Recorrer con María el camino de la paz

lunes, 16 de octubre de 2006
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Gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
Lucas 1, 78 – 79

En el Evangelio vemos como María, a través de sus palabras, sus silencios y las diferentes actitudes de su corazón, irradia la paz que brota desde el interior, desde lo mas profundo de sus ser.

Nosotros podemos encontrarnos con ese corazón mariano pacificado, pacificador, transformado, transformador, podemos hacerlo guiados por la oración, que nos pone en sintonía con María, particularmente, a través del rosario, recorriendo las escenas de la vida mariana y de la vida de Jesús, mientras que pide a Dios el don de la paz interior, quien ora en sintonía con María y con su Hijo, a través del rosario, encuentra ese don que anhela todo corazón humano.

Estos tiempos que estamos viviendo, del mundo puesto sobre un gran polvorín, donde la amenaza de la guerra global es un sacudón grande que nos atemoriza, es tiempo para despertar el corazón a la oración, y hacerlo junto con María, prendiéndonos a lo que el Padre Pío llamaba el alma del rosario, que es sintonizar con la frecuencia de María y entrar en esa corriente de paz que nos abre María al encuentro con su hijo Jesús en la contemplación de los misterios del rosario.

Juan Pablo II dejaba hace un tiempo un hermoso mensaje a los jóvenes, donde los movía a unirse a la oración del rosario en la búsqueda de la paz. El rosario, decía Juan Pablo, en efecto, en su sencillez y en su profundidad, es un verdadero compendio del Evangelio, y conduce al corazón mismo al mensaje cristiano. ¿Cuál es este mensaje?: tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida, y vida para siempre.

Decía el Papa: “María, además de ser madre cercana, discreta, comprensiva, es la mejor maestra para llegar al conocimiento de Jesús, la verdad, a través de la gracia de la contemplación que ella viene a regalar en la oración del rosario”.

“El drama, decía Juan Pablo, de la cultura actual, es la falta de interioridad, la ausencia de un espíritu contemplativo. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado su alma”.

“¿De qué es capaz la humanidad sin la interioridad?”, se preguntaba Juan Pablo. Lamentablemente conocemos muy bien la respuesta, cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo demás. Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad.

“Queridos jóvenes, decía Juan Pablo, los invito a formar parte de la escuela de María, ella es modelo insuperable de contemplación, ejemplo admirable de una interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora, ella les va a enseñar a no separar nunca la acción de la contemplación, así van a poder contribuir mejor a hacer realidad en gran parte el sueño del nacimiento de un mundo nuevo”.

El camino de la oración mariana nos pone en actitud contemplativa del misterio de María en comunión con el misterio de su hijo Jesús y a partir de allí nos llega el mensaje central del Evangelio: “Dios amó al mundo, el amor de Dios por el mundo hizo que su hijo fuera entregado”.

La entrega de Jesús por nosotros no termina en la muerte, sino que se prolonga en la gracia de la resurrección, en realidad el don maravilloso de la resurrección, que es terminar con la muerte bajo todas sus formas, es lo que nos regala el don de la paz.

Encontrarnos con el misterio de Jesús en la propia vida, en nuestra propia historia, encontrarnos con la pascua de Jesús en nuestra propia pascua y animarnos a unirnos a Jesús desde su pascua con nuestra pascua es lo que pacifica el corazón, lo armoniza, y nos permite en este tiempo de amenazante guerra destructora de la humanidad proclamar proféticamente un tiempo nuevo, el tiempo de la paz.

Es en Nazareth donde aún desconcertada María por el anuncio del ángel que se la ve como mujer de paz. Si uno contempla el misterio de la anunciación, la descubre a María entre las cosas sencillas, la cocina, los quehaceres de la casa, los arreglos que como mujer tiene respecto de su hogar, ya desposada con José, en los preparativos para irse ya definitivamente a vivir justos, María recibe en lo cotidiano, en lo suyo, en lo casero, la visita del ángel, que, si bien es verdad que la desconcierta con su presencia, la encuentra en paz y la llena de paz.

