Vengan vean y síganme II

martes, 1 de diciembre de 2009
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Ven Espíritu Santo y ayudame a reconocer a Jesús resucitado en medio de mis cansancios, de mis preocupaciones, en medio de las angustias de la gente porque El siempre está. Ayúdame a reconocerlo glorioso, lleno de vida, repleto de fuerza, revestido de luz celestial. Con un toque de tu Gracia despierta mi corazón para que lo alabe, para que me llene de admiración al ver su rostro precioso. Derrama en mi interior Espíritu Santo, Rua Santa deseos de buscar a Jesús para que amándolo lo encuentre en cada cosa, haz que me deslumbre con su luz espléndida para que no me dominen las oscuridades del mundo. Ven Espíritu Santo, abre mi vida entera para que Jesús pueda tomarla con la potencia de su resurrección. Ven Espíritu Santo, derrámate sobre todos los oyentes, sobre cada uno, sobre cada familia, sobre cada hogar, sobre cada parroquia, sobre cada capilla, sobre cada movimiento, sobre cada asociación, ven Espíritu Santo, renová nuestra existencia con un poco de esa vida plena de Jesús resucitado para que pueda vivir ese Vengan, para que pueda permanecer, para que pueda ser enviado. Amen

 

Para empezar este programa de hoy quería citar a Pablo VI en Evangeli Anuncianti 76 cuando dice “el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quién ellos mismos conocen y tratan familiarmente como si estuvieran viendo al invisible” y Juan Pablo II en Novo milenium niunte 16 nos dice “los hombres y mujeres de nuestro tiempo quizás, no siempre concientemente, piden a los creyentes de hoy no solo hablar de Jesucristo sino, en cierto modo, hacérselo ver. Nuestro testimonio sería enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su Rostro” Por eso también decía Juan Pablo II “el futuro de la misión consiste en gran parte de la contemplación” El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero, laico, laica, casado, soltero, viudo, sacerdote, religioso, obispo es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir como los apóstoles lo que contemplamos acerca de la palabra de la vida eso les anunciamos

Veníamos charlando el sábado pasado recuerdan, tomando esos dos textos del evangelio Vengan y Vean, Juan 1-39 y después “vayan y hagan mis discípulos” Mateo 28-19 y habíamos hablado también de la gratuidad que nos da libertad interior para ir adonde está el Señor y hablábamos también de que a veces la eficacia, la rentabilidad, lo funcional que el mercado pos-moderno, pragmático, individualista a impuesto como únicos criterios en nuestros tiempos, ya no están en la vereda de enfrente sino que se han ido metiendo lentamente dentro de la iglesia, de las estructuras, de las parroquias, movimientos, asociaciones y fluyen también por nuestras venas, las venas de todos los bautizados o en buena parte al menos. No obstante el problema es más viejo que la ciencia y la técnica y ya el mismo Señor percibió que uno de los mayores escollos y dificultades con que se las vería para instalar un nuevo culto en espíritu y en verdad sería justamente, la cuestión de la compra-venta de Dios

Los mercaderes expulsados del templo, casa de oración, no de mercado, Juan 2-16 tiene una significación mucho más honda que la mera represión al comercio en la cercanía de lo sagrado. Apunta a ese nefasto vicio humano de mercantilizar nuestra relación con Dios. No es fácil ni frecuente que Cristo, el Señor pierda su calma, nadie lo ignora. No hay escena evangélica de mayor violencia que esa de los mercaderes expulsados por Jesús a latigazos lo cual debería ponernos en la sospecha de que le han tocado un resorte o punto neurálgico de la fe o sea un sacrilegio de envergadura porque para que se enoje así, tanto. Cualquier clase de ventajismo que utilicemos delante de Dios participa, en algún grado, mayor o menor de esta cuestión y merece ser expulsado a latigazos de nuestro corazón para que sea casa de Dios y no oficina de asuntos divinos, de pragmatismos pastorales.

