07/03/19.-
Les decía Jesús: “El Hijo del Hombre debe sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; ser matado y resucitar al tercer día. Si alguno viene en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. ¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?”.
Lc. 9, 22 – 25
“Si alguno viene en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará.” En el árbol de la cruz está el faro que ilumina el camino de la Cuaresma. Jesús lo dice a esto en el evangelio de Juan, capítulo 12, 32: “Cuando yo sea elevado en lo alto atraeré a todos hacia mí”.
Desde la cruz asumida con entereza se ve claro el camino recorrido, se ve claro el camino por recorrer. Desde esa perspectiva se entiende la pregunta del peregrino de Emaús, aquellos dos hombres que vienen cansados, agobiados de tanta desilusión frente a la muerte del que, en principio, había parecido como el líder de una nueva comunidad que estaba naciendo. Y entre los prodigios de su obrar profético, y de sus palabras que convencían a la multitud, ellos no pueden creer cómo es que han ocurrido las cosas que han pasado. Y entonces, el peregrino de Emaús, Jesús escondido bajo un velo para que ellos no lo reconozcan, les pregunta: ¿No era necesario que Cristo padecería todo esto, y entrara así en su gloria?
La lectura serena y reconciliada de nuestra historia con sus cruces, vamos a encontrar dos realidades bien profundas, ocultas, que necesitamos develar, a las que debemos abrirles el velo, para descubrir la luz que ilumina nuestro camino penitencial cuaresmal. Detrás de la Cruz, las cruces de nuestra historia, de nuestra historia reconciliada, está escondida la luz que ilumina nuestro camino de transformación cuaresmal. Y por otra parte, ahí mismo está escondida la Gracia con la que el Señor viene a renovarnos para la próxima Pascua. Hay vida debajo de nuestras cruces.
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