En el nombre de Jesús

viernes, 16 de marzo de 2007
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Vayan por todo el mundo, les decía Jesús, y anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará y el que no crea se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: Arrojarán a los demonios en mi Nombre, hablarán nuevas lenguas, podrán tomar a la serpiente con sus manos, podrán beber un veneno mortal y no les hará ningún daño, impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán.

Marcos 16,  5 – 18

Cuando uno busca la salud integral de su persona y el bien para los demás, el camino que el Señor elige es muy claro cuando da las últimas indicaciones, en éste Evangelio de Marcos que acabamos de compartir, a sus discípulos a la hora de ser portadores de la Buena Noticia. Primero anuncien la Buena Noticia, éste es el Reino de Dios, lo demás llega sólo, no hay que apurarse.

Uno tiene que ocuparse de Jesús y el Señor se ocupa de uno. Esta es la clave con la que el Señor abre el camino de la Buena Noticia para el corazón de los discípulos y desde allí para todos aquellos que son invitados a recibir éste mensaje de salvación o de sanidad. Las palabras salvación y sanidad son sinónimos, tienen una misma raíz etimológica y significan lo mismo. Podemos hablar de salvación o de sanación también.

Y Jesús, de hecho, cuando se encuentra con aquellos que van a ir recorriendo caminos con El les ofrece la salvación y dice: “Tus pecados te son perdonados, queda sano, vete no peques más”. Sin duda, la salvación, la sanación, viene por el camino de ser rescatados del pecado. ¿Y qué es el pecado? Es la ruptura con Dios, la ruptura de nuestra vida de amistad, de familiaridad, de cercanía, de alianza, con el Señor. Justamente la Palabra lo que hace es recuperar ese vínculo de amistad, recuperar ese vínculo de reconciliación con Dios que nos hermana a El y nos hace familia de El.

Por eso el Señor dice claramente en su Palabra que lo primero que tenemos que hacer es buscarlo a El y todo lo demás se va acomodando en la historia. Es el “Señor”, para qué preocuparnos tanto por tanto si en realidad lo que importa y lo que debe ocuparnos es El. Es que es nuestra falta de confianza lo que nos pone en esa situación de preocupaciones y no nos deja ocuparnos de lo más importante, vivir en Dios y hacer vivir a los hermanos en la presencia de nuestro Dios.

“Vayan por todo el mundo”, y nos dice Jesús después de haberles regalado una y otra vez la experiencia de la sanidad para ellos por la Gracia de la Resurrección. El Señor los rescata de la oscuridad, del temor, del encierro, del miedo a correr la misma suerte que el Maestro, de ser perseguidos.

El Señor les devuelve la confianza porque les dice “Soy yo, aquí están mis manos, miren mi costado, éste soy, no soy un fantasma, estoy vivo en medio de ustedes, no tengan miedo”. Te lo dice Jesús en ésta mañana: ¿Qué te da temor en la vida, a qué tienes miedo si Dios está con vos?”. Pablo lo expresa hermosamente  en la carta a los Romanos 8,  cuando nos dice: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?, ¿las tribulaciones, las angustias, las persecuciones, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?. Como dice la escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte, se nos considera como a ovejas destinadas al matadero, pero en todo obtenemos una amplia victoria gracias a Aquél que nos amó. Es el amor de Dios el que abre los caminos” .

Entrégate a su amor con ésta oración hermosa de entrega en el amor que nos ha dejado éste sacerdote, buscador de Dios, entregado constantemente a la espera de las promesas de Dios, Carlos de Foucauld: “Padre, me pongo en tus manos, has de mi lo que quieras, sea lo que sea te doy gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo con tal que tu voluntad se cumpla en mi y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Padre, te confío mi alma, te doy gracias con todo el amor del que soy capaz, porque te amo y necesito darme a Ti, ponerme en tus manos sin límites, sin medida, con una confianza infinita, tan sólo porque Tu eres mi Padre”.

En ésta experiencia de anunciar la Buena Noticia y anunciarla con poder, con la certeza de que lo que la Palabra dice así es, de que nosotros, proclamando la Buena Nueva, vamos armando con Jesús, Jesús va haciendo con nosotros y nosotros con El un camino de redención y de salvación, con signos y prodigios, como hemos visto en éstos días en la vida del Padre Emiliano Tardif, tiene así características tan particulares como la vida de tantos Santos que fueron acompañados por la fe que tenían de aquella Palabra de Vida con la que el Señor nos dice: “ Ustedes hagan en el anuncio del Reino lo que tienen que hacer y los acompañarán signos y prodigios que van a testificar que Yo voy con ustedes: expulsarán los demonios, decía Jesús hoy en la Palabra, es decir, liberarán los caminos, podrán las manos a los enfermos y van a sanar, pero, el orden es claro, primero anuncien la Buena Noticia.