Y esto no solo es denunciable ante el permuto famoso, bueno, rezo por gracias, por promesas, por favores concedidos sino ante el binomio que nos atañe, centrar el móvil del oído atento en la intención de recoger datos en orden a trasmitirlos. Que al trasmitir trasmitamos lo que hemos recibido 1º Corintios 15-3 no convalida la sospecha de que el recibir sea funcional a la transmisión. En el texto de los llamados, de los primeros hay un detalle crucial, el Vengan y Vean. No es un alarido suelto, una oferta a cuatro vientos, es respuesta personal a una pregunta personal. “Maestro, ¿donde vives?” Ni pregunta la humanidad, ni responde la Trinidad, es un hombre ante uno de Dios y nos ocurre como con tantos, es tan famosa, trillada y conocida la frase que ya ni cosquillas nos hace, no obstante, encierra un imperecedero aroma a misterio. Hay algo en la pregunta que difiere abismalmente de lo que hubiéramos anotado nosotros si nos hubiera tocado inventar el relato

¿Cómo formularíamos la pregunta primordial, la cuestión frontal de lo que nos guste o no van a manar cual ríos todos, cientos, miles, millones de preguntas que los discípulos le hagan al maestro? Las alternativas son muchas pero dudo que alguien con honestidad se atreva a la que fue “¿Dónde vives, donde moras? Dinos donde vives y eso nos basta diría Felipe. No nos digas todavía que hacer, que no hacer, que pensar de Dios, de los hombres, de este mundo, del venidero, dinos tan solo donde vives, muéstranos tu casa y eso nos basta. Y como el Señor no puede alegar el tanto tiempo entre ustedes del final acepta este desafío y dice “Vengan, vean y quédense”. Los griegos son padres del porque, los romanos del como, los judíos del cuando, los fenicios del ¿A cambio de que? Y los ingleses del ¿para que? El cristianismo, sin esplendor ni hermosura es madre y maestra de la más deslucida de las preguntas, la más sonsa si quieren, la más básica, ¿Dónde? 

Lo preguntan los sabios de oriente, lo preguntan los pastores, lo preguntan los primeros discípulos, lo pregunta Magdalena ¿Dónde han puesto a mi Señor?  Tener por Dios a un Dios de carne tiene sus reglas, y al encarnado le prima la cuestión del encuentro que no se da sino a partir de un donde. La preparación del documento de Aparecida lo previó con cuidado “hay que encontrarse con Cristo de nuevo si en verdad queremos hacer algo nuevo. Solo un encuentro vivificante con El, acontecimiento fundante, auguraría frescura y vida a nuestra iglesia” Y así fue como el Aparecida acontecimiento y el Aparecida documento destilaron ambos, casi como con una letanía de fondo esta divisa irrenunciable, el encuentro personal con Jesucristo de cada bautizado como base fundamental y experiencia fundamental para hacer de cada bautizado un discípulo testigo misionero.

Pero no se nos dijo, búsquenme en el vacío sino en Cristo Jesús. Tal vez haya sido el envión que nos diera el sínodo de América para el cual el encuentro con Jesucristo vivo fuera también piedra basal. No hay otra pedagogía o metodología pastoral que pro-vocar y pro-mover el encuentro. Vos catequista, vos mamá, vos papá, vos docente, vos y yo y todos no tenemos más que hacer que pro-vocar y pro-mover el encuentro personal con Jesucristo vivo, el de cada uno y el de cada una de las personas que tocamos. Que todos vayan a El, que todos vayamos a El
Decíamos que la opción preferencial por el donde halla en la Eucaristía su concentrado centro, el blanco donde incrustar el dardo de la vida, del corazón, del ir a El. De un modo eminente la Eucaristía finaliza y repele ser instrumentalizada. Todas las calles, todas conducen a ella como a su fin, así lo entendió por ejemplo, la escolástica instalándola en la desembocadura intencional de todos los sacramentos que son y hacen en función de ella