Esto que contemplamos en el misterio de la anunciación, lo expresamos rítmica y armoniosamente a través del rezo de un Ave María tras otra, que nos va metiendo en el corazón de María que recibe el anuncio. En cada Ave María repetimos las primeras palabras que el ángel dirigió a María. La palabra latina Ave, corresponde a un vocablo griego que constituye una invitación a la alegría y que se podría traducir como alégrate. Alégrate María, dice el ángel, y es una alegría pacificadora. 

Cuando contemplamos el misterio de la anunciación, y un Ave María tras otra vamos repitiendo el “alégrate, María”, o “Dios te salve, María”, como decimos nosotros, estamos metiéndonos en el gozo de una mujer, que desconcertada y en paz, recibe la visita de Dios en las cosas suyas de todos los días.

Es esta imagen de María casera, de María en el hogar, en las cosas suyas de todos los días, la que nos pone en contacto con la imagen de mujer y de madre que ayer hemos celebrado en nuestra patria, y que nos familiariza con la ternura con la que Dios nos ha cubierto bajo el amor materno desde el mismo momento del nacimiento, y quien así no lo pudo vivir, porque no tuvo una buena experiencia materna, en y desde el corazón de María, puede comenzar a encontrar lo que no tuvo.

Para los que hemos tenido la gracia de tener una buena relación con nuestra madre, en y desde el corazón de María se enriquece aún más esta experiencia con el poder contemplar en lo cotidiano y en lo casero la figura de la mujer que nos muestra ese rostro igualmente materno que Dios tiene. María nos muestra este costado del rostro materno de Dios, y en el Ave, alégrate, pacifica Dios, en nuestro vínculo con María, lo de todos los días.

A quien Dios invita que se alegre no lo saca de las cosas suyas cotidianas, sino que, al contrario, Dios se mete en el corazón de María, y en lo sencillo de la vida de María de todos los días, para llenar su corazón de esa paz con la que Dios visita. El corazón de esta mujer, que con su presencia, quiere renovar lo nuestro, lo cotidiano, lo de todos los días, en esa misma alegría que nos llega de su corazón.

Cuando decimos a María “Ave, alégrate, Dios te salve”, sea cual sea la expresión con la que oramos la oración del Ave María, nosotros nos vamos como impregnando de ese espíritu que gana el corazón de María con la visita del ángel, y sintonizamos con este Dios que en lo cotidiano renueva lo nuestro de todos los días, invitándonos al gozo y a la alegría.

Es justamente el don del gozo y el don de la alegría el que transforma el ambiente conflictivo en el que a veces se desarrolla nuestra vida, amenazada por la guerra, las grandes guerras, y las guerras interiores en las que muchas veces nos encontramos, pacificándonos, porque como decíamos, la gracia de la resurrección tiene un primer anuncio: la paz y el gozo, igual que la gracia de la anunciación tiene un primer mensaje: alegría y paz.

En este sentido la anunciación y la resurrección se hermanan, el momento de la encarnación y el momento de la pascua se dan un abrazo, que es el mismo mensaje de paz y alegría con el que Dios nos viene a transformar la vida.

¿Cómo afrontar estos tiempos de amenaza y destrucción de la humanidad con una sonrisa amplia, con una alegría profunda, con una paz sincera?, todo esto no se consigue si no entramos en sintonía con este Dios que viene a meterse en nuestras cosas. No busquemos a Dios lejos de nosotros, muy cerca nuestro está, para dejarnos este mensaje. Se mete en las cosas nuestras de todos los días, participa de lo cotidiano nuestro, forma parte de nuestros mates, de nuestro día de descanso, forma parte de las ventanas que se abren mientras el día comienza y nos vamos fortaleciendo desde la jornada vivida ayer, en el día de la madre, jornada gozosa seguramente en muchos hogares.

