La palabra de hoy nos viene bien para acompañar y fortalecer el camino de nuestra fe, fe que hemos renovado en esta Pascua, en esta Semana Santa. El sábado pasado era Sábado Santo yo los saludaba deseándoles felices Pascuas pero la Pascua sucedía recién en las vísperas de ese día sábado así que hoy nuevamente Felices Pascuas de Resurrección para todos. Yo tengo hoy especialmente una mirada de gratitud, de alabanza al Señor por el don de su Misericordia, por todo lo que nos ha ido dando. Yo tengo la experiencia extraordinaria de cómo Dios me ama, nos ama a los sacerdotes, darnos esa gracia incalculable de ser partícipes del misterio de la reconciliación, del perdón de los pecados para recibir y alojar nuevamente en el seno de la comunidad, de volver, reintegrar a la comunidad a través de la experiencia del perdón tantas hermanas y hermanos que han venido diciendo soy pecador, necesito de la gracia, recíbanme nuevamente, por favor, en el pueblo de Dios.
Que alegría ver el volver de tantos hermanos en esta Pascua y aún en estos días de la octava, nos hemos encontrado con unas experiencias muy lindas de personas de años de alejamiento de la fe, de vivir a los golpes, sufriendo y en esta Pascua recibir la gracia del deseo de volver al Señor, la gracia de la conversión fruto de la Pascua de Jesús, del costado herido del Señor, de sus manos, hemos recibido la Misericordia del Padre. Como no agradecer a Dios todo lo recibido, todo lo que nos ha venido gratuitamente y todo lo que ciertamente ahora tenemos que dar a los hermanos. Hoy la iglesia canta la alegría de la Misericordia de Dios que nunca abandona al hombre. Dios derramando su sangre, dejándonos sus heridas expuestas para que entremos en sus llagas y nos adentremos nuevamente en su corazón. Una de las cosas lindas es que nosotros podemos ser alegría para Dios, no hay que tenerle miedo al error, no hay que tenerle miedo a las sombras de la vida, al pecado ni tampoco tenerle miedo a Dios. Quien se asusta del pecado se asusta de Dios
Podemos decirlo así, claro que si, quien se asusta del pecado se asusta de Dios. Si nos asustamos del mal estamos vencidos pero no debemos asustarnos, debemos confiar no porque podamos vencerlo solos sino porque el Señor ya lo ha vencido. Porque el amor de Dios es más grande que la miseria humana es infinitamente superior el bien al mal y esto es una percepción, una constatación que nos deja la mirada del corazón limpio que quiere caminar, del corazón lleno de esperanza, del corazón que tiene los ojos de Jesús porque tiene el don sobrenatural de la fe. Esta es una percepción que queremos compartir y desde la cual nos queremos alentar unos a otros, el bien es más grande que el mal, no asustarse de las miserias y del mal porque sino también nos estaremos asustando de Dios. Aceptar que la misericordia de Dios actúa en este mundo maléfico, herido por el pecado, en esta conciencia, en esta historia de mi vida marcada por la experiencia de una falsa libertad
Sin embargo el Señor nos ha dicho en la palabra “No he venido a los justos, he venido a los pecadores y no son los sanos los que tienen necesidad del médico si no los enfermos” Estás palabras son para nosotros tan importantes, tan clarificadoras y nos definen lo mismo que hemos afirmado antes que no nos asustamos del pecado solo con humildad reconocerlo y acercarnos al trono de la Misericordia. Ese trono no es un sillón de oro con un rey con vestimentas y anillos de oro y con servidumbre a sus pies. Este trono es la cruz, es la presencia de Jesús en medio de nosotros crucificado y resucitado no negando sus llagas sino proponiéndolas, también en su condición de resucitado, para que, como decíamos antes, no dejándonos vencer por el mal nos adentremos a través de sus llagas, hasta lo íntimo de su corazón y hasta la intimidad de la comunidad ya que sin la comunidad no estamos en la presencia del Señor. Su muerte ha sido un vencer la muerte y su resurrección ha sido un recuperar la vida, una vida para todos
Para que nadie quede afuera como dice hermosamente San Pablo lleno de sabiduría y conocimiento del Señor “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” Que gran afirmación de San Pablo, que hermoso ¿no? Dios quiere que todos se salven por eso hablamos de la presencia, de la manera adecuada que nosotros tenemos de llegar, de comprender el amor de Dios, de dejarnos ganar por su Misericordia. Mirar el rostro misericordioso del Señor es mirar a aquel que ha vencido, cargando sobre sí el pecado del mundo, lo ha vencido y nos a recuperado a nosotros para la vida, eso es la misericordia, es el corazón de Dios cercano al hombre que herido por su miseria no podrá jamás restablecerse ni acceder al encuentro con Dios pero Dios ha venido en ayuda de nuestra debilidad. El texto de este domingo que vamos a compartir hoy tenés que buscarlo en San Juan 20-19-31
“Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos les dijo, la paz esté con ustedes. Mientras decía esto les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo, la paz esté con ustedes, como el Padre me envió a mí yo también los envío a ustedes y al decirle esto sopló sobre ellos y añadió, reciban el Espíritu Santo, los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que ustedes se los retengan. Tomás, uno de los doce de sobrenombre el mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron hemos visto al Señor. El les respondió, si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo en dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado no lo creeré. Ocho días más tarde estaban los discípulos reunidos en la casa y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo, la paz esté con ustedes. Luego dijo a Tomás, trae aquí tus dedos, aquí están mis manos, acerca tu mano, métela en mi costado, en adelante no seas incrédulo sino hombre de fe. Tomás respondió, Señor mío y Dios mío, Jesús le dijo ahora crees porque me has visto, felices los que creen sin haber visto. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos que no se encuentran relatados en este libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios y creyendo tengan vida en su nombre”
Lo primero que vamos compartiendo al leer esta palabra es “estando cerradas las puertas al atardecer del primer día, donde se encontraban reunidos los discípulos por temor, por miedo” y luego Jesús poniéndose en medio con ese saludo clásico y típico de El, la paz esté con ustedes. Lo primero, encerrados los discípulos, aislados, huyendo temerosos. Lógico, no podía haber otra posibilidad para la condición humana. Todos tememos ser perseguidos, ser calumniados, ser discriminados. Todos tenemos mucho miedo de ser pisoteados y basureados en la vida o tenemos también mucho miedo de perder la vida ciertamente. Ya cuando sabemos que vamos perdiendo la salud, que se nos van los años tenemos también muchos temores frente a muchos momentos de la vida, muchas inseguridades. A veces uno tiene las etapas de la vida de las personas, cuando en esas etapas se producen grandes cambios, la adolescencia, la edad más madura, cuando uno va dejando la juventud, cuando uno pasa a la edad mayor y los miedos a medida que avanza la vida.
También muchas veces avanzan las inseguridades y es más, se agigantan muchas veces las inseguridades y así muchas veces las personas que tienen temor viven como los discípulos, encerrados. Una de las tentaciones grandes de la vida es encerrarnos, aislarnos, miedo de enfrentar las realidades, temor de perder y todo ese fantasma esa como oscuridad que va invadiendo nuestra mirada no puede sino provocar una tristeza en el corazón y cuanta gente nuestra está triste, cuanta gente que no puede entender la vida, que solo puede esconderse y que tiene ganas de vivir, que tiene capacidad de soñar, de correr, de reír, de abrazar, de conectarse con el mundo que lo rodea y sin embargo está encerrada en su propia habitación. No en el sentido en que el Señor decía en la palabra “cuando ores entra a tu habitación y ora a tu Padre que está en lo secreto y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará” no en ese sentido sino encerrándose para aislarse no para la intimidad sino para el intimismo, para una opresión de la propia necesidad de vivir, de mirar, de reír, de soñar, una negación de sí mismo
Y esto le pasa a mucha gente. A veces nos preguntamos porque hay tantos depresivos en nuestro tiempo, porque hay tanta gente solitaria, amargada, sin sentido de la vida, porque tanta gente se siente que no sirve, que no vale, porque tanta gente se esconde. Quizás porque justamente lo que le falta es descubrir una luz, que alguien se presente en su interior. Yo creo que así como los discípulos encerrados en su propia habitación, tristes, amargados, sin fe, descreídos y desesperanzados y yo diría desamorados pobrecitos, como nosotros tantas veces, huyendo enojados, endurecidos y dolidos de la vida, como decía, no para la intimidad sino para el intimismo es decir para la anulación, la asfixia de nuestra persona. Y cuantos viven escapándole a la vida por miedo, por miedo de las llagas, por miedo del sufrimiento. Los discípulos están encerrados en el lugar por temor a los judíos. Que bueno que nos preguntemos a la luz de esta palabra cuales son nuestros miedos, todos tenemos algunos miedos en la vida y ¿a que le estamos teniendo miedo y porque le tenemos miedo?
¿Qué es lo que nos está faltando? Nos falta sentido, nos falta valor nos falta confianza nos esta faltando aceptación, credibilidad y cuantos elementos que vamos nombrando y ya están faltando porque el signo que domina mi vida es el miedo, el ocultamiento, el encerramiento y ¿Quién puede darme todo ese valor, esa ilusión, esa credibilidad, esa confianza en mí mismo, quien? ¿será cualquiera? Parecía que en el evangelio Jesús es esencial para el corazón que está encerrado y aislado, entenebrecido y descreído, pareciera que solo Jesús entrando en el corazón puede despertar algo nuevo, una llamada de atención. Aquello que parecía que ya no tenía posibilidad el corazón humano, ya no percibía, ya no tenía ganas de la vida, se aislaba. Sin embargo aparece Jesús y de golpe se despierta la atención, se despierta la capacidad de darse cuenta de cosas. Empezar a mirarse nuevamente. Los discípulos habían perdido la capacidad de la admiración, a veces nosotros también estamos sin admiración, como muertos en vida, viviendo automáticamente y caminando como zombis pero no tenemos capacidad de admiración
Que lindo ver que la presencia de Jesús despierta ese gran elemento, esa gran posibilidad que tiene todo ser humano, la capacidad de volver a admirarse, la capacidad del estupor que no está dormido en ningún corazón, también en el tuyo hay capacidad de admiración y de estupor, de gozo, de enamoramiento, de volver a empezar de volver a creer. Todo corazón conserva ese recurso, el mal puede ser muy grande en la vida pero nunca podrá aplastar definitivamente el corazón, dale una oportunidad a Jesús que quiere entrar. Y si Jesús resucitado entra sin abrir las puertas es porque el Señor puede entrar igual. Recordá en la palabra del Apocalipsis “estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre entraré y cenaremos juntos” El Señor pudo entrar porque los discípulos no podían comprender, los discípulos no estaban resistiendo al Señor solo no podían comprender. Jesús tenía que entrar por su propia fuerza y así lo hizo y se hizo presente en medio de ellos. Que lindo mirarnos un poco, quizás encerrados y aislados, descreídos y desamorados. ¿No será que Jesús está golpeando la puerta y quiere entrar?
Jesús llega deseándoles la paz. No podían los hombres heridos, sus discípulos sino estar quebrados y desanimados. Ayer veíamos en la palabra del viernes de octava de Pascua cuando Simón Pedro dice, bueno muchachos vamosnos a pescar, que vamos a hacer acá, vamosnos a pescar. Vamos nosotros también, dijeron los demás. Claro, Jesús ya no estaba que sentido tenía la tentación de refugiarse, muchas veces también la profunda tentación de volver al pasado, de esconderse como el pueblo de Israel, después de haberse quejado de la esclavitud egipcia, liberados de la esclavitud dicen, bueno pero antes en Egipto no pasaba esto o aquello en cambio ahora andamos por el desierto eh siempre la tentación de volver atrás. Como cuesta crecer, como cuesta caminar, aceptar las sorpresas de la vida, como nos cuesta entender a Dios, como nos cuesta sobre todo, aceptar que Dios se exprese de maneras nuevas. Esta es una de las cosas que tenemos que ir superando. Muchos desánimos se producen a partir de someterse a la tentación del retroceso, volver a lo seguro, volver a nuestro reducto, a nuestro dominio, a nosotros mismos.