Así lo entendió el Concilio Vaticano II con su hermoso “La Eucaristía como fuente y culmen” Lumen Gensium 11  Así lo a retomado el Papa Benedicto en la primera parte de su Sacramentu Caritate y así lo asume el documento final de Aparecida. Esta doble nota no es un modo duplicativo de intensificar una expresión o de decir centro compensando extremos sino la  alusión a dos asuntos bien distintos. No solo todo bien procede de ella, de la Eucaristía, la esencia real de Cristo vivo en el Santísimo Sacramento del altar, fuente, sino que todo el bien que se procure hacer en la iglesia, desde tu misión como laico, como laica, como sacerdote, obispo todo el bien que se procure hacer en la iglesia hay que orientarse a ella como a su fin y aunque culminar alude en su raíz a elevar a llevar a su punto más alto, su significado usual es tajante, es haber finalizado la tarea.

Por eso está a los pies de Jesús la Eucaristía, a los pies del maestro. Le ha de poder significar al discípulo, testigo, misionero, experiencia viva, no podés estar allí para otra cosa que por el mismo estar allí. El vengo porque vengo, vengo para estar, por gratuidad, por libertad interior, porque soy hijo/a no esclavo, no siervo, hace su propia cumbre en este punto más bajo del cosmos, ese último lugar desde donde Cristo lo gravita todo hacia sí. Adorarlo en gratuita ofrenda es la esencia del cristianismo pues es la esencia de la Eucaristía misma ofrenda gratuita de Dios para el ser humano. Así que el Vengan alude inexorablemente a una distancia, a nadie que ya está cerca se le dice de venir. Claro que en esto la analogía y paradoja deben ayudarnos a balancearnos con habilidad entre el derrotismo y el triunfalismo por supuesto. La iglesia ya es de Cristo y no menos vive lejos de El y debe una vez más, escuchar el llamado de ir a El por la conversión porque la iglesia es santa y pecadora

Conjuga en sus entrañas su esplendor de santidad con la exigencia real y contundente de revisión, de purificación y de conversión claro que si, pero que hermoso todo eso. Nunca se ahorre, jamás la pregunta ¿donde vives Maestro? ¿Dónde vives? ¿Dónde encontrarte? Y ante el Vengan que muchas veces será vuelvan sobre todo para muchos bautizados que solamente figuran en los registros de bautismo de las parroquias, vuelvan cae en la cuenta que hay un camino que recorrer desde la situación actual de la iglesia hasta el Cristo actual de la situación, de su ausencia a su presencia o presencias. Volver se trata quizás del verbo más carísimo, más fuerte, más querido a la conversión cristiana tanto en su acepción de retornar de un lugar lejano como el hijo menor del padre misericordioso, como también, sin movimiento de traslación o de rotación, un volverse sobre si mismo para mirar de frente al Señor

Hay un doble retorno que nos obliga a estar atentos no solo a cuanto metemos las manos en la masa equivocada sino también y algo más cuando en la masa apropiada le erramos en la actitud en el criterio al modo de amasarla. Hay un volver para el que está lejos pero también para el que cree que está adentro, también para mi o para vos. Y junto con el doble volver está el venir original, inédito. A cada uno le toca agudizar el oído para saber escuchar a veces el Ven y otras tantas el Volve. En la iglesia debemos vivir atentos a los vengan y a los vuelvan que a cada generación le toca escuchar, asumir y obedecer. Sin ese sonido  en estereo de ambas voces, caeríamos o en el novedosismo, snobismo o por el contrario en el tradicionalismo propiciando la refundación de la iglesia o la restauración de la iglesia, cuando todo hace pensar que el desafío sea a conjugar retornos y llegadas como aquel escriba que saca de lo viejo y de lo nuevo

