La semilla germina y crece, aunque no sepamos cómo

viernes, 29 de enero de 2021
image_pdfimage_print

29/01/2020 – En la Catequesis de hoy, junto al Padre Matías Burgui, reflexionamos desde el evangelio del día donde Jesús nos invita a detener la mirada y descubrir como el reino crece a nuestro alrededor por obra suya (y colaboración nuestra).

 

“Entonces, cuando ustedes me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; cuando me busquen, me encontrarán, porque me buscarán de todo corazón, y yo me dejaré encontrar por ustedes” (Jr. 29, 12-14).

Hoy el Señor nos habla de su reino, como se realiza y como de algún modo tenemos que comportarnos en él. Este capítulo cuarto del Evangelio de Marcos usa la parábola mediante la alegoría de la siembra. Hoy hemos estado reflexionando con la parábola del sembrador que había salido a sembrar, había esparcido con generosidad la semilla del Reino en todos los terrenos, sin importarle demasiado cuál era cuál de éstos terrenos. Con generosidad sembraba la semilla. Y la sembraba con esperanza.

El que siembra siempre está apostando al futuro. El que está en el campo de algún modo se somete a los ritmos de la naturaleza pero confiando en ella, de la misma manera, el sembrador ha esparcido la semilla en todo el campo, al voleo pero con generosidad. El Evangelio de hoy nos va a presentar a nosotros dos parábolas, la primera de ellas es la del grano sembrado, ésta semilla que crece por sí sola. Y la segunda, el grano de mostaza, tan pequeñito y se convierte en un gran árbol en donde hasta los pájaros del cielo pueden venir y anidar en él. Son dos comparaciones distintas.

1) Esperanza

Las parábolas que nos regala el Evangelio de hoy, constituyen el llamado de Jesús a que nosotros, sus discípulos, amemos lo pequeño, lo humilde, lo oculto, lo sencillo. Para avanzar, especialmente en la vida espiritual, no alcanza con el famoso “ponete a rezar”. Si no acompañás la oración con acción, es como querer avanzar con una sola pierna. Dios no espera que hagas todo de golpe (ni solo), sino simplemente pequeños pasos, pero sinceros. Ahí entra la esperanza, en saber que la obra es de Dios.

Y sí, es necesario hablar de la ansiedad (una tentación frecuente). Generalmente llega cuando ves algo que te gustaría cambiar en vos y querés hacer esa transformación de la noche a la mañana. Entonces nos empezamos a comparar y, tarde o temprano, nos frustramos. Me acuerdo que en la escuela tenía un profesor de tornería que nos hablaba con un lema a la hora de trabajar en el torno: “lento, pero constante”. Así obra Dios en nosotros.

Que los cambios sean lentos no te tiene que desanimar. Todo lo contrario: es una oportunidad para empezar a disfrutar los procesos. El Espíritu Santo, que es el que impulsa nuestro deseo de acercarnos cada vez más al amor de Dios y dejarnos transformar, tiene sus tiempos, pero no te apura. Sabe que nosotros cambiamos dando pequeños pasos, llegando poco a poco a las cosas grandes a través de cambios pequeños que se van sumando. No es todo o nada. Es poco a poco.

Todo cambio implica crisis, dicen. La buena o mala: es oportunidad para revisar motivaciones (lo que hace que hagas una cosa y no otra). Dejá que el Espíritu Santo te impulse a dar esos pequeños pasos. Lento, pero constante.
¿Por dónde te sugiere Dios caminar?

2) Alegría

A veces tenemos la tendencia de estancarnos y quedarnos cómodos en lo que tenemos y hemos conseguido. Es un peligro. Por eso mismo, un pequeño paso siempre es en realidad algo inmenso. Hacé la prueba: fijate todo lo que has avanzado desde que te encontraste por primera vez con Jesús. Tal vez haya mucho por mejorar, pero Dios se alegra por cada paso que das (porque los da junto con vos). Todo eso que a lo mejor te parece demasiado pequeño, Dios lo ve como algo enorme. No será todo lo que se puede hacer, pero en este momento es todo, porque es lo hoy pudiste. Los pequeños cambios son así. Parecen insignificantes, pero en realidad son avances enormes.