Donde sentimos nuestro placer, donde la memoria nos trae seguridad en nosotros mismos. Así que un poco saber esperar la presencia del Señor y también ir pensando en abrir las puertas del corazón. Jesús, digamos se hace presente y El es el Señor y a El todo le pertenece aunque esté cerrado o esté abierta la puerta, a El todo le pertenece, El es el dueño de la casa. Un trozo de la carta a los Romanos que hoy la compartimos como lectura de las laudes dice así “ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí pero si vivimos, dice Pablo, vivimos para el Señor y si morimos para el Señor morimos. Tanto en la vida como en la muerte somos del Señor. Para esto murió Cristo y retornó a la vida, para ser Señor de los vivos y de los muertos” Esta expresión del cap. 14-7-9 de la carta a los Romanos, somos de Dios, El es el Señor y saben que, como dice el Apocalipsis, es el que tiene las llaves, El abre, El puede entrar, pertenece a los suyos, está aún en el mundo pero ya es el Señor de la gloria
El es el crucificado pero también es el resucitado y es el hombre nuevo, Jesús es el hombre nuevo. ¿Y como se presenta el hombre nuevo? Se presenta en medio de los discípulos temerosos, descreídos y aislados para sorprenderlos y despertar nuevamente su admiración y su capacidad de estupor. Y el saludo del Señor, que hermoso “la paz sea con ustedes” Este es el Señor. Siempre la presencia de Dios trae paz, siempre la obra de Dios pacifica y ordena el corazón. La paz del Señor hace fuerte el corazón, lo hace sereno, les doy mi paz, les dejo mi paz pero no como la da el mundo, dirá en otro momento a sus discípulos, porque la paz que busca uno en el orden humano es una paz que se puede perder con mucha facilidad, es una paz que se puede sostener si hay orden, si las cosas son conformes al querer y a la satisfacción de uno pero cuando la vida viene en contra, cuando surgen los problemas, cuando aparecen las carencias, cuando los desentendimientos provocan distancia entre nosotros se pierde la paz fácilmente se la pierde
En cambio la paz que trae el Señor es una paz para estar serenos en medio de la tormenta. Es la paz que hace que el corazón tenga la serenidad en medio de la guerra, esa paz da la unidad interior, ese es el corazón pacificado, ese es el corazón del resucitado. El Señor anuncia la paz porque la paz es el único lugar desde donde el hombre se puede dirigir con sentido en la vida. La persona que no tiene paz no puede tener claridad en el orden, en lo que tiene que elegir, en lo que tiene que percibir de la vida, en los pasos que tiene que dar. Si no hay paz no está eso, no está ese sentido de la vida, esa valoración, ese encontrar la razón de las cosas. Solo el lugar, el punto de partida del hombre nuevo es su corazón lleno de paz, de la paz del Señor y esa paz podríamos darle nombre de persona y es el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús resucitado que sopla sobre sus discípulos y los envía “Yo los envío como ovejas en medio de los lobos, vayan y anuncien” les dirá el Señor. Pero primero les anuncia su presencia y los pacifica
Que bueno que nos demos cuenta y pensemos en esto, nuestro corazón pacificado es la única posibilidad de poder dirigirnos con sentido, dar orden, lugar y valoración adecuada alas cosas que nos rodean. ¿Desde donde parte nuestra vida? Quizás desde las circunstancias, desde lo inmediato, desde lo urgente, desde lo que nos atropelle nos golpeé la sensibilidad y los sentidos externos permanentemente, desde la noticias, desde lo que se muda permanentemente, quizás vivimos allí, afuera de nosotros. Y hablando de esta paz podemos entender también aquellas palabras de San Agustín “tanto que te buscaba por fuera Señor y no me daba cuenta que estabas dentro mío. Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera de mí”, te buscaba por fuera y me retenían aquellas cosas, dice San Agustín, que me tenían que conducir a Ti porque yo estaba fuera de mí. Fíjense el planteo del saludo de la paz, La paz de Jesús es la que va a dar la fuerza, hace fuerte el corazón, lo hace sereno para percibir lo necesario y lo importante y para descubrir el designio de Dios y la voluntad de Dios
Y para eso es la paz, para eso el Señor viene a traernos el regalo Pascual de la paz. Cuando el Señor puede entrar en nuestro corazón se pacifica, se desapasiona, se abandona, se entrega el corazón. La paz también es un ejercicio que se define desde nuestra libertad no solo desde la entrada del Señor, tampoco el Señor entra por la fuerza, ya lo sabemos. “Estoy a la puerta y llamo, si me abren entraré y cenaremos juntos” Si me abren, por eso el desafío de aceptar al Señor en nuestro corazón es también el trabajo de rendir un culto a su Señorío, el homenaje de nuestro reconocimiento, reconocer a Jesús como Mesías, como Señor, como señor de la vida, como triunfador sobre el pecado y sobre la muerte. La paz del corazón implica un acto de fe, un acto de arrojo, un acto de abisbamiento, de abandono en la Misericordia de Dios, me entrego, me pongo totalmente en sus manos. No es un acto de magia que Jesús entra y ya está la paz lograda, la paz hay que alcanzarla, es también nuestra tarea, es nuestro trabajo y es esencial
Desde allí y solo desde allí puede haber un sentido auténtico de nuestra vida. Este es el regalo de la Pascua, se expresa en este saludo “la paz esté con ustedes” y es la entrega del espíritu para tener desde donde dirigirnos como hijos de Dios. Yo estaba pensando en la presencia del Señor en este saludo de la paz es una presencia comprometedora y como diciendo el Señor, a no perder tiempo muchachos. La paz, el corazón pacificado es el corazón capacitado para reconciliar. “Reciban el Espíritu Santo los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a quienes se los retengan” El envío de ejercer misericordia, el envío de reconciliar, estamos hechos para eso, el corazón humano esta hecho para el amor, para la reconciliación, para la credibilidad, para la confianza, para la reconstrucción de las personas. Por eso el Señor dona el Espíritu por que el Señor sabe que sin la gracia del Espíritu Santo no podremos vivir esta dimensión de la reconciliación. El hombre está llamado y no tiene paz hasta que no hay reconciliación.
