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18/11/2016 – María es anunciadora de la paz porque dentro de ella llega Jesús, el nuevo Moisés, el Príncipe de la paz. María nos invita a nosotros a ser constructores de la paz junto a ella.
Jesús llega al mundo anunciando la paz. Lo hace en el pesebre con el anuncio del ángel a los pastores “se les presentó el Angel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo” (Lc 2, 9-10). También cada vez que Jesús resucitado se presenta a sus discípulos “tengan paz”. María como portadora del Príncipe de la paz también quiere construir la paz a través nuestro.
“Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a os que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios.
Gálatas 4,4-7
Dice San Juan Pablo II, que “el capítulo VIII de la constitución Lumen Gentium indica en el misterio de Cristo la referencia necesaria e imprescindible a María. A este respecto, son significativas las primeras palabras de la introducción: “Dios, en su gran bondad y sabiduría, queriendo realizar la redención del mundo, ‘al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos la adopción de hijos’ (Ga 4, 4-5)” (n. 52). Este Hijo es el Mesías, esperado por el pueblo de la antigua alianza y enviado por el Padre en un momento decisivo de la historia, “al llegar la plenitud de los tiempos” (Ga 4, 4), que coincide con su nacimiento de una mujer en nuestro mundo. La mujer que introdujo en la humanidad al Hijo eterno de Dios nunca podrá ser separada de Aquel que se encuentra en el centro del designio divino realizado en la historia.
El primado de Cristo se manifiesta en la Iglesia, su Cuerpo místico. En efecto, en ella “los fieles están unidos a Cristo, su cabeza, en comunión con todos los santos” (cf. Lumen Gentium, 52). Es Cristo quien atrae a sí a todos los hombres. Dado que, en su papel materno, María está íntimamente unida a su Hijo, contribuye a orientar hacia él la mirada y el corazón de los creyentes. Ella es el camino que lleva a Cristo. En efecto, la que “al anunciarle el ángel la Palabra de Dios, la acogió en su corazón y en su cuerpo” (ib., 53), nos muestra cómo acoger en nuestra existencia al Hijo bajado del cielo, educándonos para hacer de Jesús el centro y la ley suprema de nuestra existencia”. 1
María es la que nos conduce a Jesús y Él es el mensajero de la paz.
Al escuchar al ángel, María, lo recibiste en tu cuerpo y se hizo lo que ya anunciaba el profeta Isaías “el Principe de la paz” que llega a la tierra. Y gracias a tu sí, la paz comenzó a ganar un lugar en la tierra desde tu corazón. Con vos queremos ser señales de paz para que el mundo vuelva a sus orígenes cuando Dios, al terminar al hombre y a la mujer, dijo que esto era “muy bueno”.
Ir de la mano de María para encontrarnos con el misterio de la Trinidad, implica trabajar por el desarrollo y la justicia para la construcción de la paz. La exclusión de muchos por un sistema despiadado supone la recreación del hombre y de la sociedad y supone instalar la caridad, que supera a la justicia. Un 80% de la humanidad está al margen de las riquezas concentradas en un 20%, y eso es una barbaridad. En Argentina más del 30% están por debajo de la línea de la pobreza, y eso supone que no vivamos en paz. Necesitamos trabajar con cardiognosis, con un corazón inteligente que nos abra a nuevos caminos. La caridad es una ecuación que supone, por ejemplo, que cuando uno divide los bienes se multiplican. Es otra lógica. La generación de la riqueza surge a partir del dar y no del guardar. Cuando los bienes, si los entendemos como un río, se estancan y no corren se pudre y comienza a oler mal.
“Vayan, yo los envío como ovejas en medio de lobos, no lleven nada para el camino”. No tenemos nada y todo lo tenemos. Con la fuerza del evangelio vamos a esos lugares donde es tan necesaria la construcción de la paz y a donde somos llamados. Somos testigos de un rico mensaje que humaniza y dignifica, que no violenta y pone de pie al caído, que logra desde la lógica de la caridad invitar a los que tienen a dar comprendiendo que “es dando cuando más se recibe”. Es cuando los bienes circulan cuando la administración de lo que es de todos llega a todos, y ahí hacemos verdad la expresión de Pablo VI: “el desarrollo y la justicia social es el nuevo nombre de la paz”
La imagen de la reina de la paz se nos hace como la Virgen de Nazareth, una mujer pobre, sencilla y de pueblo, cercana al dolor de su gente que canta el Magníficat y vive de la esperanza de saber que Dios pondrá en lo alto a los humildes y va a derrotar a los soberbios de corazón. La justicia que Dios quiere obrar en el corazón y desde las entrañas marianas se hacen canto de esperanza en el Magníficat. El Magníficat es el himno de un pueblo que se sabe liberado por la condición de ser hijos de esta madre que en la esperanza los sostienen. Si de verdad nos reconocemos marianos e hijos de María no podemos sino vestirnos de su ropaje de sencillez y de pobreza confiando en que Dios hará su obra. También con nuestro compromiso de estar y acompañar al pueblo que clama al cielo. Como en el tiempo de Moisés cuando Dios lo recibe a Moisés en la zarza ardiendo y le da a entender que ha escuchado el clamor del pueblo que sufre. En estos tiempos necesitados de liberación María preside con su hijo Jesús, el nuevo Moises a quien lleva en su seno, este camino de transformación ahora construyendo la paz desde el don de la justicia por la fuerza de la caridad. Es el Amor el que está en seno y que nos entrega, en su hijo Jesús. Es Él, el Príncipe de la paz que nos viene a acompañar en el camino. María con su hijo nos manda a escenarios muy complicados a construir este mensaje de paz no solamente nos dice “no tengan miedo” sino que ella toma la delantera guiándonos en el camino.
Padre Javier Soteras
1 Audiencia general de Juan Pablo II del miércoles 10 de enero de 1996
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