“Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy vendido como esclavo al pecado. Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! En una palabra, con mi corazón sirvo a la Ley de Dios, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado. Romanos 7,14-25
“Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy vendido como esclavo al pecado. Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! En una palabra, con mi corazón sirvo a la Ley de Dios, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado.
Romanos 7,14-25
29/06/2017 compartimos la catequesis del día:
Si los hombres deben hacer el bien y evitar el mal, el conocimiento acerca de qué es bueno y malo debe estar inscrito en su interior. De hecho existe una ley moral, en cierto modo “natural” al hombre, que en principio puede ser conocida por todo hombre por medio de su razón. [19491960,1975,19781979]
La ley moral natural es válida para todos, Dice al hombre qué derechos y obligaciones fundamentales tiene y de este modo constituye el verdadero fundamento de la convivencia en la familia, la sociedad y el Estado. Dado que el conocimiento natural está a menudo oscurecido por el pecado y la debilidad humana, el hombre necesita la ayuda de Dios y su revelación para mantenerse en el buen camino.
La ley de la Antigua Alianza expresa verdades que son accesibles por naturaleza a la razón, pero que se declaran y acreditan como ley de Dios. [19611963,1981]
En la “ley” (la Torá) y su núcleo, los Diez Mandamientos (el decálogo), se presenta al pueblo de Israel la voluntad de Dios; el seguimiento de la Torá es para Israel el camino central para la salvación. Los cristianos saben que mediante la “ley” se conoce lo que hay que hacer. Pero saben también que la “ley” no es la que salva. [19631964,19811982]
Todo hombre tiene la experiencia de que uno se encuentra con lo bueno como si estuviera “prescrito”, Pero no se tiene la fuerza de llevarlo a cabo, es muy difícil, uno se siente “impotente” (cf, Rom 8,3 y Rom 7,14-25). Uno ve la “ley” y se siente como entregado en poder del pecado. De este modo se hace patente, precisamente mediante la “ley”, cuánto dependemos de la fuerza interior para cumplir la ley. Por eso la “ley”, por buena e importante que sea, sólo nos prepara para la fe en el Dios salvador. 0349
“No creáis”, dice Jesús en el sermón de la montaña, “que he venido a abolir la ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud” (Mt 5,17). [1965-1972,1977,1983 1985]
La plenitud de la ley antigua es la ley evangélica, que extrae de aquella todas sus virtualidades; no añade preceptos exteriores nuevos, pero reforma la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo bueno y lo malo.
Ningún hombre se puede salvar a sí mismo. Los cristianos creen que son salvados por Dios, que para esto ha enviado al mundo a su Hijo Jesucristo. La salvación significa que somos liberados del poder del pecado por medio del Espíritu Santo y que hemos salido de la zona de la muerte a una vida sin fin, a una vida en la presencia de Dios. [19871995,20172020]
San Pablo declara: “Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios” (Rom 3,23). El pecado no puede existir ante Dios, que es completamente justicia y bondad. Si el pecado sólo es digno de la nada, ¿qué pasa con el pecador? En su amor, Dios ha encontrado una vía que aniquila el pecado, pero que salva al pecador, lo hace de nuevo estar en su sitio, es decir, justo. Por eso desde antiguo la redención se denomina también justificación. No nos hacemos justos por nuestras propias fuerzas. Un hombre no puede ni perdonarse el pecado ni liberarse de la muerte. Para ello debe actuar Dios en nosotros, y además por misericordia, no porque lo pudiéramos merecer. Dios nos regala en el Bautismo “la justicia de Dios por la fe en Jesucristo” (Rom 3,22). Por el Espíritu Santo, que ha sido derramado en nuestros corazones, somos introducidos en la Muerte y la Resurrección de Jesucristo, morimos al pecado y nacemos a la vida nueva en Dios. Fe, esperanza y caridad nos vienen de parte de Dios y nos capacitan para vivir en la luz y corresponder a la voluntad de Dios.
Llamamos gracia al acercamiento gratuito y amoroso de Dios a nosotros, a su bondad que nos ayuda, a la fuerza para la vida que procede de él. Por la Cruz y la Resurrección Dios se acerca completamente a nosotros y nos hace participar de su vida mediante la gracia.
Gracia es todo lo que Dios nos otorga sin que lo merezcamos lo más mínimo. 19961998,2005,2021]
“La gracia”, dice el papa Benedicto XVI, “es ser contemplado por Dios, ser tocado por su amor”. La gracia no es un objeto, sino la comunicación de sí mismo que Dios hace a los hombres. Dios no quiere darnos menos que a sí mismo. En la gracia estamos en Dios.
La gracia de Dios nos introduce en la vida interior del Dios trinitario, en el intercambio de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nos capacita para vivir en el amor de Dios y para obrar a partir de este amor. [1999-2000,2003-2004,2023-2024]
La gracia nos ha sido infundida de lo alto y no se puede explicar por causas intramundanas (gracia sobrenatural). Nos convierte en hijos de Dios -especialmente por el Bautismo- y herederos del cielo (gracia santificante o divinizadora). Nos otorga una inclinación interior permanente al bien (gracia habitual). La gracia nos ayuda a conocer, querer y hacer todo lo que nos conduce al Bien, a Dios y al cielo (gracia actual). La gracia se da de modo especial en los sacramentos, que por voluntad de nuestro Redentor son lugares destacados del encuentro con Dios (gracia sacramental). También se muestra en especiales dones de gracia que se conceden a cristianos individuales (carismas) o en fuerzas especiales prometidas al estado del matrimonio, del Orden y al estado religioso (gracia de estado).
La gracia de Dios sale al encuentro del hombre en libertad y lo busca y lo impulsa en toda su libertad. La gracia no se impone por la fuerza. El amor de Dios quiere el asentimiento libre del hombre. [20012002, 2022]
A la oferta de la gracia se puede también decir que no. Sin embargo la gracia no es nada exterior o extraño al hombre; es aquello que desea en realidad en lo más íntimo de su libertad. Dios, al movernos mediante su gracia, se anticipa a la respuesta libre del hombre.
No. Ningún hombre puede alcanzar el cielo simplemente por sus propias fuerzas. Ser redimidos es pura gracia de Dios que, sin embargo, exige la cooperación libre del hombre, que es meritoria por gracia. [2006 2011, 2025-2027]
Por más que seamos salvados por la gracia y por la fe, tanto más debe mostrarse en nuestras buenas obras el amor que hace brotar la acción de Dios en nosotros.
Sí. El sentido de nuestra vida es unirnos a Dios en el amor, corresponder totalmente a los deseos de Dios.
Debemos permitir a Dios “que viva su vida en nosotros” (SantaTeresa de Calcuta). Esto significa ser “santo”. [2012-2016, 2028-2029]
Todo hombre se hace la pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Para qué estoy aquí? ¿Cómo puedo ser yo mismo? La fe responde que sólo en la santidad llega el hombre a ser aquello para lo que lo creó Dios. Sólo en la santidad encuentra el hombre la verdadera armonía consigo mismo y con su Creador. Pero la santidad no es una perfección hecha a medida por uno mismo, sino la unión con el amor hecho carne, que es Cristo. Quien de este modo logra la nueva vida se encuentra a sí mismo y llega a ser santo.
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar | Incrustar
Suscríbete: RSS