09/08/2018 – Edith Stein fue una filósofa alemana, una intelectual de vanguardia, fue también carmelita y mártir. Juan Pablo II la canonizó en 1998, y fue declarada patrona de Europa.
Su historia de vida es singular, la búsqueda de la Verdad (de la Verdad con mayúsculas) fue el gran motivo de su vida. Nació en 1891 en Polonia, quedó huérfana de padre a los dos años. Siempre hablaba de su madre, de sus esfuerzos por sacar adelante a sus hijos tras la muerte de su marido, al frente de un almacén de maderas.
Era la menor de siete hermanos, y ya de pequeña fue muy responsable, estudiosa, apasionada de la historia. Fue educada por su madre en la religión judía, pero a los catorce años se alejó de modo consciente y explícito de la oración. Decía: “Con plena conciencia y por libre elección dejé de rezar”. En ese momento hasta llegó a confesarse atea. Al final de un largo camino, se convirtió a la fe cristiana e hizo de ella el norte de su existencia.
Se dedicó de muy joven a los estudios filosóficos. Fue discípula del filósofo Edmund Husserl, exponente de la fenomenología. Comenzaba así una vida de trabajo arduo y sacrificado que, no pocas veces, la llevó al desánimo.
Alrededor de 1915 o 1916, mientras se desenvolvía la guerra mundial ella estaba estudiando y le agarran depresiones, dice que tiene ganas de tirarse de una montaña o que la atropelle un auto… esto muestra que era una santa totalmente humana, con los altibajos que tenemos todos. Ella quería claridad y no la encontraba ni en la fe ni en la filosofía. De repente, la llaman para ser voluntaria de la Cruz Roja y prestó servicio en un hospital militar austríaco. Fueron tiempos difíciles para ella. Atendía a los ingresados en la sección de enfermos de tifus y prestaba servicio en el quirófano, viendo morir a hombres en la flor de su juventud.
Así paso alrededor de 6 meses donde su vida filosófica se coloca en último lugar porque el dolor de las personas la atravesó. Llego a decir “para que me voy a ocupar de esas idioteces filosóficas cuando se esta muriendo tanta gente”. Sentía la imperiosa necesidad de ir y consolar a los heridos de la guerra.
En el libro Estrellas amarillas su autobiografía decía que era tanta la felicidad que sentía de poder ayudar a esa gente que a veces no dormía cuidándolos y que su felicidad mas grande era ver que estaban bien y escribe esa famosa expresión de ella: de nada sirve la filosofía en la guerra, esto es una anécdota que muestra una Edith muy humana, cercana a los que sufren, absolutamente dada a si misma en circunstancias tan graves.
La muerte de uno de sus compañeros de la Escuela Fenomenológica en el frente de batalla, durante la primera guerra mundial, marcó su juventud y, en cierta manera, fue la causa que propició su primer encuentro con la fe cristiana. Al acudir a la viuda, pensando encontrarla deshecha, se encontró con una mujer llena de una robusta fe de donde sacaba la fortaleza y la serenidad para aceptar la muerte del marido. Poco más tarde escribiría: “Este ha sido mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que transmite a sus portadores… Fue el momento en que se desmoronó mi irreligiosidad y brilló Cristo”.
Pero no fue sino hasta el verano de 1912, mientras pasaba unos días de descanso en la casa de campo de un matrimonio amigo, que la verdad, se hizo sonora en su mente, corazón y voluntad. Al acudir a la biblioteca de la casa, encuentra la vida de Santa Teresa de Jesús. Permaneció leyéndolo el resto del día y parte de la noche hasta terminar la obra. “Cuando cerré el libro, me dije: esta es la verdad”. Considerando retrospectivamente su vida, escribía más tarde: “mi anhelo por la verdad era ya una oración”. Días después compraría el catecismo y un misal para estudiarlos, asistir a misa y bautizarse posteriormente.
La decisión de convertirse y la de entrar en el Carmelo fueron casi simultáneas. Al principio sus consejeros espirituales, le impiden dar este paso , pensaban que era de mayor provecho si continuaba adelante con su labor intelectual. Aceptó entonces un empleo de profesora de alemán e historia en el Instituto en la escuela de las dominicas en Spira.
Es este el periodo durante el cual desarrolló ampliamente el tema de la mujer. Hizo largos viajes para dar conferencias, sobre temas femeninos. Escribiría sobre sí misma: fui una feminista radical.
En 1931 termina su actividad en Espira. Intenta de nuevo obtener la habilitación para la libre docencia algo que, por aquel entonces, era inalcanzable para una mujer.
En 1931 deja la docencia debido a la persecución de los nazis y logra entrar al Carmelo en 1933. Es conmovedora la despedida con su madre:
¿Por qué la has conocido (la fe cristiana)? No quiero decir nada contra Él. Habrá sido un hombre bueno. Pero ¿por qué se ha hecho Dios? ” . Su madre lloró. A la mañana siguiente Edith tomó el tren para Colonia. “No podía tener una alegría arrebatadora. Era demasiado tremendo lo que dejaba atrás. Pero yo estaba tranquilísima, en el puerto de la voluntad de Dios”. Cada semana escribirá después una carta a su madre. No recibirá respuesta. Su hermana Rosa le mandará noticias de casa.
El 14 de octubre Edith Stein entra en el monasterio de las Carmelitas de Colonia. En 1934, el 14 de abril, tuvo lugar la ceremonia de toma de hábito. Desde aquel momento Edith Stein llevará el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz.
En 1938 la Madre Superiora de las Carmelitas de Colonia la manda al monasterio de Carmelitas de Echt, en Holanda, para tratar del salvarla del exterminio judío.
El 2 de agosto de 1942 llega la Gestapo. Edith Stein se encuentra en la capilla con las otras Hermanas. Debe presentarse, junto con su hermana Rosa, que se había bautizado en la Iglesia Católica y prestaba servicio en las Carmelitas de Echt. Las últimas palabras de Edith Stein que se oyen en Echt están dirigidas a Rosa: “Ven, vayamos, por nuestro pueblo”.
Al amanecer del 7 de agosto sale una expedición de 987 judíos hacia Auschwitz. El 9 de agosto Sor Teresa Benedicta de la Cruz, junto con su hermana Rosa y muchos otros de su pueblo, murió en las cámaras de gas de Auschwitz.
Un signo de este tiempo que vivimos es el privilegio de saber descubrir la relevancia de su legado. Ella nos va a acompañar como una testigo de nuestras búsquedas, de nuestros anhelos, de la capacidad para no rendir los brazos ante lo que estamos llamadas a ser y fundamentalmente con sus reflexiones sobre el ser femenino. Gracias por tanto Edith, tus pensamientos aun viven en nosotras!