Los israelitas perseguidos por los egipcios

viernes, 8 de octubre de 2010
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Texto introductorio

  “ La autoridad coherentemente democrática nunca minimiza la libertad, por el contario, le apuesta a ella. Se empeña en desafiarla siempre y siempre; nunca ve en la rebeldía de la libertad, una señal de deterioro del orden… está convencida de que la verdadera disciplina no existe en la inercia, en el silencio de los silenciados, sino en el alboroto de los inquietos, en la duda que instiga, en la esperanza que despierta…” Paulo Freire

Palabra Eje

Los israelitas perseguidos por los egipcios

 Cuando informaron al rey de Egipto que el pueblo había huido, el Faraón y sus servidores cambiaron de idea con respecto al pueblo, y exclamaron: “¿Qué hemos hecho? Dejando partir a Israel, nos veremos privados de sus servicios”.

 Entonces el Faraón hizo enganchar su carro de guerra y alistó sus tropas.  Los egipcios los persiguieron con los caballos y los carros de guerra del Faraón.

 Cuando el Faraón ya estaba cerca, los israelitas levantaron los ojos y, al ver que los egipcios avanzaban detrás de ellos, se llenaron de pánico e invocaron a gritos al Señor.  Y dijeron a Moisés: “¿No había tumbas en Egipto para que nos trajeras a morir en el desierto? ¿Qué favor nos has hecho sacándonos de allí?  Ya te lo decíamos cuando estábamos en Egipto: ‘¡Déjanos tranquilos! Queremos servir a los egipcios, porque más vale estar al servicio de ellos que morir en el desierto’”. Moisés respondió al pueblo: “¡No teman! Manténganse firmes, porque hoy mismo ustedes van a ver lo que hará el Señor para salvarlos. A esos egipcios que están viendo hoy, nunca más los volverán a ver.  El Señor combatirá por ustedes, sin que ustedes tengan que preocuparse por nada”.

 Después el Señor dijo a Moisés: “¿Por qué me invocas con esos gritos? Ordena a los israelitas que reanuden la marcha.   El Ángel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de adelante hacia atrás,  interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros.

 Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron,  y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas formaban una muralla a derecha e izquierda.  Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros y sus guerreros, entraron detrás de ellos en medio del mar.  Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos.  Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad. Los egipcios exclamaron: “Huyamos de Israel, porque el Señor combate en favor de ellos contra Egipto”.

 El Señor dijo a Moisés: “Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros”.  Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con las aguas, y el Señor los hundió en el mar.  Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a los israelitas. Ni uno solo se salvó.  Los israelitas, en cambio, fueron caminando por el cauce seco del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda.

 Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar,  y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor.