25/02/19.- En el Evangelio de hoy, la acción prodigiosa de Jesús, para con esta familia, para con este padre, este niño, y alrededor de la multitud, que acompaña a la llegada del Señor, es una respuesta para aquella situación de incomunicación que se establece entre los discípulos y los escribas que discuten entre ellos.
La discusión es propia de los que no se ponen de acuerdo, por no poder escuchar, ni hablar en términos cordiales. Porque el vínculo se ha roto. Jesús viene a salvar la situación que trasciende el hecho puntual de la curación del niño epiléptico, poseído por un espíritu sordo mudo.
Marcos nos regala un binomio que nos permite encontrar esa fuerza que nos pone de pie, ese levántate en boca de Jesús se despierta a partir de la fe, creyente fe, fuerte fe del padre, del niño epiléptico.
Es el hilo conductor de la relación de Marcos, relacionada a la fe suplicante del padre del muchacho, con la falta de fe y de oración de los discípulos de Jesús que no pudieron curarlo al enfermo. Fe y oración parecen estar unidas. El padre del niño cree en el poder de Jesús, pero reconoce que su fe es débil, por eso ruega al Señor que le ayude en su empeño. Tengo fe pero dudo, ayúdame. El camino para ponerse de pie viene de la mano de nuestra oración creyente.
Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud discutiendo con algunos escribas. En cuanto a la multitud, distinguió a Jesús quedó asombrada y corrieron a saludarlo. Él les preguntó sobre qué estaban discutiendo, uno de ellos le dijo: “Maestro te he traído a mi hijo que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca, entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron”. “Generación incrédula”, respondió Jesús, “¿hasta cuando estaré con ustedes?, ¿hasta cuando tendré que soportarlos?, tráiganmelo”, ellos se lo trajeron, y cuando vio a Jesús el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba echando espuma por la boca. Jesús le preguntó al padre, “¿Cuánto tiempo hace que está así?”. “desde la infancia” le respondió, “y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo, si puedes hacer algo ten piedad de nosotros y ayúdanos”. “Si puedo”, respondió Jesús, “todo es posible para el que cree”. Inmediatamente el padre del niño exclamó, “creo, ayúdame porque tengo poca fe”. Al ver que llegaba más gente Jesús increpó al espíritu impuro diciéndole: “espíritu mudo y sordo, Yo te lo ordeno sal de él y no vuelvas más”. El demonio gritó, sacudiendo violentamente al niño, salió de él dejándolo como muerto, tanto que muchos decían está muerto, pero Jesús tomándolo de la mano levantó al niño, el que se puso de pie. Cuando los discípulos le preguntaron: “¿por qué nosotros no podíamos expulsarlo?, Él respondió: “Esta clase de demonio se expulsa sólo con la oración”.
Marcos 9, 14 – 29
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