Jesús nos enseña a orar

martes, 20 de febrero de 2018
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orar

20/02/2018 – Desde la oración, como matriz del tiempo cuaresmal, dejemos iluminar nuestra vida que Jesús quiere ordenarla. El ayuno nos ayuda a poder hacerlo y desde las obras de caridad. Es en la caridad donde se ordena nuestra existencia.

Desde la palabra de hoy Jesús nos invita a orar. Es a través de los discípulos que piden al Maestro que les enseñe a orar, y Jesús les enseña el Padre Nuestro:

 

Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

Mt 6,7-15.

¿Por qué orar?

Dice San Agustín en el sermón 80: “¿Acaso piensan, hermanos, que no sabe Dios lo que nos es necesario? Lo sabe y, conocedor de nuestra pobreza, se adelanta a nuestros deseos. Además, cuando enseñaba a sus discípulos la oración y los exhortaba a no hablar demasiado cuando orasen, les dijo: No empleen muchas palabras, pues sabe nuestro Padre celestial lo que necesitan antes de que se lo pidan. El Señor está diciendo ya otra cosa. ¿Cuál? No queriendo que empleemos muchas palabras en la oración, nos ordenó: No hablen mucho cuando oren, pues sabe nuestro Padre lo que necesitan antes de que se lo pidan. Si sabe nuestro Padre lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, ¿qué necesidad hay de palabras, aunque sean pocas? ¿Qué motivo hay para orar, si ya sabe nuestro Padre lo que necesitamos? Dice a alguien: —«No te alargues en tu súplica, pues sé lo que necesitas». —«Si lo sabes, Señor, ¿para qué, incluso, pedir? No quieres que mi súplica sea larga; más aún, me mandas que casi no la haga». ¿Y dónde queda lo que dice en otro pasaje? El mismo que dice: No hablen mucho en la oración, dice en otro lugar: Pidan y se les dará. Y para que no pienses que el mandato previo de pedir fue algo incidental, añadió: Busquen y hallaran. Y para que ni siquiera esto lo consideres como dicho de paso, advierte lo que añadió, ve cómo concluyó: Llamen y se les abrirá. Considera, pues, lo que añadió. Quiso que pidieras para recibir; que buscaras para hallar y que llamaras para entrar. Por tanto, dado que nuestro Padre sabe ya lo que necesitamos, ¿para qué pedir? ¿Para qué buscar? ¿Para qué llamar? ¿Para qué fatigarnos en pedir, buscar y llamar, a fin de instruir a quien ya sabe? Son también palabras del Señor, dichas en otro lugar: Conviene orar siempre y no desfallecer. Si conviene orar siempre, ¿cómo dice: No hablen mucho? ¿Cómo voy a orar siempre, si acabo luego? En un lado me mandas que acabe luego, en otro me ordenas orar siempre y no desfallecer; ¿qué es esto? Pide, busca, llama para entender también esto. Pues la razón de que esté oscuro no es despreciarte, sino ejercitarte. Por tanto, hermanos, debemos exhortarnos mutuamente a la oración, tanto yo como ustedes. En medio de la multitud de los males del mundo actual no nos queda otra esperanza que llamar en la misma oración, creer y mantener fijo en el corazón que lo que tu Padre no te da es porque sabe que no te conviene. En efecto, tú sabes lo que deseas; lo que te es provechoso, lo sabe él. Suponte que te has puesto en manos de un médico y que estás enfermo, como es en verdad, pues toda esta nuestra vida no es otra cosa que una enfermedad, y una larga vida no es otra cosa que una larga enfermedad; suponte, pues, que, enfermo, te has puesto en manos de un médico. Recién llegado, te agradó dar el paso y pedir al médico un trago de vino. No se te prohíbe pedirlo; puede darse que no te haga daño y hasta te convenga tomarlo. No dudes en pedirlo; pídelo sin vacilar; pero si no lo recibes, no te entristezcas. Si esto se da con el médico corporal, ¿cuánto más con Dios médico, creador y restaurador tanto de tu cuerpo como de tu alma?”

El deseo de Dios crece en la manera en que llamamos, en qué pedimos. Permanecer, insistir, pedir, capacita al corazón para recibir lo que necesitamos. Sin duda, la oración es el lugar humano mas importante. Tant como el aire que respiramos. Un espacio de lucha, sobre todo cuando sentimos que no alcanza con nuestra oración.

Así le respondía un monje a un discípulo: La oración es ir al combate. Tantas veces oramos y las rodillas se nos pelan, las manos se nos pegan porque en la insistencia sentimos que no tenemos que aflojar, debemos seguir clamando. Que el Señor nos ponga en contacto con ese alma de la Cuaresma: la oración. Con la insistencia hasta hallar la voluntad del Padre.

Por momentos la oración se da en tiempos de consolación, parece que voláramos. Podemos pasar oras en el Santísimo. En otros momentos la oración es un ejercicio arduo y lo que sentimos es sed en medio del desierto. Lo que resta por delante es un largo camino donde solo la promesa

La oración es un camino que Jesús enseña con sus testimonio en donde nos invita a permanecer unidos unos con otros. Entramos en la oración con espíritu de sencillez como quien se dispone a escuchar al Maestro.

Jesús nos toma de la mano y nos lleva hasta donde él está. En la oración Jesús nos invita a la audacia.

La oración es un trato de amistad con quien sabemos nos ama.

Este Jesús que hizo de la primera comunidad una escuela de oración hizo también él un camino de oración. De hecho en la familia de Nazareth él hizo su propio camino de oración. Se ve en la vida de Jesús una fuente de vida distinta, secreta cuando dice “Yo debo estar en las cosas de mi padre”.

No se trata de orar de cualquier manera sino con el corazón, con sencillez y desde el alma.