Este es nuestro Dios, este que se mete en nuestras cosas, ayudándonos a cerrar un año que se nos va yendo de las manos, este Dios que en medio de las dificultades y los conflictos que tenemos en nuestra vida familiar nos dice “Yo estoy con ustedes, Yo estoy con vos, Yo te acompaño en el camino”, este Dios que te consuela en tu enfermedad, que es alegría en medio del dolor mas hondo que hay en tu corazón, el mismo Dios que se hace ternura en el niño que hay dentro tuyo y que se despierta con la presencia de un niño que te pone en contacto con lo que en vos había desaparecido, por tus preocupaciones, por tus problemas, por tu cosa de todos los días, tan comprometida con lo que hay que ir resolviendo.

Allí, mientras la vida se hace caliente en la lucha de lo cotidiano, aparece de repente un niño que despierta el niño en tu interior, es el mismo Dios que pone en contacto tu corazón con aquello que perdiste en algún lugar del camino. Es el Dios de lo cotidiano, el Dios nuestro de cada día, el pan nuestro de cada día, como lo llamemos, es pan que alimenta desde la Palabra, desde la Eucaristía, pero también es pan que surge de la amistad, de la vida familiar compartida, de la mesa que se extiende en un diálogo fecundo, familiar.

Es el mismo Dios que se hace alimento, y pan nuestro de cada día en la oración, cuando ésta del corazón surge, este Dios que trae el anuncio de la paz y que en la persona de María se nos muestra como cercano a lo nuestro, a lo de todos los días. En la anunciación Dios aparece en la casa de María, diciéndole: “Alégrate María”, como Jesús se los dice a los discípulos en la resurrección, este mensaje de alegría y de gozo llena de paz el corazón, sintonicemos con María.

La paz interior es fuente de una energía que fortalece el corazón, la decisión de cumplir con prontitud la voluntad de Dios superando los obstáculos que puedan encontrarse en el camino. Cuando hay paz en el corazón, cuando la paz que tenemos en el corazón es paz verdadera, no paz de cementerio, sino paz de vida, que se da aún en medio de conflictos y de dificultades, de situaciones difíciles, hay una fuerza interior que nos fortalece, una fuerza interior en el corazón que nos hace desear vivir según lo que Dios nos pide.

Esta es la paz que buscamos, la paz que nos pone en contacto con el Señor de la Historia, con aquel que tiene en sus manos los designios de la historia y que ha dicho que no nos va a abandonar. Cuando todo parece que se destruye, cuando todo parece que se acaba, cuando la amenaza de una guerra nuclear es una vez mas una señal de la acción del mal que atenta contra la humanidad, Dios, Cristo Jesús nos invita a confiar en Él y a esperar en Él sabiendo que no abandona nunca a sus hijos.

Y este mismo mensaje de paz, Dios quiere que lo comuniquemos a los demás desde un corazón pacificado, resucitado y transformado, debemos ser capaces nosotros con nuestra palabra y nuestro testimonio, con nuestro vivir en la paz de Dios y permanecer en Él, de ser un signo y un mensaje de paz para aquellos que en el tiempo que transcurre andan buscando por donde salir de la angustia que les genera el hecho de ver amenazada la vida permanentemente, constantemente.

María, en la visitación, en el anuncio de su hijo que lleva en su seno, con su presencia, es mensaje de paz para su prima Isabel, que se encuentra sorprendida en el sexto mes de su embarazo, cuando era estéril y ya había renunciado al don de dar vida desde su vientre.

María es un mensaje de paz en la visitación, y fijate que paz, la paz que viene de su presencia, y de un saludo muy simple y muy sencillo, “apenas oí tu saludo, dice Isabel, el niño saltó de alegría en mi seno”.

Los frutos que genera la paz que Dios nos comunica en la persona de María es el gozo y la alegría, pero no una alegría cualquiera, sino aquella que brota de las entrañas; “el niño que llevo en mis entrañas saltó de gozo y de alegría, y en mi corazón cuando sencillamente oí tu saludo”, dice Isabel, eso se espera de vos y de mi, de cada uno de nosotros, interiormente habitados por la presencia de Jesús en nuestro corazón, por la gracia de la fe que nos hace confiar en un Dios cercano, en un Dios que vive en nosotros y comparte la vida con nosotros, con nuestro andar por la vida, y con nuestro gesto simple y sencillo, fraterno y amigable, esperanzador y capaz de fortalecer y de consolar al que sufre y al que está triste.

