03/10/18 – “El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”, ésta expresión que utiliza Jesús, pone de manifiesto la condición peregrina, decidida e incansable con la que el Hijo de Dios se pone en marcha para la construcción del Reino. Ésta prisa, premura que Jesús muestra, es sin duda, herencia que le viene de su Madre. Que nosotros también vivamos desde ese lugar nuestra misión, yendo hasta donde el Señor nos quiere conducir, sin demora.
Mientras Jesús y sus discípulos iban caminando, alguien le dijo a Jesús: “¡Te seguiré adonde vayas!”. Jesús le respondió: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Y dijo a otro: “Sígueme”. El respondió: “Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre”. Pero Jesús le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos”. Jesús le respondió: “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”.
Lc 9,57-62
La disponibilidad de quien siga a Cristo ha de ser pronta, alegre, desprendida, sin condiciones. Para ser fieles y felices es preciso tener siempre los ojos fijos en Jesús, como el corredor que, iniciada la carrera, no se distrae en otros asuntos: solo le importa la meta; como el labrador que se fija en un punto de referencia y hacia él dirige el arado.
Cada hombre es aquello para lo que Dios lo ha creado, y la vida humana no tiene otro sentido que ir conociendo y realizando libremente esa voluntad divina.
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