18/09/2018: Hoy nos ponemos de pie y mientras las lágrimas nos van purificando, limpiando el corazón, avanzamos hacia donde Jesús, con la gracia de la resurrección nos conduce.
“En seguida, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, yo te lo ordeno, levántate». El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo». El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina”.
Lc 7,11-17
Cuántos de nosotros sentimos que no necesariamente estamos vivos. Cada vez más cuando caminamos por la calle contemplamos el rostro de los que nos rodean, tantas veces apagados y con miradas perdidas. A veces somos como cadáveres que vegetan y lo más triste es cuando aparece en edades juveniles, que ni si quiera la energía de la etapa adolescente los despierta. Cuántas mamás y papás ven frente a sus propios ojos chicos con esta realidad, cadáveres vivientes que ya están de vuelta sin haber salido a la vida.
Como los del evangelio de hoy, están muertos en vida, con angustias existenciales acumuladas por la falta de criterios de la clase política. Sobre éstos lugares viene hoy el evangelio a decir “ponete de pie”, “Yo te lo digo, levántate”. Nosotros con el poder de la Palabra queremos clamar por esta realidad de la juventud que sienten que les han robado las esperanzas.
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