Día 3: La parábola del hijo pródigo

viernes, 28 de febrero de 2020
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28/02/2020 – En el día 3 de nuestros ejercicios espirituales de San Ignacio, nos detenemos en la parábola del Hijo Pródigo.  “Un texto maravilloso porque podemos ver, imaginar un encuentro entre un pueblo herido con su Señor. Nace la decisión y la determinación de volver a las raíces, a su propio lugar, al lugar de origen.”

“El camino del Hijo pródigo es el que recorremos. Donde se siente y se ve la perdida del sentido el valor y el gusto por la propia vida. Cuando nosotros nos perdemos en el camino de la vida nos agarramos de cualquier cosas para aferrarnos a algo que nos de un ‘pequeño’ gusto de alegría.”

 

Momentos de la oración

 

1- Oración preparatoria.
2- Petición “vergüenza y confusión de mí mismo porque por mis pecados va el Señor a la cruz”.
3- Traer la historia Lc 15 .
El Padre de la misericordia nos atrae con su amor y ternura, para sacarnos del lugar de resistencia de la gracia de Dios. Volver nuestra mirada al rostro del Dios verdaderos, apartándonos de lo que nos aleja de El y acercándonos a todo lo que nos une a el.
Quiero reencontrarme conmigo desde el amor del Padre. En la misericordia del Padre está lo más auténtico de mí mismo. A ese lugar de misericordia caminamos hoy.
4- Coloquio.

 

 

Catequesis completa:

El capítulo 15 de san Lucas es el que mejor declara la noción de pecado en los Evangelios sinópticos. No es casual que sea precisamente el pasaje que con más ternura nos revela el amor de Dios.

1. La enseñanza principal de las tres parábolas de este capítulo 15 de Lucas recae sobre la misericordia de Dios, cuyo mensajero e instrumento es Cristo nuestro Señor: este quiere justificar su actitud respecto de los pecadores, actitud que precisamente es la del padre respecto, no sólo del hijo menor, sino también del mayor, invitado con insistencia a “celebrar una fiesta y alegrarse” por la vuelta del hermano (Lc 15, 32).

En la parábola, todo está centrado en el padre: sólo es mencionada su alegría, no la del hijo menor; su amor de padre sigue siendo incomprensible, no sólo para los servidores, sino para el mismo hijo mayor.
Por eso se ha dicho que en lugar de llamarse del “Hijo pródigo”, la parábola debería llamarse del “Padre misericordioso”.

2. Pero, además, de esta parábola se puede deducir una doctrina muy precisa sobre el pecado y su naturaleza.
La parábola opone dos nociones de pecado y dos nociones de justicia.

El hijo mayor, aunque no representa propiamente a los fariseos, tiene una idea de la justicia muy semejante a la de ellos, pues se funda en la noción de la retribución o mérito: esta justicia consiste esencialmente en salvaguardar el orden externo, mucho más que en las relaciones personales entre el hombre y Dios.
El hijo mayor comparte exteriormente, sin duda, la vida familiar, pero su alma es un alma de mercenario, no de hijo, ni, consiguientemente, de hermano.
El amor paterno al hijo menor constituye, para él, un enigma y como un escándalo: en su pensamiento, el pecado es esencialmente la violación de un orden externo, una desobediencia a un precepto, una trasgresión. Él no concibe que pueda haber pecado si no existe una trasgresión formal y exterior a él.

A esta concepción, típicamente judía, la parábola opone otra. No es que el pecado deje de ser una ofensa a Dios; por el contrario, el hijo menor lo repite en dos ocasiones (w. 18 y 21); pero todo está en saber dónde está la ofensa. ¿Está en haber despilfarrado la herencia familiar? Así lo juzga el hijo mayor (“ha despilfarrado tu herencia”, v. 30), de acuerdo con la idea que se había formado de la justicia y del pecado y así se la presenta con frecuencia, so pretexto de que la partida de casa no parece ser considerada como un acto de desobediencia.

Pero esta no es la enseñanza de la parábola. La enseñanza es que el hijo pródigo ha ofendido a su padre rehusando ser su hijo. Es decir, rehusando recibirlo todo del amor de su padre, pretendiendo no depender de él sino solo de sí mismo, como lo hizo Adán.

Este rechazo y esta pretensión fueron traducidos exteriormente por el alejamiento de la casa familiar (v. 13), según el esquema bíblico que concibe el pecado como alejamiento de Dios. De la misma manera, la conversión es concebida como una vuelta a la casa de Dios (vv. 18-20).

Por lo demás, el alejamiento espiritual –en el cual consiste el pecado-, así exteriorizado, se revela a la conciencia (v. 17: “entrando en sí mismo”); esta es la primera condición para que el retorno sea posible.

3. Precisamente este retorno del hijo es lo que alegra al padre: no el retorno con buena salud, como imaginan los servidores (v. 27), sino el retorno sin más (v. 32: “ha sido hallado”), porque es el hijo.
Más aun, a través de su pecado –o más bien, a través del perdón de su padre, que en cierta manera condiciona su pecado-, el pródigo, descubriendo el amor paternal, reencuentra –o experimenta, quizás, por primera vez -sentimientos de hijo.

4. El mayor, aquel que se cree justo so pretexto de que no viola ningún precepto –sin caer en la cuenta de que trasgredí el más importante de todos, precisamente el de ser hijo-, continuará viviendo en la casa familiar como un extraño.
En cuanto al hijo perdido y hallado, vivirá en adelante como hijo, como hasta ahora nunca había vivido.
Lo que no había conseguido por el camino de la “inocencia” lo conseguirá por el camino de la “penitencia”, como dice la Iglesia en la misa de san Luis Gonzaga:

“Señor, que asociaste en san Luis Gonzaga la práctica de la penitencia con una vida de admirable inocencia, concédenos, por sus méritos e intercesión, que sepamos imitar su espíritu de penitencia, ya que no hemos seguido el ejemplo de su vida inocente.”

“Dios escribe derecho con líneas torcidas”, como dice el refrán popular, sabiendo sacar mayores bienes de nuestro pecado.

 

 

Oración para el fin de semana:

Repetición del ejercicio dónde me fue muy bien (porque hay más gracia) o donde me fue muy mal (porque hay una gracia que me está esperando)