No se trata de “milagrerismo” ni de “curanderismo” ni tampoco de andar buscando los signos de Dios, no busquemos los milagros de Dios sino al Dios que hace milagros. No busquemos los regalos de Dios sino al Dios que hace muchos regalos. Parece un juego de palabras pero las cosas están bien claras, primero hay que ponerlo a El, por delante, con la certeza absoluta de que Dios quiere para nosotros lo mejor. Por eso cuando pedimos a Dios algo no debemos pedirlo “si vos querés”, no, si tenemos la certeza, por el discernimiento, de que lo que estamos pidiendo es un bien para nosotros, tenemos que pedirlo con fe de “poder”, “te pido esto”, como lo pide un niño que está necesitado de comida y se la pide a su madre. En vez de decirle a la madre: mamá dame la teta si vos querés”, no, llora, clama, pide, hasta que la mamá le da la teta.

Así también nosotros con Dios. Tenemos que orar como rezan los niños por sus necesidades, con la certeza de que hay alguien que nos está escuchando, que es nuestro Dios, que tiene mucha preocupación por nosotros y que nos va a dar lo que necesitamos si se lo pedimos con fe y con confianza. Ahora, ¿por qué pedirlo con fe y con confianza?, porque en la fe y en la confianza se desarrolla nuestro vínculo con Dios que es lo más importante, mucho más allá que cualquiera sea la necesidad por la que atravesamos. Porque podemos tener riqueza o pobreza, salud o enfermedad, buen nombre o no, fama o difamación, pero si estamos con Dios, como dice el apóstol, qué importa, qué interesa. Lo más importante es su presencia, lo más importante, lo absoluto para nuestra vida es su amor.

En la vida de Emiliano Tardif esto es realmente impresionante, cómo y de qué manera Dios ha ido acompañando su ministerio sacerdotal en ser un instrumento de la sanidad desde la predicación. “Curar, decía Tardif, sin anunciar la Buena Nueva de salvación es curanderismo, a eso Dios no lo quiere. La sanidad que Dios obra la presenta siempre en un contexto de evangelización decía Tardif. Jesús envía a sus apóstoles a evangelizar y evangelizando transforman la vida y curan a las personas. “Un día, cuenta Tardif, estaba comiendo cuando alguien me preguntó indiscretamente ¿Padre, usted está seguro que tiene el don de curación? Yo no podía contestar inmediatamente así que todos se quedaron mirando esperando mi respuesta, entonces dije: bueno, estoy seguro que tengo la misión de evangelizar, los signos y curaciones acompañan siempre la predicación del Evangelio, siempre, siempre.

Lo digamos una y otra vez, siempre acompañan signos al anuncio de la Buena Noticia, pero primero la Buena Noticia. Yo simplemente predico y oro mientras Jesús va haciendo su sanidad en el corazón de las personas que reciben el anuncio. Así hemos hecho de equipo, uno trabaja con el otro. La última palabra del Evangelio de Marcos, decía Tardif, es muy elocuente: Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos, y confirmando la Palabra con las señales que los acompañaban”.

Cuenta un testimonio muy bonito entre todos los muchos que trae éste libro “Jesús está vivo”: “Durante el congreso de Quebec en 1974 me pidieron un taller sobre los signos que acompañan la evangelización. La sala de conferencias estaba llena, con unas 2000 personas más o menos. Como había mucho ruido en el pasillo exterior, dejé mi “holder” sobre el escritorio y yo mismo salí directamente a cerrar la puerta para estar más recogidos. En el pasillo estaba una señor en silla de ruedas que tenía cinco años y medio sin poder caminar, la invité a entrar pero ella me respondió: yo quería entrar pero no me dejaron pues la sala está llena y no puedo caminar. Venga le dije, y empujé la silla, cerré la puerta y comencé mi conferencia insistiendo en la importancia de anunciar a Jesús resucitado que sana, salva a todo hombre y a todos los hombres, di el testimonio de mi curación, te acordás aquella que te conté de la curación del pulmón de Tardif cuando estaba con aquella enfermedad tan grave, y el no creía, y un grupo de hermanos oró sobre él y al poco tiempo el médico le dijo: acá hay un milagro”, de eso habló Tardif en aquella conferencia . “Di el testimonio, subrayé la importancia de testificar las maravillas del Señor en nuestra vida, mientras tanto una persona se puso de pie y argumentó: yo soy cristiano y creo en Dios pero también soy médico y creo que antes de afirmar que estamos curados debiéramos tener un examen médico que certifique la curación como lo hacen, por ejemplo, en Lourdes. 

