"El lugar está deshabitado y la hora está ya pasada; despide a la gente."
…Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron:– El lugar está deshabitado y la hora está ya pasada; despide a la gente para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos.Pero Jesús les dijo:– No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos.Ellos respondieron:– Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados. – Traiganmelos aquí, les dijo.Y después de ordenar a la gente que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la gente. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
La ambientación en la cual se desarrolla la escena la conocemos por boca de los discípulos: "El lugar está deshabitado y la hora está ya pasada." ¿Pasada para qué? Si era el atardecer, seguramente ya pasada para la cena. Los discípulos, con tanta gente alrededor, están preocupados por la hora de la comida. Probablemente, de su propia cena. Y el lugar está deshabitado. ¿A quién recurrir? No somos más que este puñado que estamos aquí, y pronto va a ser de noche, y habrá que andar a oscuras y más lento, y además con hambre. La solución propuesta por los discípulos es despedir a la gente, y que cada uno vaya a comprarse algo de comer. Después de haber estado juntos alrededor de Jesús, que se dispersen y que cada uno solucione el problema de la comida por sus propios medios.Pero Jesús no despide a la gente, al contrario, hace que la gente se quede y se quede más cómoda, recostada en la hierba. Y reparte lo que hay. Los discípulos pasaron de ver a la gente como problema o como adversaria de sus proyectos -la propia cena- a ser colaboradores para que todos comieran. "Comieron todos", dice el texto, o sea que obviamente en ese todos también están los discípulos. En este lugar deshabitado, sin nadie a quien recurrir, todos y todas los que estamos acá, con la presencia de Jesús, comimos con lo que teníamos y quedamos saciados.Y recién después Jesús – y no los discípulos – despidió a la gente.Al comenzar el relato los discípulos quieren que Jesús despida a la gente para que vayan a buscarse ellos su propia comida. Después de haber compartido la comida entre todos, después de que comer no fue un acto individualista por el que cada uno sacó sus monedas y compró su pan, sino que comer fue poner en común frente a Jesús lo que teníamos… entonces sí, después de esto, Jesús no tiene problema en despedir a la gente. Jesús había curado a sus enfermos y había saciado su hambre. Y lo más importante: no los había dejado a merced de sus escasas posibilidades individuales. No había permitido que cada uno comprara la comida que pudiera – como era el deseo de los discípulos -. Jesús estaba allí para que todos y todas, los discípulos, cinco mil hombres y las mujeres y los niños, comieran juntos.
Como miembro de esta sociedad, profesional universitaria con mi trabajo y mis posibilidades económicas -aunque sean las posibilidades económicas que da vivir en la Argentina- tengo los medios suficientes para ir y comprar mi comida. Para buscarme un refugio yo en este lugar deshabitado y procurarme mi alimento. La cuestión es que con las transacciones comerciales se calma el hambre pero el espacio sigue estando deshabitado: me compro mi comida y la como en mi casa. Creo que no podemos los cristianos seguir denunciando simplemente que esta sociedad neoliberal es individualista mientras nos vamos contagiando y confundiendo en ella.Como discípula, a veces también siento la "molestia" de que mi cena, que yo me compré con mis monedas, se demore por las necesidades de los otros. La tentación de resolver mi cena, la de mi esposo, la de mi familia, la de mi grupito, y que los demás, bueno, que se arreglen con sus medios. Que vayan ellos a comprarse su comida a otro lado. La transformación de los discípulos en este texto es tremenda: de querer sacarse el problema de encima pasan a poner lo que tienen y colaboran en la distribución. Con lo cual, también quedó resuelto el problema de la cena de ellos.De las muchas lecturas que tiene este pasaje, hoy quiero rescatar esta. El Evangelio como esa palabra que nos asegura que la solución no siempre es dejar que cada uno se arregle como pueda. Que nos incita permanentemente a confiar en que es mejor comer con otros. Que las escasas posibilidades individuales pueden resolver el problema si no nos dispersamos. Que cualquier lugar deshabitado e inhóspito puede convertirse en espacio de relaciones. Que poner los propios panes en común no me obligará a renunciar a mi cena sino, al contrario, la transformará en abundancia, banquete y fiesta.
María Gloria LadislaoDel libro “Palabras y Pasos”, Ed. Claretiana