05/03/2020 – Se cuenta que un gran artista tenía en su taller dos rocas similares, muy bellas. Preparadas para una ocasión especial.
Cuando quiso comenzar a trabajar con una de ellas, ésta comenzó a quejarse, a maldecir, a rechazar el cincel del artista por todos los medios. El artista, apesadumbrado, dejó esa piedra en un rincón de su taller.
Fue a buscar la otra piedra. Y comenzó tímidamente a trabajarla. Con cincel y martillo unas veces, con limas y lijas en otras. Esta roca, a pesar de sentir inmensos dolores conforme el artista seguía trabajando, confiaba en él y lo dejaba trabajar. Día a día continuó su labor hasta que estuvo terminada. ¡Era una escultura magnífica! Toda una obra de arte; con detalles finísimos y de una expresividad que impactaba. Terminó exponiéndose en importantes museos en varios países.
A todo esto, con el paso del tiempo, en un rincón del taller, siguió estando tan sólo un viejo pedazo de piedra… intacto.
Así es como muchas veces actuamos ante Dios.
A veces, no aceptamos su intervención; nos quejamos, no queremos renunciar a lo que somos. Y Él no puede llegar a realizar la gran obra que tiene pensada para nosotros. No queremos perder nada, no queremos cambiar; y nos perdemos de llegar a ser aquello con lo que Dios sueña para nuestra vida.
O tenemos la oportunidad de dejar que el Gran Artista trabaje. Aunque nos implique bruscos y dolorosos golpes del cincel, tenemos la opción de dejarlo actuar, de confiar en Sus planes (que serán siempre mejores que los nuestros) y de llegar a ser una obra maestra de Dios. Aunque nos implique renunciar, a veces, a importantes pedazos de nosotros mismos y de nuestra vida.
Sólo así, podremos llegar a evitar ser, tan sólo, una vieja roca “intacta” en un rincón del taller…
Que la mano del Buen Dios nos guíe en la vida y que el Espíritu Santo nos haga dóciles a Su cincel.
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