“Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos”. Gálatas 5,19-24
“Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos”.
Gálatas 5,19-24
Las virtudes teologales son fe, esperanza y caridad. Se llaman “teologales” porque tienen su fundamento en Dios, se refieren inmediatamente a Dios y son para nosotros los hombres el camino para acceder directamente a Dios. [18121813,1840]
También la fe, la esperanza y la caridad son verdaderas fuerzas, ciertamente concedidas por Dios, que el hombre puede desarrollar y consolidar con la ayuda de Dios para obtener “vida abundante” (Jn 10,10). [1812-1813,1840-1841]
La fe es la virtud por la que asentimos a Dios, reconocemos su verdad y nos vinculamos personalmente a él. [18141816, 1842]
La fe es el camino creado por Dios para acceder a la verdad, que es Dios mismo. Puesto que Jesús es “el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6) esta fe no puede ser una mera actitud, una “credulidad” en cualquier cosa. Por un lado la fe tiene contenidos claros, que la Iglesia confiesa en el credo (= confesión de fe) y que está encargada de custodiar. Quien acepta el don de la fe, quien por tanto quiere creer, confiesa esta fe mantenida fielmente a través de los tiempos y las culturas. Por otra parte, la fe consiste en la relación de confianza con Dios, con el corazón y la inteligencia, con todas las emociones. Porque la fe “actúa por el amor” (GáI5,6). Si alguien cree realmente en el Dios del amor lo demuestra no en sus proclamaciones, sino en sus actos de amor.
La esperanza es la virtud por la que anhelamos, con fortaleza y constancia, aquello para lo que estamos en la tierra: para alabar y servir a Dios; aquello en lo que consiste nuestra verdadera felicidad: encontrar en Dios nuestra plenitud; y en donde está nuestra morada definitiva: Dios. [18171821,1843]
La esperanza es confianza en lo que Dios nos ha prometido en la Creación, en los profetas y especialmente en Jesucristo, aunque todavía no lo veamos, Para que podamos esperar con paciencia la verdad se nos da el Espíritu Santo de Dios.01Ð3
La caridad es la virtud por la que nosotros, que hemos sido amados primero por Dios, nos podemos entregar a Dios para unirnos a él y podemos aceptar a los demás, por amor a Dios, tan incondicional y cordialmente como nos aceptamos a nosotros mismos. [18221829,1844] Jesús coloca la caridad por encima de todas las leyes, sin abolirlas por ello, Con razón por tanto dice san Agustín: “Ama y haz lo que quieres”. Lo que no es tan fácil como parece. Por ello la caridad es la mayor de las virtudes, la energía que anima a las demás y las llena de vida divina.
Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Con ellos “dota” el Espíritu Santo a los cristianos; es decir, más allá de sus disposiciones naturales, él les regala unas fuerzas determinadas y les da la oportunidad de convertirse en instrumentos especiales de Dios en este mundo. [18301831,1845]
Así dice san Pablo: “Uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar, A éste se le ha concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas” (1 Cor 12,8-10). 113-120
Los frutos del Espíritu Santo son: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (cf. Gál 5,2223). [1832] En los frutos del Espíritu Santo puede ver el mundo qué sucede con las personas que se dejan totalmente tomar, conducir y formar por Dios, los frutos del Espíritu Santo muestran que Dios tiene un papel real en la vida de los cristianos. 120
Un hombre sabe que ha pecado porque su conciencia le acusa y le mueve a confesar sus faltas ante Dios. [1797,1848] 0229,295-298
Cualquier pecado destruye, oscurece o niega el bien; pero Dios es muy bueno y el origen de todo bien. Por eso cualquier pecado se dirige (también) contra Dios y, en el contacto con él, debe ser reordenado. [1847] 224-239
En muchos pasajes de la Sagrada Escritura Dios se muestra como el misericordioso, especialmente en la parábola del hijo pródigo (Lc 15), en la que el padre sale al encuentro del hijo perdido y lo acoge sin condiciones, para celebrar con él una fiesta del reencuentro y de la reconciliación. [1846, 1870]
Ya en el Antiguo Testamento dice Dios por medio del profeta Ezequiel: “Yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta de su conducta y viva” (Ez 33,11). Jesús ha sido enviado “a las ovejas descarriadas de Israel” (Mt 15,24). Y sabe que “no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9,12). Por eso come con publicanos y pecadores, antes de, al final de su vida terrena, interpretar incluso su muerte como iniciativa del amor misericordioso de Dios: “Ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26,28). 0227, 524
Un pecado es una palabra, un acto o una intención, con la que un hombre atenta, consciente y voluntariamente, contra el verdadero orden de las cosas, previsto, así por el amor de Dios. [1849-1851, 1871-1872]
Pecar significa más que infringir alguna de las normas acordadas por los hombres. El pecado se dirige libre y conscientemente contra el amor de Dios y lo ignora. El pecado es en definitiva “el amor de s¡ hasta el desprecio de Dios” (san Agustín), y en caso extremo la criatura pecadora dice: Quiero ser “como Dios” (Gén 3,5). Así como el pecado me carga con el peso de la culpa, me hiere y me destruye con sus consecuencias, igualmente envenena y afecta también a mi entorno. En la cercanía de Dios se hacen perceptibles el pecado y su gravedad. 0 67, 224-239
El pecado grave destruye en el corazón del hombre la fuerza divina del amor, sin la que no puede existir la felicidad eterna. Por ello se llama pecado mortal. El pecado grave aparta de Dios, mientras que los pecados veniales sólo enturbian la relación con él. [18521861,1874] Un pecado mortal corta la relación de un hombre con Dios. Tal pecado tiene como condición previa que se refiera a una materia grave y que sea cometido con pleno conocimiento y consentimiento deliberado. Son pecados veniales los referidos a materias leves, o los pecados que se dan sin pleno conocimiento de su trascendencia o sin consentimiento deliberado. Estos últimos pecados afectan a la relación con Dios, pero no rompen con él.
Para reparar la ruptura con Dios que se da con un pecado grave, un católico debe reconciliarse con Dios por medio de la confesión. [1856] 224239
Los vicios son costumbres negativas adquiridas que adormecen y oscurecen la conciencia, abren a los hombres al mal y los predisponen al pecado. [18651867]
Los vicios humanos se encuentran en la cercanía de los pecados capitales: soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula y pereza.
No, no somos responsables de los pecados de otras personas, a no ser que seamos culpables por haber inducido a alguien a pecar, por haber colaborado en su pecado, por haber animado a otros en su pecado o por haber omitido a tiempo una advertencia o una ayuda. [1868]
Existen estructuras de pecado sólo en sentido figurado. Un pecado siempre está vinculado a una persona que aprueba un mal consciente y voluntariamente. [1869]
No obstante existen estructuras e instituciones sociales que están de tal forma en contradicción con los mandamientos de Dios que se puede hablar de “estructuras de pecado”, pues en definitiva son la consecuencia de pecados personales.
No, un cristiano no puede ser nunca un puro individualista, porque el hombre está destinado a la vida social por su propia naturaleza. [1877- 1880,1890-1891]
Todo hombre tiene un padre y una madre; recibe ayuda de otros y está obligado a ayudar a otros y a desarrollar sus talentos a favor de todos. Puesto que el hombre es “imagen” de Dios, refleja en cierto modo a Dios, que no está solo en su profundidad, sino que es trino (y con ello amor, diálogo e intercambio). Por último es el amor, el mandamiento central de todos los cristianos, por el cual en el fondo pertenecemos a un mismo grupo y somos referencia unos de otros de un modo fundamental: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39).
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