04/10/2019 – Viernes de la vigésima sexta semana del tiempo ordinario
“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió»”.
Lucas 10,13-16
Una traba para el corazón agradecido, es la insatisfacción, y esto se supera por un don del Espíritu. El don de la gratuidad es una gracia.
Es un fenómeno raro, encontrar hoy este don entre la gente, porque en general buscamos reivindicar hasta el límite de lo exagerado la auto justificación y tenemos la impresión de que no hemos recibido en nada, lo suficientemente importante, como para que nuestra expresión sea “gracias”. Sino que todo lo hemos conseguido prácticamente sólo con nuestro esfuerzo, con nuestra industria, con nuestra dedicación.
Allí nos pone la sociedad del progreso, que además nos vincula al consumo sin límite, a las necesidades sin límites. Una sociedad que ha identificado el hedonismo con la felicidad y se ha equivocado en el camino de elegir el don de la posesión material, como la manera de la satisfacción, de sus necesidades más importantes y entonces ser y tener es lo mismo, y el que tiene quiere tener más, no se conforma, en el fondo se hace ingrato.
El corazón mismo de la insatisfacción es la incapacidad de gratitud que hay en nosotros. El corazón se va haciendo duro cuando no nos ejercitamos en el agradecimiento, terminamos por encerrarnos en nosotros mismos. Y nos vamos como incapacitando para la apertura, para la gratuidad ante la vida, con todo lo que ello tiene para ofrecernos de la vida misma.
Si nos ponemos a pensar nos vamos a reconocer agradecidos de todo lo que nos fue dado en la vida, aún aquellos golpes que podemos haber recibido de los que tantas veces nos quejamos.
Casi siempre algún porrazo en la vida nos deja un aprendizaje cuando nos damos la oportunidad para reflexionar sobre lo ocurrido. Perdimos un ser querido, perdimos un trabajo, sufrimos una enfermedad, hay una crisis profunda en el corazón, hay una dificultad dura de resolver en los vínculos de las relaciones.
Realmente el dolor humano cuando es asumido es una gran escuela. Tanto que Jesús armó su escuela discipular a partir de este eje en la curricula del ejercicio de su magisterio: “El que quiera aprender venga detrás de mí, que cargue con su cruz”, dice el Maestro. Por eso lo más duro tiene que ser agradecido.
Cuando hacemos ese ejercicio de agradecimiento desde los lugares más difíciles de la vida, el corazón se hace aún más grande y puede ser desde donde se comienza a hacer en la vida una gran acción de gracias.