¿Ustedes se dieron cuenta como sufrimos cuando nos cuesta perdonar o no queremos perdonar? Cuando el dolor nos gana el alma y cuando estamos heridos profundamente y sobre todo que mal estamos cuando aumentamos ese resentimiento, ese odio muchas veces. No he visto cosa más triste y más difícil de abordar que un corazón que tiene odio. El resentimiento y el odio cuantas veces dejan sin vida, sin la paz. Como sufre la persona que no tiene paz en su corazón, que está llena de odio, de resentimiento, de sentimientos de venganza y lo vemos a veces en nuestros medios de comunicación expresarse este odio, este resentimiento detrás a veces de la palabra justicia que tiene tanta verdad y tanta luz sin embargo entremezclado con ella sentimientos de venganza, de dañar, me hicieron daño, quiero devolver, ojo por ojo, diente por diente. Que vigente que está la ley del talión todavía en medio de los hermanos, que necesidad de que el Señor nos de un corazón pacificado, cuanto hay que morir para resucitar.
Yo diría, cuanto tengo que morir todavía a mis odios, a mis rencores, a mis resquemores y desconfianzas y dejar que el Señor me invada y me despierte. Hay un envío muy grande, no nos olvidemos, la misión del cristiano es reconciliar, recuperar, volver a conciliar, a hacer posibles las cosas y no es una misión basada en nuestras fuerzas y nuestros deberes, es una misión para la cual el Señor nos capacita. Antes de querer reconciliar los problemas de las distancias entre las personas, deja que entre el Espíritu Santo en tu corazón, que el Señor lo sople, que el Señor diga su Ruaj, su nueva creación, que vuelva a darte el Espíritu, que te renueve y te pacifique. Desde allí debes ser reconciliador no desde la obligación de perdonar, no desde la responsabilidad del perdón para lo cual tu condición humana no te está ayudando porque te sentís que no podés Olvídate de ese perdón responsable y aferrate y abrí tu corazón al Espíritu. Abrí primero el corazón a Dios, no pretendas resolver las cosas para encontrarte con Dios, primero encontrate con el Señor y desde allí empezá az resolver las cosas.
El Señor tiene la gracia, la paz que le va a dar a tu corazón es lo que va a hacer posible que tú puedas ser un instrumento de reconciliación y que falta le hace a nuestra Argentina a 200 años de su existencia, corazones que reconcilien, que recuperen, que sanen, que restauren. Que necesidad que tenemos por eso abrir el corazón al soplo de Jesús. Yo quiero que Jesús sople en esta mañana, que sople en tu mente y en tu corazón, que El te entregue su Ruaj, el soplo de vida nuevo, el Espíritu Santo para que El te pacifique, te reconcilie, te sane las heridas y te recupere interiormente. Te necesitamos, debes ser reconciliador. Yo diría, esta presencia del Señor para enviar a sus discípulos que continúan la misión del Hijo enviados por Jesús al mundo para hacer presente lo que Jesús acababa de hacer en ellos. No damos algo que nos pertenezca sino algo que nos da pertenencia, algo que nos incluye, nos incorpora y nos da identidad, fuerza, luz y sabiduría. En la vida todo es gracia para el cristiano, todo lo que vivimos es una experiencia de la Misericordia del Señor, es gratis por eso lo damos gratis has recibido gratuitamente, da también gratuitamente.
