29/09/2016 – En el marco de las celebraciones por los 15 años de la Fundación Manos Abiertas el P. Ángel Rossi brindó una charla titulada: “Misericordia, un viaje del corazón hacia las manos”.
El Padre Rossi es sacerdote jesuita, predica Ejercicios Espirituales y Retiros en diferentes lugares del país y acompaña las distintas obras que la fundación Manos Abiertas lleva adelante en la Argentina.
Al hacer memoria de los 15 años de Manos Abiertas se preguntó:” ¿No habrá sido una locura dejarla tomar tanto vuelvo?”. Y recordó las últimas palabras de José Bainotti, el primer Director de la organización: “hay tanto para hacer”, como diciéndonos “no le aflojen, no dejen de soñar, pero a esos sueños encárnenlos, háganlos viables, disciplínenlos para que sean fecundos, para que hagan un mayor bien, un bien más universal y más efectivo”.
Este es el milagro de la compasión: cuando aprendemos el sentimiento divino de la compasión el mundo se injerta en nuestro corazón.
Para viajar hay que llevar en la mochila lo que se necesita. Y algo indispensable para llevar en el equipaje es la escucha y la mirada del corazón que desde la compasión llega a las manos. Si la misericordia es un viaje tenemos que tener una experiencia previa que es lo que motiva el viaje. Viajamos ¿a dónde? ¿Con qué?. La motivación y el equipaje son esenciales. El motivo del viaje es recurrir a la memoria del primer amor.
Lo que nos hace viajar es el amor. Y lo que motiva mi viaje es el amor que Dios y que la gente nos tiene. Cada uno debe constantemente volver a esa fuente y sorprenderse. En la medida de su capacidad de deslumbramiento y de gratitud cada uno inventa en respuesta el don de sí mismo. Cuando uno se sabe amado por Dios y se sabe amado por los demás eso genera en nosotros una respuesta a través de los gestos. Sólo aquel que se sabe amado, que lo experimenta y lo agradece, es capaz a su tiempo de darse verdaderamente hasta el fin, es decir de hacer el viaje del corazón a las manos.
Pero lo sabemos, a veces es más difícil dejarse amar que amar. Es difícil creen en el amor del otro, aceptarlo, dejar que el otro se aproxime, dejarse lavar los pies por el otro. Se me viene ahora la parábola del Padre Misericordioso que es junto con la del Buen Samaritano la clave de este año de la misericordia. Sorprende como en ésta parábola el Padre no sale a buscar a su hijo, como sí lo hace el pastor con su oveja y como lo hace la mujer con la moneda que se le ha perdido. En cambio el Padre no salea buscarlo, no sale porque él se ha ido con su hijo al exilio, escondido en su corazón, escondido en su corazón de hijo amado desde niño y ahí sigue escondido entre los harapos del mendigo que rueda como basura. Cuando el hijo pródigo lo ha perdido todo, al entrar dentro de sí, encuentra vivo lo que no pudo malgastar: el amor del Padre con el que había crecido siempre a lo largo de su vida. Entonces lo que salva al hijo es haber sido amado desde niño con un amor incondicional, que nunca perdió y que lo hizo soñar con una alternativa: Me vuelvo a casa.
Entrar dentro del propio corazón, entrar a ese sitio de la interioridad, el sitio que nos regala el sentido de pertenecer a algo y de pertenecer a alguien. La conversión es eso, cuando nos damos cuenta que el corazón humano no puede vivir sin cobijo, no puede vivir sin techo, no puede vivir sin calor de hogar.
La intimidad normalmente tiene un sentido de privacidad, de cosa no abierta a los demás, pero para nosotros cristianos y voluntarios no es así. Los que han descendido al misterio profundo de sus corazones y han hallado el lugar íntimo donde se encuentra a su Señor y a uno mismo, empiezan a ver que el hogar que han encontrado en lo hondo de su corazón, en su ser más íntimo, es tan amplio que en él cabe toda la humanidad. Llegan al descubrimiento que la solidaridad y la compasión es la otra cara de la moneda de la intimidad. Esta interioridad se va a manifestar en ese servicio a los demás. “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón” dice Charly García, y un corazón que baja hasta las manos podríamos agregar nosotros. Ni estadísticas, ni proyectos, sino un corazón y un corazón que baja hasta las manos.
Kierkegaard decía que habría que largar una cruzada de la compasión con las manos. Él comienza uno de sus tratados diciendo “éstas reflexiones son cristianas por tanto no voy a hablar del amor sino de obras de amor”. En cristiano amar es hacer obras de amor. Compasión es ponerse a sufrir con los demás, es comenzar a combatir o a acompañar el dolor. No se trata de no poder dormir pensando en la gente que sufre, se trata de no saber vivir sin estar al lado de los que sufren.
Solo una humanidad de Cireneos hará posible que quienes sufren llegue a descubrir que Alguien o alguien los ama. Decía el Padre Hurtado que nuestras obras son las que demuestran a nuestra gente que entendemos su dolor, no nuestros ayes. Nuestras obras es el modo de hacerle entender a nuestra gente que entendemos su dolor.
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