Lo primero exige humildad y compulsión, lo segundo, en cambio, lo nuevo, audacia y confianza pero me parece que más que descalificar hay que saber conjugar. La iglesia apostólica debe conjugar no solo a Pedro con Juan, ministerio y carisma, sino a Santiago con Pablo tradición y novedad. Y el alma de todo esto hará que lo viejo vuelva con frescura naciente y lo nuevo llegue con el sello y estirpe de familia, de hogar. Eso es la iglesia, con mayúscula y subrayado. Vengan a Mí, Vuelvan a Mí nos dice uniendo, sin confundir, el Señor El lema pastoral que nos dejó Juan Pablo II para el tercer milenio es muy hermoso “Rema mar adentro” Lucas 5-4.  El remar mar adentro se reduce o expande en su versión original a un abrupto vuelve a lo profundo porque el ya conocía y había estado antes. Volver, porque le importa al texto remarcar que ya se estuvo bajo otra técnica y sin éxito, sin frutos

Y una profundidad que no es solo la alta mar del mundo sino sobre todo los abismos insondables del mismísimo Dios del mismísimo corazón del Padre como podemos leer en Apocalipsis 2-24 para inspirarnos. Creo que estamos llegando a algo muy hermoso. Hay una cuestión ineludible en torno al venir para venir a algún lado hay que dejar otro. Para venir a tenerlo todo, dice San Juan de la Cruz, hay que dejarlo todo. En la dinámica del evangelio y en la dinámica bíblica en general, no hay Ven que no concuerde con un salir. Sal de tu tierra, que le ordenó a nuestro padre Abraham en Génesis 12-1 Quien quiera venir detrás de Mí, parece decir el Señor, primero salga de sí, de sí mismo, de sus esquemas mentales, de sus esquemas rígidos culturales, de sus ideologísmos, de sus posturas puntuales sin vida y sin espíritu, de sus tradiciones con minúscula recalcitrantes, de sus estructuras fosilizadas

Esto es importante. No es el abandono de una comarca, de un pueblo, de un barrio, de una provincia, de un país, uy si fuera solamente eso… sino el saber dejar a uno mismo. Decía el Papa Lucciani antes de ser Juan Pablo I “de las pocas palabras que la iglesia debería proscribir de su propio lenguaje es la palabra yo”  Cuando estudiaba francés en el secundario yo veía que, distinto al castellano, que no utilizamos mucho el yo, podemos decir miro por la ventana, en francés hay que ponerle siempre el yo adelante, yo decía que ególatras estos franceses. Dicho más en sintonía, para ser palabra y palabra ajena hay que ser silencio. No hacer silencio, serlo. Ser voz que clama de una palabra que vive y vibra por dentro nuestro, no es pura poesía, presupone un auténtico martirium que es un desangre del propio yo para anunciar con voz propia y sangre ajena una palabra que se hizo sangre con mayúscula

Sangre que habla mejor, como dice Hebreos 12-24 Los hombres y mujeres de hoy tienen el derecho de acercarse no al estruendo de muchas palabras sino a la roja palabra que se comunica desde su propia entrega a través de nuestros silencios pro-vocativos. Si el martirio cruento es lo que la iglesia es en su esencia más íntima, nuestro testimonio incruento participa de esa misma esencialidad sin abajamiento, sin hacerse realmente débil, vulnerable, limitado, sin abajamiento no hay entrega, donación, sin silencio propio, no hay verbo, palabra ajena. Apóstol de Jesucristo allí donde estás, salí de tu tierra que no es solamente salir de un barrio, de una provincia, de una ciudad, de un país. El mundo no necesita tanto de nuestras palabras, necesita del Verbo que las puede hacer nuevas, que tiene algo eficaz y contundente que ofrecerle

Por eso la iglesia no evangeliza desde un propio vigor sino por la sola fuerza divina del mensaje que proclama dice Evangeli Nunciati 18.  De ahí entonces, que la categoría experiencia tan citada en el documento final de Aparecida haga la diferencia y sea ineludible e insustituible.  Sin ella todas las bibliotecas del mundo no sumarían más que ceros después de la coma en esto de dar con Jesús. Tomás de Aquino lo dice así “Vengan y vean porque el habitar de Dios en gloria o gracia no puede ser conocido sino por experiencia pues no puede ser explicado con palabras” y eso que él escribió la suma teológica. Vengan creyendo y obrando y vean experimentando y entendiendo decía Sto Tomás de Aquino. Y entra entonces a explicar ayudado no de Aristóteles, sino del salmista como este conocimiento nada tiene que ver con la ardua labor de la razón sino con el reposo y la calma de la mente degustando la divina dulzura

