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María, la mujer del silencio y la interioridad
viernes, 24 de noviembre de 2006
Jesús regresó a su casa, con sus padres, a Nazareth y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.
Lucas 2, 51 – 52
María, la mujer del silencio, la mujer de los secretos, la mujer de la interioridad, nos aparece relatada en el evangelio de Lucas bajo esa perspectiva en su corazón que guarda en su más profunda intimidad lo que Dios va haciendo en el silencio y en la oscuridad de su propia fe a partir mismo del hecho de la anunciación que no es otra cosa que poner luz sobre todo aquello que ella ya venía viviendo en su corazón, preparada desde siempre. Este vínculo tan profundamente especial con el que Dios había signado su vida, María es la mujer de la interioridad, la mujer del espíritu, es la mujer de la escucha atenta. María es quien sabe de los secretos.
“
Una de las dimensiones que no podemos abarcar bien desde nuestro estilo de cultura
, dice José María Peman,
es justamente ésta dimensión propia del Antiguo Testamento, la dimensión del secreto. Estamos en las primeras páginas del Evangelio, desprendiéndonos con dificultad del Antiguo Testamento que todavía tiene este estilo de teocracia, es decir, estilo de mandato directo y directa comunicación. Los mensajes del cielo suelen ir acompañados de una regla para su propia administración, Dios dice a sus siervos lo que deben revelar y lo que deben callar. Jesús, mientras está aquí le va a decir a los que se acercan a El recibiendo de su gracia algún milagro: dilo o no lo digas a nadie, preséntate y cuéntalo, o vete y no lo cuentes. No le había dicho el Ángel a María que contara el prodigio. Prodigios de ésta clase llevan implícitos en sí mismo un pudor y una reserva nunca fácil. Tampoco fácil conseguir de los santos que relatan sus favores. Siempre había de mediar un mandato de obediencia. A todo esto no podemos acaso entenderlo todo bien dice Peman desde nuestra civilización esencialmente publicitaria y particularmente “marquetinera”.
María no tiene ese costado, no está en ella, no está en su interioridad el querer dar a conocer por mostrarse a sí misma en lo que Dios obra en su corazón sino sola e impulsada por lo que Dios quiere mostrar desde Ella se muestra esto en el canto del Magníficat pero por sobre todas las cosas en el silencio austero con el que la Virgen aparece en todo el Evangelio dando lugar a que La Palabra pueda verdaderamente pueda tener eco en el corazón de los hombres.
Para que una palabra pueda ser bien recibida el ambiente debe ser el del silencio, para que una palabra pueda verdaderamente tomar cuerpo y hacerse carne, es decir tocar la vida, transformarla, hacerla nueva, darle un nuevo dinamismo, brillo y color. Para que una palabra que penetra en lo profundo del corazón de los hombres tenga verdaderamente un don de sentido y capacidad de orientación, la palabra necesita de un ámbito de silencio, un lugar donde pueda ser bien recibida, la ausencia del ruido y la posibilidad de ser comunicada. María es la Mujer donde la Palabra encuentra su mejor expresión porque es la mujer del silencio, la mujer de la interioridad, la mujer donde la Palabra encuentra todas sus posibilidades hasta llegar a hacerse carne. Primero en la creencia que nace en su corazón oyente y después en su propio vientre.
María, siendo la mujer de la interioridad y el silencio, la que sabe de los secretos de Dios, la que lo va rumiando interiormente como Dios permite que así lo haga, es verdaderamente portadora de la Palabra porque en Ella encuentra el mejor lugar para expresarse.
María encuentra en su camino un hombre a la altura de su corazón, al que Dios también ha ido preparando, formando, y lo continúa asistiendo con sus gracias semejantes a las que recibe la Madre de Dios. En sueños, José, el esposo de María, va a ser advertido de cuánto debe él respetar el camino de Dios en el corazón de la mujer que Dios ha puesto a su lado, a la que no debe abandonar ni repudiar sino sencillamente aceptar como el regalo más hermoso que Dios le ha hecho.
Aquella confusión tan particular en el corazón de José al enterarse de la obra de Dios en el corazón de María, difícil de comprender, termina por ser asistida por Dios quien lo invita en el silencio de la noche, desde los sueños, a aceptar a María por esposa.
