esos pícaros no se iban a acercar…”
“Ahí nomás les decía que me había costiau para hacerles bien, y que quería enseñarles el modo de salvarse, y que todos estaban condenaus, y que bien podían ver ellos que yo no tenía ningún interés, porque ¿qué podía importarme a mí que se los llevaran todos los diablos si no fuera por Jesucristo?”
Obviamente tendrá sus problemas, habrá reincidencias en los débiles y críticas de otros hermanos más fuertes, en todos los casos el cura responderá con más amor:
“Un día que di la comunión a mucha de esa gente, se me acerca una mujer y me dice: “Padre, fulano hace una hora que ha comulgau y ya está mamau como una cabra…” Ahijuna dije yo… busqué al gaucho y le dije: “Pero, hombre, ¿cómo ha sido eso?”, “Ah, Padre –me contestó-, hacía veinte años que no comulgaba y de puro gusto me he mamau”. Estaba contento y todavía no había aprendido otro modo de celebrar. Con el tiempo habrá aprendido.
Predicando en la ciudad de Córdoba, ante gentes más finas que las serranas, revelará la autocomprensión de su estilo, más allá del contexto sociológico en que él se ubica a la hora de predicar, lo que dirá apunta a su concepto de un estilo que le caracteriza:
“Ustedes están acostumbrados a los dulces y arropes. Pero yo les voy a servir un puchero o carbonada que es más sustancioso”.
Hay una famosa predicación sobre la vaca negra, que improvisa en una ocasión en que estaba predicando un sermón en Tucumán, cuando se cruzó por el medio una vaca negra que distrajo a todos los oyentes, y ahí dijo:
“Así como esa vaca estaba marcada con la señal de la estancia llamada la Trinidad, así nosotros estamos señalados y marcados por Dios todos los cristianos. Pero que Dios no nos marca en la pierna ni en la paleta, ni en las costillas, sino en el alma. Y que Dios no nos marca en las orejas sino en la frente, porque la señal de Dios es la Santa Cruz. Y que la marca de él es la fe que nos pone en el alma”.
Brochero estaba acostumbrado a las visitas pastorales, a recorrer todos los rincones de su curato o parroquia, y asimismo pretendía que hicieran sus obispos. En ese contexto de visita pastoral del obispo, un cura vecino está preocupado porque no tiene las suficientes comodidades o finezas como para hospedar y agasajar al obispo. Es entonces cuando nuestro cura trata de calmar al sacerdote y escribe:
“…si Monseñor Padia ha sabido dormir enteramente bien, cuando iba a mi curato de San Alberto en un sobrepelo, y taparse con un ponchito que no valía dos pesos, ¿cómo no va a dormir bien, y estar contento, cuando Ud. No le va a dar las letrinas de Santa Ana, sino una de las tantas modestas casas que hay allí, y le va a dar un buen catre, colchón y sábanas…? No se aflija señor Cura por los adláteres que lleve el Sr Obispo, porque yo, que debo ser mejor que todos ellos, he de dormir en la cocina, y en el suelo limpio, y les he de prestar hasta el poncho que he traído, a fin de que ellos tengan buena cama, y no se dejen picar con la lechuza. Sin más, hasta el domingo, que nos bendiga.”
En cuanto al trato con los funcionarios, siempre directo y llano, metiendo presión todo lo posible para conseguir al menos algo para su pueblo, haciendo comparaciones sencillas y del mismo tenor que cuando predica, siempre con honestidad, sin callar verdades ni ocultándose detrás de eufemismos. Uno de tantos ejemplos es este pequeño párrafo tomado de una carta al gobernador de la provincia (y futuro presidente de la Nación), Miguel Juárez Celman, quien más allá de ser su amigo es convocado por el cura a pasar revista de las obras realizadas y que así tenga la publicidad que merece por la ayuda brindada para que tales obras se hicieran:
“Haced una gauchada viniendo a ver mi obra antes que te vayas a Buenos Aires, porque es preciso verla, para que te gloríes de una obra que la debes considerar tuya, porque la he hecho yo, así como yo me hincho de todo lo que tú has hecho. Sin más contéstame ésta, porque –si no vienes desde 4 leguas entre calle de hombres- di que soy un jodido, me rechazas de tus amigos, y te vuelves”.
Padre Javier Soteras
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