25/10/2018 – Para seguir conociendo el pensamiento de los Padres de la Iglesia, el padre Alejandro Nicola eligió el tema de la “paz social como fruto de la justicia”. El sacerdote cordobés recordó que “la justicia supone un orden en todas las cosas, en el corazón propio, en la sociedad e incluso en la misma naturaleza de acuerdo al uso que hacemos de las cosas. De allí surge la paz”. Y en este ocasión eligió dos textos de San Agustín, quien fue obispo de Hipona (norte de África) en el siglo IV.
El primer texto es el siguiente:
“La misericordia y la verdad corrieron mutuamente a su encuentro; la justicia y la paz se besaron. Practica la justicia y tendrás paz; y así la justicia y la paz se besarán. Porque si no amas la justicia, no tendrás paz; estas dos virtudes, la paz y la justicia, se aman mutuamente y se besan, de forma que quien obra la justicia se encuentre con la paz que besa la justicia. Las dos son amigas. Tú, tal vez, quieres a una y a la otra no la pones en práctica. Nadie hay que no desee estar en paz, pero no todos quieren practicar la justicia. Pregúntale a cualquiera: — ¿Quieres la paz? Y unánimes te responderán todos: Sí, la deseo, la quiero, suspiro por ella, la amo. Ama también la justicia, porque las dos son amigas entre sí; y si no amas a la amiga de la paz, la misma paz no te amará, y no vendrá a tu encuentro. ¿Qué tiene de extraordinario desear la paz? Cualquiera, por malo que sea, desea la paz. Es, sin duda, algo muy bueno la paz; Pero tú debes practicar la justicia, ya que la paz y la justicia se besan, no están en discordia. Y tú, ¿por qué no estás de acuerdo con la justicia? Por ejemplo, te dice la justicia: no robes, y tú no le haces caso; no cometas adulterio, y te haces el sordo; no hagas a otro lo que tú no quieres que te hagan; no comentes de otros lo que no quieres que comenten de ti. Te dice la paz: eres enemigo de mi amiga; ¿Por qué me buscas? Yo soy amiga de la justicia, y si encuentro a alguien que es enemigo de mi amiga, no me acercaré a él. ¿Quieres encontrarte con la paz? Practica la justicia. Por eso te dice otro salmo: Apártate del mal y haz el bien. (Esto es amar la justicia); y cuando ya te hayas apartado del mal y hagas el bien, busca la paz y corre tras ella. Ya no andarás mucho tiempo buscándola, porque ella misma saldrá a tu encuentro para besar la justicia”.
Y el segundo texto que compartió el padre Nicola sobre San Agustín fue este:
“La paz del cuerpo es el orden armonioso de sus partes. La paz del alma irracional es la ordenada quietud de sus apetencias. La paz del alma racional es el acuerdo ordenado entre pensamiento y acción. La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud en el ser viviente. La paz del hombre mortal con Dios es la obediencia bien ordenada según la fe bajo la ley eterna. La paz entre los hombres es la concordia bien ordenada. La paz doméstica es la concordia bien ordenada en el mandar y en el obedecer de los que conviven juntos. La paz de una ciudad es la concordia bien ordenada en el gobierno y en la obediencia de sus ciudadanos. La paz de la ciudad celeste es la sociedad perfectamente ordenada y perfectamente armoniosa en el gozar de Dios y en el mutuo gozo en Dios. La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden. Y el orden es la distribución de los seres iguales y diversos, asignándole a cada uno su lugar.
El mismo dolor es un testimonio del bien sustraído y del bien que aún permanece. De otro modo, el bien que permanece nunca podría dolerse del bien que le falta. La maldad del que peca es tanto más refinada cuanto más se complace en el daño cometido contra la justicia. El que sufre una tortura, si con ella no consigue bien alguno, se duele del detrimento causado a su salud. Y como la justicia y la salud son bienes ambos, y de la pérdida del bien hay que dolerse, más bien que alegrarse (a no ser que tenga lugar una compensación mejor; por ejemplo, mejor es la justicia del espíritu que la salud del cuerpo), se deduce, por consiguiente, que es mucho más ordenado el dolor del malvado en el suplicio que su gozo en el delito cometido. La alegría de la deserción del bien es testimonio en el pecado de una malvada voluntad, así como el dolor del bien perdido es testimonio en el castigo de una naturaleza buena.
Dios, el autor sapientísimo, y el justísimo regulador de todo ser, ha puesto a este mortal género humano como el más bello ornato de toda la Tierra. Él ha otorgado al hombre determinados bienes apropiados para esta vida: la paz temporal a la medida de la vida mortal en su mismo bienestar y seguridad, así como en la vida social con sus semejantes, y, además, todo aquello que es necesario para la protección o la recuperación de esta paz, como es todo lo que de una manera adecuada y conveniente está al alcance de nuestros sentidos: la luz, la oscuridad, el aire puro, las aguas limpias y cuanto nos sirve para alimentar, cubrir, cuidar y adornar nuestro cuerpo. Pero todo ello con una condición justísima: que todo el mortal que haga recto uso de tales bienes, de acuerdo con la paz de los mortales, recibirá bienes más abundantes y mejores, a saber: la paz misma de la inmortalidad, con una gloria y un honor de acuerdo con ella en la vida eterna con el fin de gozar de Dios y del prójimo en Dios. En cambio, el que abuse de tales bienes no recibirá aquéllos, y éstos los perderá”.
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