No las palabras vacías,
engañosas, distractivas; las que envenenan, o las que envuelven.
No las disfrazadas ni las malintencionadas. Tampoco las lisonjeras, los falsos halagos ni las vanas promesas. No la mentira a la carta, el “sí” que es un no, o el “te quiero” sin ganas.
Sí la Palabra. De carne y vida, de sangre latiendo con fuerza, por las venas del mundo. Palabra hecha gesto, hecha obra, hecha entraña.
Palabra de Dios, convertida, en nosotros, en eco que retumba en cada rincón de la tierra. Palabra crucificada por alzarse contra lo injusto, lo abusivo, lo indigno.
Palabra eterna, por amor, resucitada.
José María Olaizola S.J.