El gran don de la oración es el perdón

miércoles, 19 de septiembre de 2018
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17/09/18- Los días lunes el Padre Mateo Bautista, sacerdote Camilo, Master en pastoral de la salud y Licenciado en teología moral y espiritual, nos acompaña en el ciclo: “Te cuento un cuento para sanar”.

El nombre del cuento en esta oportunidad fue: “Parecido a Dios”:

Cuentan las crónicas de los antiguos padres del desierto que cierto día un hombre ya maduro en años se adentró en la soledad de unas áridas montañas. Se venía alejando de la ciudad. Buscaba encontrarse a sí mismo. Esperaba hallar el locuaz silencio para concentrarse en la voz de la voluntad de Dios. Había decidido morir en vida para el mundo para vivir la vida en Dios.

Pasaron los años y su fama de asceta y santo corrió como la pólvora por aquella zona. Muchos peregrinaban a su encuentro en busca de sabia dirección espiritual.

En un amanecer, un joven sorprendió al viejo monje.

¿Quién eres? ¿Qué quieres?

Santo varón, quiero retirarme del mundo y vivir sólo para Dios.

¿Lo has pensado bien? A Dios no se llega desde la huida sino desde el encuentro.

Monje, lo anhelo con todo mi ser. Por favor, dime, ¿qué y cómo debo hacer?

Algo sencillo y difícil: reza mucho sintiéndote amado por Dios, trabaja con dedicación y alegría para ganarte el pan, da hospitalidad a los peregrinos, recibiéndolos como a Cristo mismo. Y sé feliz.

El joven progresaba en la vida espiritual. Se le veía contento. Parecía que había encontrado su lugar y misión. El viejo asceta supervisaba.

Pero un día, el joven, un tanto consternado, se presentó ante el venerado monje.

Abba, estoy en crisis. He pensado volver al mundo. Esta no es mi vocación.

Hijo mío, en tiempos de crisis no tomar decisiones importantes. Te aconsejo que por un mes pienses y ores tu decisión. Después, haz lo que te dicte tu conciencia.

El joven acató el buen consejo del eremita, pero al mes se despidió. Volvió a la ciudad. El hombre de Dios lo vio partir con tristeza, pero el amor no vive de apegos.

Al cabo de un tiempo, al final de una entrevista con unos peregrinos, uno de ellos manifestó:

Padre y maestro, ¿tú no tenías de postulante a un joven…? Pues es mi obligación decirte que es un sinvergüenza de marca mayor.

El monje quedó desconcertado. ¿Cómo era posible?

¿Y qué puedo hacer por este muchacho? – se cuestionó el santo hombre de Dios.

Y en el amor encontró la justa respuesta.

Voy a rezar por él.

Y así lo hacía a la mañana, al mediodía, al anochecer.. Rezó una semana, un mes, un trimestre…

De nuevo, otro peregrino le informó acerca del joven.

Padre, ¿no tenías tú un aspirante…? Pues debo decirte que es un degenerado. ¡Qué vergüenza!

El viejo monje quedó perplejo y en sus adentros se volvió a cuestionar.

¿Qué puedo hacer yo desde aquí por este pobre muchacho? Ah, ya sé. Voy a hacer penitencia y rezar por él con más intensidad.

Y así lo hacía a la mañana, al mediodía, al atardecer, al anochecer. Lo hizo un día, una semana, un mes, un trimestre, todo un año.

Pero hete aquí que en una meditación espiritual tuvo como una visión muy especial. Le parecía que Dios estaba muy enojado con él y con rostro desencajado le criticaba duramente.

Sabes lo que te digo, viejo monje, que estoy podrido de escucharte en la oración siempre la misma letanía intercediendo por ese muchacho reperdido. ¡Por favor, cambia la sintonía!

El monje quedó descorazonado, sin aliento. Tras serenarse, se dijo:

Ya sé lo que voy a hacer por este chico. No me dejaré tentar. Voy a rezar más todavía y sacrificarme con penitencias más duras.

Y así lo hacía al amanecer, a la mañana, al mediodía , al atardecer, al anochecer, a media noche. Lo hizo un día, una semana, un mes, un año tras otro…

Ya cerca del final de sus días, tuvo la gracia de una revelación. Sentía la presencia de Dios junto a él.

Señor, concédeme una gracia. Aquel joven candidato, ¿se convirtió de su mala vida?

Pero sólo obtuvo una respuesta.

Viejo monje, viejo monje, enhorabuena; cada día te pareces más a mí.

Moraleja

La fe, esperanza y caridad

no saben de tiempo

sino de eternidad.

“Si quiero parecerme más a Jesús tengo que orar y perdonar .La mejor terapia para el cambio y para la madurez es la oración. El gran don de la oración es el perdón.”

 

Para reflexionar personalmente o en grupo

¿Por qué el viejo monje fue tentado en una visión?; ¿Por qué Dios lo felicitó?; ¿En qué se parecía cada día más el monje a Dios?;¿Te parecés cada día más a Dios? ; ¿Orás continuamente por los demás?

Te invitamos a escuchar la entrevista completa para conocer las respuestas a estos interrogantes.