11/05/2017 – Hoy en la Catequesis intentamos centrarnos en las preguntas de Jesús que aparecen a lo largo de los evangelios.
Hay distintas clases de preguntas. Algunas son para conocer algo; otras irónicas; un pedido de auxilio (¿sabés cómo hacer?). Las preguntas nos vinculan al otro, por ende el tono dice mucho. Hay preguntas que no esperan respuesta “¿Qué es la verdad?” dio la vuelta y se fue.
En el arte de educar todo maestro debe aprender a hacer preguntas. Desde niños aprendemos a preguntar. En la tradición judía, la familia celebra la Pascua a través de la formulación de preguntas que van dando pie a la narración de los sucesos.
Jesús nos enseña a preguntar como un modo de acompañar. Las preguntas mal formuladas confunden o conducen al error. El ser humano es capaz de preguntarse y de reflexionar. Muchas veces quien pregunta mal es porque no se pregunta nada. La pregunta siempre revela una actitud activa. No es el mejor alumno el complaciente que nunca cuestiona nada.
Enseñar a preguntar y enseñar preguntando es muy importante, nos hace descubrir que nuestro aprendizaje es social y es signo de madurez. A veces hay personas tan inseguras que viven con un caparazón donde no hay lugar para las preguntas y sólo hay seguridades, pero eso es falso. Preguntar permite romper las falsas seguridades y descubrir la hondura.
Preguntarse cuestiona, interpela, convierte, despierta consciencia crítica. Jesús que es hombre de verdad asume como nadie la pedagogía de las preguntas. Él se hace pregunta para enseñarnos.
Jesús pregunta en los evangelio de muchas maneras. A las primeras palabras de Jesús en el evangelio aparecen a los 12 años en medio de los doctores en el templo, escuchando y haciendo preguntas. También le hará una pregunta a la Virgen, “¿no sabes que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”. A veces hay preguntas, como estas, que descolocan y desconciertas. Y necesitamos guardarlas en el corazón, y quizás con el tiempo nos revelen algo.
Jesús, a veces, pregunta marcando dilemas. Mc 11 “¿De dónde viene el bautismo de Juan, de Dios o de los hombres?”. Así contesta a los rabinos que cuestionan su autoridad. Confabulaban en su contra porque tenían miedo. Jesús no entra en el juego manipulador.
Hay momentos en el que me acerco a Jesús y no quiero ser discípulo. Pero solo el corazón del discípulo puede comprender y entender su buena nueva. Cuando nos acercamos desde la soberbia, el Espíritu Santo no se siente cómodo. Las respuestas vinen de caminar con Jesús, de estar con Él, de escucharlo.
“¿Pueden a caso los invitados de la boda ayunar mientras el novio está con ellos?” El Señor nunca pregunta con malicia, sólo nos quiere llevar a una mayor profundidad.
Mc 8, 36: “¿De qué le sirve a uno ganar todo el mundo si pierde su vida? ¿Qué puede dar uno a cambio de su vida?”.
Hay un momento donde uno comienza a detenerse frente a tantas preguntas. “¿Y ustedes quién dicen que soy?” ¿Qué quieren de mí?” “¿También ustedes quieren irse?” “¿Quién me ha tocado?”. “¿Por qué tienen tanto miedo, todavía no tienen fe?”. “¿Por qué me llaman Señor, Señor y no hacen lo que digo?”. “¿Ni si quiera una hora pudieron mantenerse despiertos conmigo?”. “¿Pedro, me amas?” “¿De qué iban ustedes hablando por el camino?”.
Me quedo con dos preguntas que de alguna manera, sintetizan el evangelio. El comienzo del evangelio narra como los discípulos de Juan el Bautista cuando ven que pasa el cordero de Dios, comienzan a seguirlo, y Jesús dándose vuelta les pregunta “¿qué buscan?”. Fue el inicio de una historia de seguimiento y de amor. Andres, Pedro, Felipe, Natanael. Y en el monte de los Olivos, en un momento crucial, Jesús pregunta “¿a quién buscan?”. Lo buscan para acabar con su vida.
Podemos a modo de oración, decirle al Señor: Aunque tus preguntas me inquieten y me incomoden, aunque tus preguntas me desnuden, Señor yo necesito buscarte, quier tener la sencillez, la virginidad evangélica de esos primeros discípulos. No quiere tener la dureza de aquel que quizás decepcionado ya no te busca sino que quiere callarte. Líbrame Señor de buscar callar tus preguntas.
“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. La pregunta dirigida a Pedro quizás sea la pregunta más linda con la cuál quedarnos. O la primera pregunta que María hizo al ángel, “¿cómo puede ser esto?”.
Son más de 220 preguntas las que aparecen en el evangelio. Y todos recordamos las que nos relatan los Hechos de los Apóstoles, cuando a los de Emaús Jesús pregunta “¿de qué venían hablando por el camino?”.
Que en este día nos dejemos preguntar por el Señor para aprender a preguntar, y quizás podamos también hoy dejarnos preguntar: “¿me amas?. Apacienta mis ovejas”.
Padre Alejandro Puiggari
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