Somos como María, portadores del mensaje que despierta el gozo y la alegría en los demás.

Cuando hay alegría se disipan las sombras, desaparecen los conflictos, se licuan las oscuridades, la luz gana el corazón y el horizonte se abre por delante para nosotros, para poder encontrar hacia delante lo que a veces en la tribulación, en la oscuridad, en los momentos conflictivos, no vemos con claridad.

Dios viene con ese mensaje de paz a tu vida y a tu corazón, para que vos seas, como María, portador o portadora de esa paz que despierta alegría en los demás, así nos damos cuenta si nosotros somos mensajeros verdaderos de paz, por los frutos que genera nuestra presencia, nuestro mensaje y nuestro testimonio en el corazón de los demás.

Si los frutos son de alegría, si son de gozo, si son de una interioridad pacificada, seguramente estaremos siendo nosotros, con Jesús, mensajeros de la buena noticia, como lo fue María.

“Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. Su nombre es santo, su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que le temen.  Plegó la fuerza de su brazo, desplazó a los soberbios de corazón, derribó a pos poderosos de su trono y elevó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos, despidió a los ricos con las manos vacías, socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia como lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abraham y su descendencia por siempre”.

Después de que María recibe de Isabel el hermoso testimonio de que el niño ha saltado de alegría en su seno ante su saludo, como contagiada por esa misma alegría que está en el corazón y en el vientre de su prima, también ella estalla en gozo y en alegría, para mostrarnos con una oración de alabanza, el Magníficat, que el mensaje de la buena noticia de aquel que ha venido a traer el don de la paz, se hace así canto de alegría y de alabanza.

Justamente es en la alabanza y en la alegría donde la paz se expresa en la oración. En el Magníficat encontramos un canto de alabanza, reviste éste una belleza inmensa, y nos habla de la victoria de Jesús, con la que debemos caminar los cristianos en la vida.

El Magníficat también nos indica que las personas que, como María, se encuentran equilibradas y sanas en su identidad, son concientes de que todo lo bueno que hay en ellas es un don de Dios. Dios es el que obra en el corazón de María.

Esto hace que no caigamos en la vanidad, y que remitamos todos los elogios a aquel que es el autor de todo lo bueno, lo bello, lo noble y lo justo que hay en el corazón del mundo.

El Magníficat es un canto que nace de la humildad, y la humildad es el espacio que en el corazón pone en contacto a Dios, al Dios grande, el Creador y el Redentor, con el hombre, criatura, herida por el pecado y redimida por la gracia de Dios.

Si oramos con María el Magníficat, seguramente vamos a entrar en esa sintonía de reconocimiento de nuestra pequeñez, de la grandeza de Dios y del don de paz que se comunica entre los distintos actores de un mismo lugar de encuentro, que es la oración, entre Dios y nosotros.

Como Teresa de Jesús decía: “cuando uno va a orar, tiene que darse cuenta quien está hablando, cual es el calibre de ese que se comunica con nosotros, Dios, el Redentor, y nosotros, criaturas y heridas por el pecado”. En ese misterioso encuentro entre la grandeza y la pequeñez, entre la riqueza y la pobreza, entre la misericordia y el que necesita ser rescatado de su miseria, se produce la pacificación que Dios viene a traer al corazón de los hombres que son llamados a salir de la angustia y de la tristeza que el pecado ha puesto en su corazón, para abrirse al gozo y a la alegría que la gracia de la redención trae de manos de aquel que es el Príncipe de la Paz, y que ha encontrado en la Reina de la Paz, un lugar donde asentarse.

María es portadora de paz, María trae un mensaje de paz.

De las cosas que mas me ha llamado la atención en esta convención de Radio María, es que en todos los tiempos, en los 48 países del mundo donde está la Radio, de algún modo estamos en contacto de oración todos los que formamos parte de esta familia con María, en esto que es su gran ministerio, su gran servicio de este tiempo, de interceder delante del trono de Dios, con su hijo Jesús por la misericordia y la paz en el mundo. Somos en este sentido quienes nos aliamos fuertemente con tantos otros que permanecen constantemente en oración de intercesión por este don maravilloso de la paz. 

Por eso se define a esta radio como una radio de oración, no como una radio devocional, despectivamente, ni tampoco de gente piadosita que reza, sino como una radio de oración, que en plena comunión con María, de la cual recibe su nombre, que tiene este ministerio, este servicio, de estar de cara a la Trinidad, en Jesús, orando e intercediendo por misericordia y paz para los hombres.

No porque si aparece esta obra en este tiempo, está presente en una parte importante del mundo, con la fuerza de su crecimiento para llegar a estar en todo el mundo, aparece porque es un tiempo clave para la humanidad, amenazada de autodestrucción. Nosotros que formamos parte de esta familia nos unimos a aquella que tiene este servicio hoy, de cara a la humanidad toda, de interceder en la oración.

Es el camino de la oración, y particularmente la oración del rosario, la que nos acerca este mensaje de paz, ¿cómo?, sencillamente contemplando con María los misterios, ¿desde donde?, desde donde estamos, desde como estamos, en la cosa nuestra de todos los días, sin nada extraordinario, y como nuestro corazón se encuentra, sin esperar a estar en mejores condiciones para abrirnos al encuentro con Dios, sino desde donde estamos y como estamos, confiando en que Dios se acerca a los que lo necesitan, particularmente a los que nos reconocemos pecadores, habiéndonos apartado muchas veces de Dios y con una inclinación fuerte a apartarnos de Dios.

El Señor, en el que es conciente de su fragilidad y de su condición pecadora, particularmente se hace presente para acercar este don maravilloso de la paz.

Una de las tentaciones mas grandes que hay en la oración, dice Santa Teresa de Jesús, y con la que ella se encontró a partir de reconocerse pecadora, es sentirse indigno de encontrarse con Dios, cuando el realidad Jesús dice que Él ha venido particularmente para los que están enfermos, para los que no están sanos, para los que necesitan de un médico, para los pecadores; por eso se sienta con publicanos, por eso come en la mesa de los pecadores, porque Él vino para éstos, para vos y para mi, para nosotros.

Es el pecado, y la fuerza destructora del misterio de iniquidad, como le llama Pablo, el que en realidad es raíz de la ausencia de paz en el mundo.

¿Cómo pacificamos nuestra vida personal y familiar?, apartándonos del pecado, alejándonos de lo que nos aleja de Dios, y acercándonos más a Él, y el modo que Dios tiene para acercarse a nosotros, particularmente es su mensaje en la Palabra y el camino en la respuesta que le damos a Dios, a lo que nos dice en la Palabra, en la oración que nos nace del corazón.

Es en el camino de la oración en el que Dios se comunica mediante la Palabra con nosotros.

Un camino es por esto también el de nuestra radio, de conversión, Radio María es una radio de oración y de conversión, una radio orante, con María que ora e intercede delante de Jesús Hijo y del misterio de la Trinidad, para que venga del Cielo la gracia que los hombres necesitamos para encontrarnos con aquello que el corazón humano necesita encontrarse: consigo mismo en lo que Dios le ofrece y le revela en el misterio de Él devolviéndole la identidad que el hombre pierde cuando se aparta de Dios.

Pero al mismo tiempo, esta radio que ora es una radio que convierte, es una radio que mueve a la conversión, ésta es su misión, queremos particularmente entrar en sintonía con María, haciendo de la obra, su radio, un lugar de oración, renovando la oración en el corazón del Pueblo de Dios y moviendo a acercarse a cada uno de nosotros más a Dios, en actitud de conversión constante.