08/03/19.-
Mateo 9,14-15
En todas las religiones el ayuno es un método de purificación interior y una forma de abrirse a Dios y a su virtud. El ayuno corporal tiene que venir acompañado del ayuno espiritual. De este modo, al ayunar el ser humano no solo se enfrenta a su cuerpo, sino también a sus pasiones y a sus pensamientos.
Los monjes emplean el ayuno como remedio probado en la lucha para lograr la pureza de corazón, que constituye su verdadero objetivo. Para lograrlo los monjes utilizan distintos medios: la oración y la meditación, el silencio, el trabajo, el amor fraternal y el ayuno.
Con el ayuno los monjes dan comienzo a la lucha contra el vicio, contra los adversarios del alma a los que quieren contener entregándose por completo a Dios.
La buena comida y la buena bebida pueden provocar numerosas represiones. El sedentario desagrado y el vacío de lo más profundo del corazón apenas pueden aflorar. Mediante el ayuno nos encontramos con nosotros mismos, con los enemigos de nuestra alma, con aquello que nos mantiene presos por dentro. De este modo, puede aflorar lo que está en nuestro interior, nuestros deseos y anhelos incumplidos, nuestra avidez, aquellos pensamientos que giran en torno a nosotros, en torno a nuestro éxito, en torno a nuestras posesiones, en torno a nuestra salud, en torno a nuestra conformidad, en torno a sentimientos tan nuestros como la ira , la amargura y la tristeza. Mediante actividades o numerosos medios de auto consuelo que encontramos en la comida y en la bebida, se abren heridas que permanecían ocultas a duras penas. El ayuno nos descubre quienes somos. Nos muestra nuestros peligros y nos indica donde tenemos que comenzar la lucha.
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