¿Cuántas veces creíste que lo que hacías no tenía sentido o que nadie se daba cuenta de tu esfuerzo? ¿Pensaste en alguna oportunidad que nadie te llevaba el apunte solamente porque no escuchaste el “gracias”? Un pensamiento a veces viene al corazón: “¡Esto es tan injusto! ¡Lo único que siempre quise fue hacer cosas buenas para los demás y ahora me tratan de esta manera!” Y sí, puede que el desánimo invada de vez en cuando. Pasa que vivimos en un mundo en donde parece que el mérito lo es todo y que todo llega con trabajo, esfuerzo y dedicación. La pregunta de fondo es cuál es la motivación (lo que hace que hagas una cosa y no otra). En otras palabras: ¿por qué hacés lo que hacés? ¿Para que te reconozcan o por amor? El mismo Señor nos da una clave: acordate de tu Padre que ve en lo secreto (Mt 6, 1-8).

San Pablo nos orienta: “No nos cansemos de hacer el bien” (Gal 6, 9). No te canses de hacer el bien porque Dios no te suelta de la mano. A Dios no se le escapa nada: Él ve lo bueno y también lo que tenemos que mejorar, Él te conoce mejor que vos mismo. Por eso sabe lo que te cuesta y también tus motivaciones. Y es que eso es lo lindo de trabajar para el Señor, que todo lo que hacés tiene un valor especial para Él, porque Él sí lo valora, porque Él sí te ve y por eso viene en tu ayuda. Aunque no siempre lo reconozcas.

¿Qué te parece si hoy te animás a levantar un la mirada? Que nada te desanime, que nada te quite la alegría de seguir a Jesús. Que a pesar de no recibir lo que esperás de los demás, sigas haciendo el bien, porque no estas para recibir reconocimientos, sino más bien para reconocer a través de tu trabajo lo que Dios ya hizo por vos, dándote vida y vida en abundancia. ¡Ánimo! Viví en alegría.

3) Capacidad de asombro

El mismo Jesús lo dice: “Donde está tu tesoro, está tu corazón” (Mt 19, 21). Hacer el bien siempre es bueno, pero si encontrás aquello para lo que fuiste soñado, mejor. El Señor nos invita a revisar por qué hacemos lo que hacemos y a revisar si en el fondo verdaderamente se encuentra Él. ¿Qué intenciones hay detrás de lo que hacemos? En otras palabras, ¿nuestro amor, nuestros actos buenos, para qué son, para quiénes son? ¿Nuestro amor a Dios y al prójimo, qué busca? Acordate que la voluntad de Dios está en lo que te apasiona, ahí está tu plenitud. ¿Te apasionan tus motivaciones? Uno no se cansa de lo que ama. Y si todavía no encontraste ESA motivación, no te desanimes, no dejes de buscar porque el que busca encuentra. No dejes de hacer lo que amás, ahí está Dios. Te dejo el desafío.

Somos “Sanadores Heridos”… “Llevamos este Tesoro en vasijas de Barro” (2 Cor. 4, 7)

Porque vamos en fragilidad: no somos mejores que aquellos a los que les llevamos la  palabra o el consuelo. No somos los fuertes que se inclinan hacia los débiles, no somos los puros que se dignan acercarse a los pecadores. Somos hombres y mujeres pecadores, que confiamos en la Misericordia de Dios y proclamamos. Hombres y mujeres frágiles tirados en los brazos seguros del Señor, que queremos decirles a todos que en esos brazos paternales hay sitio para ellos. Somos hombres y mujeres que apenas tienen cinco panes y dos pescados, pero que los entregan para que se multipliquen entre las manos abiertas del Señor. (…). No estamos llamados a quitar ni a anestesiar los dolores, pero sí a acompañar y a dar sentido. No vamos a solucionar todos los problemas, pero sí vamos a abrir ventanas de esperanza para que la gente no se asfixie en ellos. No vamos a dar la receta mágica a las angustias de los solitarios, de los enfermos, de los presos; pero sí vamos a apretar fuerte sus manos como Jesús a Pedro que se hundía, vamos a nombrarlos con ternura como Jesús a la Magdalena embriagada de tristeza, vamos a decirles ‘no están solos’ como Jesús a los discípulos enviados a Jerusalén (…) dice Henri Nouwen.

Qué lindo vivir así, descubriendo que tenemos mucho para compartir a los demás, pero siempre con y desde Dios. Ojo, pienso que darse cuenta ya es una gracia para combatir el pesimismo y estar atentos. Nadie da lo que no tiene y nada tenemos que no hayamos recibido. Por eso lo compartido tiene un gusto distinto, por eso dando(te), sos más vos. Claro, Jesús se nos da y creemos en el misterio de un Dios que se nos comparte.