Elevando el corazón con manos orantes como para palpar y ver. Lo rotundo es que es ser humano es capaz de experimentar a Dios por pura gracia. Y volviendo a nuestro sal de tu tierra, este verbo, como vislumbra magistralmente sor Isabel de la Trinidad, busca carne que ama por carne, donde realizar como una nueva encarnación que estrictamente no es nueva sino una prolongación de la única, una humanidad suplementaria en que El pueda volver a anunciarse a ejercer su magisterio o sea vos y yo, a través nuestro Jesús se sigue encarnando en la historia, en el mundo concreto, en la cultura concreta, en la geografía concreta, allí donde estás vos, allí donde estoy yo. Podríamos decir con Ludica para ser sal de la tierra, sal de tu tierra. El no me predico a mi mismo de San Pablo es indisociable con el ya no vivo yo, es Cristo que vive en mi

Quisiera avanzar en eso, donde vives. Podríamos imaginar a la iglesia como una inmensa casa llena de habitaciones Juan 14-2 Dice San Ambrosio que la iglesia de acá abajo es como un lago espejo de agua que se ve azul no porque su fondo sea azul sino porque refracta el cielo. Que lindo ¿no? Esta mansión cuenta con un hall de distribución muy amplio y funcional pero por lo mismo, un tanto frió e inhóspito, nadie puede vivir allí solo sirve para acceder desde la intemperie hacia el interior del hogar. Esta bella analogía es hermosa, la emplea con maestría un famoso escritor inglés. Muchos en la iglesia quedan como boyado en esta recepción sin pasar, quedan allí en el hall de entrada ¿vieron? Sin pasar a las salas donde en verdad hay calor de hogar en su doble acepción, estas salas constituyen la variedad de carismas, dones y estados de vida que admite el cristianismo

Hasta aquí nada nuevo pero lo que me gustaría incluir es que en esta imagen que estoy presentando es que todos esos variados cuartos a los que accedo por el hall de entrada, tienen otra puerta en su fondo que da a la trastienda de la casa, a la cocina y aunque ésta esté menos decorada y cuidada que los salones, es sin lugar a dudas, el reducto más bello, más cálido, más acogedor de toda la casa, es el lugar de todos donde se cocina no solo el pan de cada día sino donde se cocinan los rumbos de las familias que habita la mansión. Cada cual tiene su cuarto y sabe usarlo para sus quehaceres propios pero todos arrancamos el día en esta entrañable cocina y volvemos allí varias veces en el correr del día. Cuando estamos lejos lo que más extrañamos con hiriente nostalgia es el olor de esta cocina, como nos pasa a nosotros que somos descendientes de italianos cuando lejos de la casa extrañamos ese olor a tuco, a salsa

Pues bien, se me ocurre pensar que la cocina de la iglesia es esa condición orante de todo bautizado, la pura pertenencia, donde no se hace nada y se hace todo, donde se está por estar, por el gusto de estar porque uno no vive en un hotel, en una pensión sino en un hogar. Nos han repetido nuestras madres tantas veces en nuestra adolescencia, esto no es un hotel che. Lo propio de un hogar es irse a tomar un café bien cargado a la cocina o un mate donde cruzarse con otros y hablar de bueyes perdidos. Perder el tiempo, dice con gracia Paul Clodel es ganar eternidad y lo contrario, a perderse en el tiempo. Hogar u hotel, cocina o lobby, olor a desodorante de ambientes o a pan recién hecho, eh ahí las alternativas de la iglesia que queremos ser. Una iglesia con muchas oficinas y poco olor a hogar, a casa estaría seriamente amenazada en su intimidad más honda

