Ocupate de las cosas de Dios y Él se va a ocupar de las tuyas

martes, 26 de enero de 2021
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26/01/2021 – Hoy en el día que celebramos la memoria de los santos Timoteo y Tito, el Padre Matías Burgui propuso tres puntos para la reflexión.

 

1) La misión empieza por casa

Hoy San Lucas nos relata que además de los doce apóstoles, el Señor envió a otros discípulos, los 72. Estos setenta y dos eran probablemente todos los que Él había reunido hasta ese momento, o al menos todos los que le seguían con cierta continuidad.
Jesús, por lo tanto, envía a todos sus discípulos.

Esos 72 de los que habla el Evangelio, nos representan a todos los cristianos laicos. Cada uno de nosotros, somos misioneros, llamados a evangelizar.

Esto nos muestra que la tarea de anunciar el evangelio es un compromiso de todo bautizado. Ésta es una misión que no debe, ni puede reducirse sólo a la vida consagrada (sacerdotes y religiosos).Por el contrario, debe asumirse generosamente en la vida de todo discípulo de Cristo.

“Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.” (DA 29).

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Por eso hay que saber escuchar:
A veces, creemos que el Evangelio es hermoso, pero sentimos que la gente quiere otra cosa, que tienen otros interese. Por lo tanto, perdemos el entusiasmo por la misión.

Olvidamos que, en realidad, el evangelio es lo que los demás necesitan para ser felices, para crecer, para realizarse como seres humanos. Nosotros creemos que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque han sido creadas para que lo que el evangelio nos propone: La amistad con Jesús y el mandamiento del amor.

Por eso, somos misioneros. Cuando alguien se enamora y se siente cautivado por otra persona, necesita hablar de ella. Por más que trate de contenerlo, su nombre le viene a los labios, disfruta contando cosas del ser amado y le brillan los ojos cuando dice su nombre. No puede ocultar que está enamorado.

Si nos hemos dejado cautivar por alguien tan bellos como Jesucristo, entonces nos sucede lo mismo. ¿Cómo evitar hablar de él? ¿Cómo no desear que lo conozcan, que lo quieran, que lo descubran?

Si uno de verdad ha hecho una experiencia de ese amor, no necesita esperar mucho tiempo para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den cursos o largas instrucciones. Inmediatamente desea hablar de lo que ha encontrado y quiere comunicarlo a los demás. Los primeros discípulos, después de encontrarse con la mirada de Jesús, salían a gritarlo: “¡Hemos encontrado al Mesías!” (Jn 1,41).

A partir de la convicción serena y feliz de ser amados por Cristo, nosotros somos misioneros. Hemos recibido un bien que no queremos ni podemos guardar en la intimidad y, por eso, “anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre” (DA,30).

La primera motivación para ser misioneros es el amor de Jesús que hemos recibidos y el amor que sentimos hacia él. El mundo necesita discípulos y misioneros, y no hay duda que todos estamos llamados a serlo. Hay mucho por hacer en este mundo para que, como rezamos en el Padrenuestro, “venga su Reino” entre nosotros.

2) Agradecimiento y confianza

Y así como nosotros hemos recibido ese regalo de la fe por personas bien concretas. Misionar no es “llevar cosas”. Misionar es justamente generar cultura del encuentro. Cada cristiano tiene un anhelo inscrito en su corazón y es el de llegar a ser santo. Dios nos llama a que sigamos un camino y si lo escuchamos, podremos sacar lo mejor de nosotros mismos y ponerlo a su servicio. Algunos (muy pocos) son canonizados pero la inmensa mayoría son, lo que el Papa Francisco llama “santos de la puerta de al lado” o aquellos que hacen parte de la “clase media de la santidad”. Es decir, santos anónimos, que con sus buenas obras, bien intencionadas, pueden transformar su entorno, hacerlo más cristiano. Más humano. Esos que te acercaron. La santidad no consiste en pretender tener las cualidades del otro (por admirables y buenas que sean) sino en alegrarse con las propias y con ellas dar gloria a Dios. Se puede forjar desde las vivencias cotidianas como abstenerse de las habladurías, escuchar a un familiar que necesita ayuda o asistir y conversar con una persona necesitada en la calle. Ponete a pensar en esas personas que se encontraron con vos, que fueron instrumento, que te presentaron una novedad, que te hablaron de Jesús.

Fijate que la palabra de hoy nos ayuda a contemplar cómo nosotros estamos dejando que Dios actúe en nuestras vidas. La motivación más profunda es ser fieles al amor de Jesús y a la misión que nos encomienda. Timoteo y Tito son santos de la primera época del Cristianismo, obispos, discípulos de san pablo. Qué bueno preguntarme si soy testimonio de Dios. ¿cómo va tu testimonio? En el evangelio de hoy, el Señor manda de dos en dos, en clave de comunión. No somos francotiradores de la fe. La providencia se manifiesta a través de los demás. Ocupate de las cosas de Dios y él se va a ocupar de las tuyas.

Claro, confiar en la providencia es dejar el “síndrome del yo yo” para que sea más Jesús. Por eso la misión no es un acto, es una actitud.

Misionar no es irse lejos. Muchas veces pensamos que la misión ocurre en otro continente o en otro país. O en el interior de nuestros pueblos y de nuestras ciudades. Y en realidad la misión pasa todos los días: pasa en mi casa, pasa a la vuelta de mi casa, pasa el colegio, en la facultad, pasa en el colectivo, pasa en el tren. Pasa con mis amigos. Pasa con mi novio o con mi novia. Pasa en todas las realidades del mundo. Es decir nosotros tenemos que pensar que ser misionero no significa tener que dejar necesariamente el propio país, la propia tierra, o el propio barrio para empezar a misionar. Uno se hace misionero cuando asume como modelo de vida el querer seguir firmemente los pasos de Jesús y por tanto comprometerse en la construcción de un mundo más justo, más fraterno y más solidario. La invitación me parece que hoy es a no irse lejos, si no a quedarnos cerca: misioná en tu propio barrio, misioná en tu propia facultad, misioná en tu propia escuela, misioná en tu propia familia.

3) Viví la comunidad

El evangelio de hoy nos habla acerca de no sólo el grupo de los 12, sino también de 72 discípulos, a los que Jesús envía en parejas, de dos en dos, a evangelizar; a anunciar la llegada de la Buena Noticia del Reino de Dios entre los hombres. Los manda de dos en dos y les da las indicaciones necesarias para poder realizar esta tarea. Misionar no es “cortarse solo”. Siempre que se misiona, se misiona en y como Iglesia. Entonces esto de alguna manera nos involucra en una doble dimensión: primero yo formo parte de una comunidad que misiona, yo formo parte de una iglesia que misiona. Yo formo parte un grupo, una parroquia, un movimiento, pero una iglesia al fin que misiona. Y yo soy parte de eso. Y lo que busca también la tarea del misionar es generar Iglesia.