Es que Nazareth es el lugar de la escucha atenta de la Palabra. Es la escucha atenta donde la palabra crece y se desarrolla delante de los hombres, va madurando de cara a Dios la Palabra de Dios hecha carne en la persona del Niño Jesús, en el ambiente de Nazareth encuentra el ámbito de interioridad y de fe en María y de fe, para que ésta Palabra, éste Dios Palabra hecho uno de nosotros pueda crecer y desarrollarse y desde ese mismo lugar, proclamarse y anunciarse en el tiempo justo, a los treinta años, cuando en su vida pública comience a anunciar el tiempo de gracia con el que Dios visita a su pueblo liberando a los cautivos y trayendo el don de la Paz que desde el cielo viene en el camino de la Justicia desde donde Dios ha venido a establecer y a poner las cosas en su lugar. Nazareth es un lugar de fe, de interioridad y de escucha atenta.
¿Qué es la fe sino obedecer? que quiere decir “ob – audire”. “
En la fe,
dice el catecismo,
nos sometemos a la Iglesia de Dios,
y la Iglesia dice: “
en la fe nos sometemos libremente a la Palabra escuchada porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia Abraham es el modelo que nos propone la escritura. La virgen es la realización más perfecta de la misma. Abraham es el padre de los creyentes, María su modo más perfecto de realización
.
La interioridad a la que Dios nos invita a nosotros entrando a la escuela de Nazareth es desde la fe. El silencio al que Dios nos llama no es el del mutismo sino el de la expectación a lo que Dios está por decir. Es un silencio expectante, no es un silencio que mata, es un silencio atento, es el silencio que nos pone en situación de niños, es decir, abiertos a lo que está por venir, aparecer, que de mano de Dios viene a revelarse para que en lo secreto, en lo sencillo, en el silencio, y en el crecimiento del deseo por las cosas de Dios nosotros también vayamos siendo formados en la escuela de Nazareth como quienes nos hacemos oyentes de la Palabra, es decir, hombres y mujeres de fe.
“Ella guardaba todas estas cosas en su corazón”
La
Palabra nos está mostrando éste costado de interioridad que hay en María donde la Palabra se hace fecunda, donde encuentra el espacio justo de expresión. Es el silencio lo que mejor comunica la Palabra que se hace vida. Los padres apofáticos lo decían tan maravillosamente: -“Lo mejor que te nombra es el silencio”-
Es verdad, cuando nosotros nos hacemos hombres y mujeres de interioridad, la Palabra se pronuncia con toda su fuerza y Dios revela su misterio cuando encuentra el corazón bien dispuesto para ser bienvenido, bien recibido. Esto es lo que ocurre en Nazareth.
Nazareth es la escuela del silencio. Lo dice Juan Pablo II maravillosamente en un encuentro que tenía con seminaristas en Jerusalén.-“Nazaret es la escuela del silencio”. A esa escuela somos conducidos nosotros para ser guiados por Dios para hacer una escucha más profunda del Verbo, de la Palabra que quiere hacerse carne en nosotros como en María. ¿Cómo podemos nosotros entrar en la escuela del silencio?, por el deseo.
El deseo nos introduce en la puerta de la escuela del silencio. La portera del deseo, como puerta, es la caridad. En la caridad nosotros acrecentamos el deseo. Podemos crecer incesantemente en ésta experiencia de entrar en la presencia de Dios. Es una búsqueda que no se acaba.
Sólo con el amor tocamos a Dios y sólo por el amor alcanzamos un contacto directo con Él. Santo Tomás de Aquino llamaba a esto “con-naturalidad”, y San Buenaventura “abrazo”. El amor tiene un poder unitivo que no poseen ni la fe ni la esperanza, por el amor crecemos en el deseo. El deseo se hace realidad creciente en el amor en cuanto que busca y espera alcanzar a Dios.
Como reza tan maravillosamente el salmo 41: -“
Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo entraré a contemplar el rostro de Dios? Las lágrimas son mi único pan, de día y de noche, mientras me preguntan sin cesar, ¿y tu Dios dónde está?. Al recordar el tiempo que pasó, me dejo llevar por la nostalgia: ¡ como iba en medio de la multitud y la guiaba hacia la Casa de Dios, entre cantos de alegría y alabanza, en el júbilo festivo. ¿Por qué te deprimes alma mía?,¿Por qué te inquietas? Espera en Dios y volverás a darle gracias a El, que es mi salvador, a El , que es mi Dios. Mi alma está deprimida: por eso me acuerdo de ti. Desde la tierra del Jordán y el Hermón, desde el Monte Misar. Un abismo llama al otro abismo, con el estruendo de tus cataratas, tus torrentes y tus olas pasaron sobre mí. De día el Señor me dará su Gracia, de noche podré cantar las alabanzas al Dios de mi vida. Diré a mi Dios: mi Roca, ¿por qué me has olvidado?, ¿Por qué tendré que estar triste, oprimido por mi enemigo?. Mis huesos se quiebran por la burla de los que no creen mientras me preguntan una y otra vez ¿tu Dios dónde está?, ¿Por qué te deprimes alma mía, por qué te inquietas?, espera en Dios y vas a volver a darle gracias y a alabarlo a El, tu Salvador, tu Dios”.
La Palabra que acabamos de compartir no hace otra cosa que expresar una tierra quebrantada, una tierra sedienta, una tierra expectante, un corazón humano expresado bajo la figura de la tierra que clama y anhela por el Dios de la vida.
Qué maravilla como lo reza Juan Pablo segundo:- “
Mi alma ha escuchado en su corazón:-“ busca mi rostro”. Tu rostro buscaré Señor, no me escondas Tu rostro
”. Es el corazón de un hombre de fe que en la oscuridad anhela por el Dios de la vida y descubre en los abismos del Misterio Pascual, que Dios, el que está tan cerca se le hace lejano en el mismo deseo y en el mismo anhelo de encontrarlo. Es tiempo de abrirnos interiormente a la escuela del silencio que es Nazareth donde el deseo de Dios se acrecienta y la fe se hace expectante. El silencio de Nazareth no mata, da vida, porque el amor lo habita, y es justamente desde el amor donde sólo podemos tocar a Dios que ha venido a revelar su rostro.
Es en Nazareth, en la obediencia de la fe, donde la Palabra encuentra su mejor eco para expresarse, nos invita al deseo, y el deseo en realidad, no es otro que el deseo que Dios tiene por nosotros. Si podemos desearlo a Dios es porque dios nos desea y tiene pasión por el corazón humano, tanta pasión que le costó la vida al Hijo del hombre, al Hijo de Dios, a la segunda Persona del misterio Trinitario, al Dios hecho hombre.
Tanto amor Dios tuvo por nosotros que entregó a su Hijo único para que creyendo en El, es decir recibiéndolo en profundo del corazón encontráramos el camino que nos conduce a la vida para siempre bajo cualquiera de las formas.
Recíbelo hoy en tus brazos como lo recibió María a los pies de la cruz cuando ya no respiraba. Recíbelo ahora que está en tus manos la posibilidad de dar la vuelta por aquellos caminos donde perdiste el rumbo, donde se te apagó el fuego de la vida, donde se fue disipando ese deseo profundo por el cuál vivir.
No hay posibilidad de encontrar verdadero deseo por sostener la existencia en el lugar más alto dónde está llamado a estar si no es porque nos dejamos alcanzar por éste Dios que nos desea ardientemente.
Si es verdad que mi alma tiene sed de Dios, cuánto más éste Dios tiene sed del corazón humano. Desea entrar a formar parte de lo tuyo, está a la puerta y te llama para que le abras y puedas compartir con El y en su presencia la gracia maravillosa de reconocerte lo más hermoso que Dios tiene delante de sus propios ojos. Sos hija de Dios, sos hijo de Dios, y ésta es la dignidad más grande que le toca a tu ser hombre y mujer.
Ser hijo de Dios, es decir, estar bajo la mirada del Padre como lo está Jesús para quien el Padre sólo tiene ojos en el espíritu del amor en el que ellos se comunican. Nosotros, siendo hijos de Dios, entramos en esa dinámica donde Dios nos hace distintos por su gracia, que anhela y desea entrar en comunión con nosotros.
Padre Javier Soteras
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