A todos, el Vengan y Vean debería desestabilizarnos una vez más para sacarnos de nuestras oficinas pastorales de estructuras demasiado eficientistas, para reconciliarnos con el café de madia mañana en el fondo de la casa aún en el caso poco probable en que mi batería se autocargara por la fricción misma de mis ocupaciones prácticas. Allí nadie es cura, monje, laico, religioso allí todos somos de la casa. ¿Y quién es el centro de toda cocina? La madre, esta imagen hogareña y familiar del misterio de la iglesia que vive de la presencia central y centrante de María, nuestra Madre, hace recordar a su vez a aquella bellísima expresión del Concilio Vaticano II que completa el cuadro familiar cuando dice “el padre de familia envía al obispo a gobernar su familia” Es que en la iglesia visible, esta función vinculante, abarcativa, concertante cambia de un modo primordial al servicio episcopal, al servicio del padre obispo

Y los obispos, aunque esto ya ocurra germinalmente en virtud de la gracia sacramental de la plenitud del orden recibido, de hecho, es desde la intimidad con Jesucristo en la oración que actualizan esta virtud de unificar, armonizar. Ellos son padres y centro de unidad en cada una de nuestras iglesias particulares o diócesis. Una de sus tareas mas bellas quizás sea esa promoción de la unidad en el amor, como animadores de la común unión portan la insustituible misión de vincular, dirá el documento de Aparecida o integrar pues ellos son el principio de una iglesia particular o diócesis. Que hermoso hablar también así del servicio del padre obispo en cada diócesis y verlo así como padre y tratarlo así como padre. Quedémosno con esta imagen, estar en casa que es condición para salir de casa y ayudar a volver o llegar a casa al hombre a la mujer intemperie, vagabundo que deambula por la plaza, al que está desorientado, sin metas, sin horizonte.

El Papa Benedicto ante medio millón de jóvenes, frente a la casa de Nazareth en Tierra Santa que según la tradición se encuentra en Loreto o sea que cuando el Papa fue peregrinando al Santuario de Loreto, allí se encuentra la casa de Nazareth que según la tradición fue traída por los cruzados desde Tierra Santa. Conjuga allí de un modo estupendo ésta dinámica, dice “la plaza es grande, es abierta, es el lugar del encuentro con los otros, del diálogo, de la confrontación de pareceres, de puntos de vista que no es más que la vista de un punto, la casa es, en cambio el lugar del recogimiento y del silencio interior donde la palabra puede ser acogida en la profundidad. Para llevar a Dios a la plaza es necesario haberlo interiorizado antes en la casa como María en la Anunciación y viceversa. La casa está abierta a la plaza. Lo sugiere el hecho de que la santa casa tiene tres paredes, no cuatro, es una casa abierta, abierta al mundo, a la vida, a la cultura”.

Ante el ser humano actual hombre, mujer de la calle culturalmente hablando, de este sin techo vagabundo nuestra oferta de vida ¿se llama hogar? Palabra de fuego tan querida a la nostalgia colectiva como bella también que tiene que ver con la identidad, con la raíz, con eso tan importante de quien soy, de donde vengo, adonde voy, que sentido tiene mi vida, mi existencia Por eso digo la atracción es un inefable tironeo divino cuyo nombre más cercano tal vez sea nostalgia y ¿quien la ejerce? La ejerce el Padre Dios provocando en cada uno de nosotros una atracción, un sutil tironeo por la persona y la presencia de Jesús, su ícono, su audiovisual. Por esta atracción Dios nos atrae con cuerdas humanas, con lazos de amor hacia un rostro inmediato, luminoso, irresistible. Ese rostro, en palabras de Sta Teresita del Niño Jesús, es patria, ese rostro dice ven y atrae hacia si todo haciendo de si el fin de amor para el que fuimos creados

El fin final y vaya si vale y sirve redundar en esto, el fin final. Sobre el madero del Gólgota un hombre muerto por amor a mi se a tornado fin final de todo cuanto el desear, el programar, el tender del movimiento humano emprende. Ser final más allá del cual nada significa la imposibilidad y la consiguiente aberración de hacer tornado, transformado simplemente en un medio pues justamente por su intimidad, por ser último, es la única realidad a la que el ser medio le es absolutamente ajeno. Su Rostro Eucarístico nos mira con sed y amor desde los sagrarios del mundo latiendo continuamente ven, ven, ven como misión primordial y final del discípulo fiel solo custodiado por esta Alfa y Omega principio y fin puede darse el alfabeto completo de la misión de atraer a todos hacia este rostro. Pero no hay ve sin este ven íntimo y adorante, frontal y final.