Y Jesús ha soplado el Espíritu sobre los discípulos, Jesús es el que posee el Espíritu y lo posee sin medida, como dirá San Juan en el cap. 3 del evangelio. Por eso puede donarlo, Jesús sopla, El es el artífice de una nueva creación, El es el nuevo hombre, la persona nueva. El es el que puede dar la novedad a la persona y recuperarla, El es el que puede dar el soplo del Espíritu porque lo posee en abundancia. Recordamos hoy que Jesús es también el que posee la Ruaj Santa de Dios y la trasmite para dar vida. Se viene a la mente y al corazón las otras palabras del evangelio de Juan “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” que lindo saber que el Señor sopla su vida sobre nosotros, la da, la entrega por todas las maneras posibles. Pero el Señor no quiere permanecer ni estar, sí no soplando su Espíritu permanece en medio de nosotros. El ahora lo sopla para dar una vida que no acaba, esto es lo grande de la resurrección del Señor, que su presencia en el interior, en el recinto, en el corazón de las personas es una presencia que dona el espíritu para una vida que no se termina jamás.
Nosotros no vivimos en la experiencia de Dios, en la fe, en el misterio de la gracia, no vivimos algo para ahora, para tener éxito o para tener algunas satisfacciones o logros o seguridades, nosotros vivimos para siempre. El Señor te ha dado el Espíritu para que vivas para siempre, indefinidamente y crecientemente, para que crezca sin cesar, para que madure en vos ese soplo del Espíritu. Y va a madurar en la medida que lo entregues. El papa Juan Pablo hablando de la misión decía que “la fe crece cuando se la entrega” Que afirmación tan real y tan concreta para nosotros, ahora que escuchamos estas palabras del Señor, “reciban el Espíritu, los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen” ya que el Señor nos manda nos envía a ser reconstructores, reconciliadores, ya que nos llama a dar misericordia. Demosnó cuenta que importante es ese don del Espíritu y que importante es que no nos reservemos esa vida. El que ha sido reconciliado debe reconciliar, para eso tiene el Espíritu. Solo el que se deja reconciliar por el Señor, amar y apacentar puede entonces tener la necesidad de amar y apacentar a sus hermanos
Tomás no estaba con los demás cuando el Señor se apareció, el no creía, quería ver y tocar sí no, no acepta y Tomás tiene esta gran dificultad que es la dificultad de tanta gente que no pueden creer todavía por el testimonio de los demás. Pero el Señor no abandona a nadie. Lo que más me llegó de esta parte de la palabra es la compasión del Señor con Tomás, la ternura y la misericordia del Señor. El Señor lo rescata a Tomás, le devuelve la fe, le exige, lo purifica pero le despierta nuevamente la fe. Nada es obstáculo para el amor de Dios El Señor aparece poniéndole sus manos diciendo “acá están las llagas de los clavos, acá está el costado de la lanza que me atravesó y de donde salió la sangre y el agua para que nazca la iglesia, vení Tomás, tocá, poné tu mano en el costado, toca con tus dedos las llagas de mis manos” como diciéndole, “Tomás, entrá en mí entrando en Mí entras nuevamente en la comunidad”
Que lindo ¿no? me dio esta impresión la palabra hoy meditándola decía, mira vos no podemos pretender vivir fuera de la comunidad, tenemos que cuidar nuestro sentido de pertenencia, la fe es un don para llegar a Jesús y para insertarnos en su corazón pero también se lo recibe en el seno de la comunidad, en la iglesia como pueblo que acoge el don de la misericordia y que lo distribuye. Y el Señor llamándome a entrar en El para ser esa iglesia viva, esa iglesia que anuncia la fe, esa iglesia que vive y que también va a comunicar la paz a sus hermanos. “Trae aquí tu dedo, aquí están mis manos, acerca tu mano métela en el costado. En adelante no seas incrédulo sí no hombre de fe” y la humildad de Tomás también “Señor mío y Dios mío” “Crees porque me has visto, felices los que crean sin haber visto” La gran bienaventuranza de la Pascua “felices los que crean sin haber visto” Porque esto manifiesta la Misericordia de Dios
Padre Mario José Taborda