21/11/19 – En este tercer programa sobre las virtudes de María y la religiosidad popular, el Padre Juan Ignacio Liébana nos presenta a María como la mujer humilde y agradecida
Partimos del texto bíblico de Lucas 1, 46-55 (el Magníficat)
“María primero escucha, luego dice que ‘Sí’ con una gran disponibilidad, sale sin demora para ponerse al servicio, a partir de este encuentro con su prima a María le brota un canto de alabanza,en eso nos vamos a centrar hoy”, comenzó diciendo el padre Juani.
“Ella en ningún momento se pone en el centro, sino que pone su mirada en Dios que es el autor de la salvación y entiende que ella es elegida para formar parte de esta historia, entonces con mucha alegría recita este canto de alabanza que es el Magníficat”
“Dios miro la pequeñez de su servidora” ella se reconoce humilde y justamente la humildad es la verdad. Viene de la palabra humus, que es tierra. Ella se reconoce parte de esta tierra, de ser creación de Dios, es amasada por Dios con infinito amor. Reconoce que todo es gracia.
“María es la voz de todos aquellos pobres que esperaban la redención de Dios, que viene a salvar a su pueblo a través de instrumentos que se saben humildes, disponibles, maleables en las manos de Dios”
El humilde enseguida nos remite a Dios, uno no queda anclado en la persona, sino que es un trampolín hacia Dios. En cambio el soberbio, que hace que nos detengamos en él, es el actor principal, quien hace todo. Los padres de la Iglesia la entendían a la virgen como la Luna, es alguien que brilla, pero con la luz que le provee este otro que es Dios, el actor principal.
“El corazón de María se expande en agradecimientos, es lindo en la vida encontrarse con gente agradecida, pero al contrario, resulta una pesadez encontrarse con gente que demanda o pide, o nunca están conformes con la vida, sienten que la vida les debe cosas.”
Uno agradece cuando descubre que todo lo que es y todo lo que tiene, no es algo que se nos debe. Cuando uno dice todo lo que soy, todo lo que tengo, es fruto de un amor, de alguien que me amó primero y gratuitamente, no ganamos la santidad con nuestros propios logros, sino que todo es don. Cuando uno se descubre amado, busca amar de la misma manera.
Está en nosotros el saber hacer silencio para descubrir de a poquito que no es mérito nuestro, sino que todo es don de Dios. La falta de alegría y la falta de paz vienen por querer constatar nuestras carencias y nuestros pecados.
“-¡Ah!, hermano León: créeme –contestó Francisco-, no te preocupes tanto de la pureza de tu alma. Vuelve tu mirada hacia Dios. Admírale. Alégrate de lo que El es, El, todo santidad. Dale gracias por El mismo. Es eso mismo, hermanito, tener puro el corazón. Y cuando te hayas vuelto así hacia Dios, no vuelvas más sobre ti mismo. No te preguntes en dónde estás con respecto a Dios. La tristeza de no ser prefecto y de encontrarse pecador es un sentimiento todavía humano, demasiado humano.” (Eloi Leclerc, sabiduría de un pobre)
María mira y se alegra en lo que Dios es. Si nos corriéramos un poco del centro reencontraríamos la paz, porque Él es el bueno, Él es el paciente, Él es el poderoso, eso fue lo que hizo María, en el Magníficat va describiendo todo lo que Dios fue haciendo en ella, pero lo mira a Dios, no se queda encerrada en su propia pobreza.
Así cuando recibimos gratuitamente, surge de la piedad popular esta necesidad de darle algo a Dios por lo recibido, es la propia persona que se ofrenda en su tiempo y en su materialidad.
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