Como dice el Papa, la misión madura en la adoración Eucarística y lleva a ella como a su culmen y su fin. Vengan a mi debería absorbernos de tal manera, que el mi, como la música de un Orfeo encantador, nos robara la vida al son del para siempre, siempre, siempre de Teresa y el para nada, nada, nada, de Bernardo. Dice el documento de Aparecida 363 “la fuerza de este anuncio de vida será fecundo si lo hacemos con el estilo adecuado, con las actitudes del Maestro, teniendo siempre a la Eucaristía como fuente y cumbre de toda actividad misionera” y a la adoración Eucarística, se refieren también los números 172 y 175 del documento final de Aparecida. Hermoso para seguir meditando, orando, rumiando, compartiendo y es mucho más. Me quedé solamente en estos dos programas en la palabra Venga, Vengan y Vean.

 

Oración final

Digo a Dios, dame tu corazón y luego, en respuesta a mi perplejidad, le oigo decir “donde está tu tesoro allí está tu corazón” Mis tesoros, personas, lugares, ocupaciones, cosas, experiencias del pasado, esperanzas y sueños del futuro. Tomo cada uno de esos tesoros, le digo la palabra y lo pongo en presencia del Señor. ¿De que modo le voy a dar dichos tesoros? Mientras mi corazón descanse en pasados tesoros estaré fosilizado y muerto porque la vida está solo en El en el presente que es El. Así me desprendo de cada uno de esos pasados tesoros, de esos dorados ayeres, seguridades y a cada uno le explico, aunque le estoy sumamente agradecido de haber entrado a mi vida ahora debe salir de ella, de lo contrario mi corazón no aprenderá jamás a amar el presente.

Pero mi corazón también está en el futuro, sus angustiados temores por lo que habrá de ser el mañana consumen mucho de la energía necesaria para vivir plenamente lo que es el hoy contemplando el rostro del Absoluto, del Amado, de Jesús. Hago una lista de esos miedos, temores, angustias y a cada uno le digo hágase la voluntad de Dios, observando el efecto que ello produce en mi, sabiendo en el fondo de mi alma que Dios únicamente puede desear mi bien. Tengo puesto el corazón en mis sueños, en mis ideales, en mis esperanzas que me hacen vivir una ficción futura y a todos ellos les digo hágase la voluntad de Dios, hágase el proyecto del Padre Dios, que el disponga como juzgue oportuno. Tras haber rescatado la parte de mi corazón que estaba apresada del futuro y del pasado examino, ahora, mis tesoros presentes y a cada una de las personas amadas les digo con ternura, sos muy querida para mi, pero no sos mi vida.

Tengo una vida que vivir, un destino que buscar y que es distinto de vos y les digo a los lugares, a los paisajes, a los ambientes y a las cosas a las que estoy atado, las quiero mucho pero no son mi vida. Mi vida y mi destino son distintos a ustedes. Les digo esto a las cosas que parecen ser parte integrante de mi propio ser, mi salud, mis proyectos, mis ideologías, mi trabajo, mi estudio, mi apostolado, mi buen nombre, mi reputación, mi imagen y le digo incluso, a mi vida que un día deberá sucumbir ante la muerte, vida, sos deseable y maravillosa pero no sos mi vida. Mi vida y mi destino son distintos de vos. Al final, me quedo solo ante el Señor, a él le doy mi corazón diciendo, “vos Señor, sos mi vida, vos Señor sos mi presente, vos Señor sos mi destino, vos Señor sos mi amor, vos Señor sos mi absoluto. Descanso en vos, me entrego a vos, quiero vivir en vos. Amen

 

 

 

                                                                         Padre Rubén Francisco Bellante