Decía Tardif: “Usted como médico tiene derecho a hacerlo pero cuando uno siente la sanación, como fue mi caso, no se queda esperando que le digan los médicos para dar gracias a Dios. El replicó diciendo que deberíamos ser más prudentes y mil cosas más argumentando con palabras que yo no entendía. Sus razones eran como un hielo que caía sobre la asamblea, pues yo no sabía que contestarle. Cuando todo se estaba viniendo abajo por la “prudencia y sabiduría” entre comillas, de éste médico, la señora de la silla de ruedas a la que yo había introducido a la sala sintió una fuerza que la levantó y comenzó a caminar por el pasillo de la sala. Por un accidente de automóvil cinco años y medio antes, había tenido una delicada operación y le habían quitado la rótula, por tanto, médicamente ella no podía volver a caminar, pero el Señor la levantó ante el aplauso y la admiración de todo el mundo. Unos lloraban y otros la felicitaban. Su nombre era Helena Lacroix, al llegar al micrófono nos dio su testimonio. Cuando terminó de hablar y mientras la gente aplaudía me dirigí al médico y le pregunté si creía que deberíamos esperar un examen médico o si podíamos comenzar a dar gracias a Dios ya. El médico se tiró de rodillas al suelo, era el más conmovido de todos, se sentía penado y avergonzado de haber hecho el ridículo, yo le dije: no se preocupe, Dios quería hacer un gran milagro hoy y usó a usted para manifestar su gloria diciendo: Como el Padre Emiliano no te puede contestar yo si lo hago”.

Que el Señor nos dé respuesta también a nosotros sobre todo, en aquellos lugares de la vida donde sentimos que de verdad nosotros tenemos que salir de algún modo adelante y que a pesar de intentarlo no podemos porque hay algo que dentro nuestro nos está trabando, algo que en el pasado nos ha dejado una herida, y a pesar de que uno se confiesa, revisa su vida, intenta arrancar una y otra vez sobre el mismo lugar, se pega un tropiezo.

El Señor hoy quiere liberarnos de eso trayéndonos la gracia de la sanidad interior, la gracia de la curación interior de aquellos lugares que emocionalmente denotan que nosotros estamos necesitando de esa presencia transformadora de Jesús.

En esto de acercar a Jesús a los otros, de llevar la presencia del Señor a los demás, es clave, importante, determinante, pedirle al Señor, o entrar en todo caso con el Señor en su propio corazón y tener con El los sentimientos que Jesús tenía, compasión. Qué hermosa que es la Palabra cuando nos muestra a Jesús así, sintiendo con el dolor del hermano, “llorando con el que llora, riendo con el que ríe”, como dice Pablo.

Cuando Jesús hace la multiplicación de los panes lo que ofrece en la multiplicación es su corazón compasivo. Dice la Palabra: “sintiendo compasión de ellos porque estaban como ovejas sin pastor” y que es compadecerse, es meterse en el cuero del otro y entender lo que el otro está sufriendo con lo que le pasa.

¿Quién da éste don? Lo da el cielo. Es una gracia que el cielo da el poder tener éste sentir empáticamente lo que mi hermano siente aunque no me ocurra a mi, lo que le ocurre a otro me empieza en cierto modo a ocurrir a mi porque entro en la vida del otro y soy capaz de acompañarlo en el camino en lo que más duele, más cuesta, menos respuestas se tiene.

Esto a donde está el corazón del otro es lo que transforma la vida, porque en última instancia lo que cambia el sentido de la vida y transforma la vida, sana, cura, es el amor, y el sentimiento de compasión y misericordia en el corazón de Jesús es el que verdaderamente, tomando el nuestro, nos permite estar cerca de los hermanos y en el amor ofrecerles esa presencia de Dios capaz de poner luz en medio de la oscuridad, poner alegría cuando hay tristeza, traer gracia de transformación donde parece que la cosa está muy trabada y no puede cambiarse.

Esta presencia compasiva de Dios, del Dios de la misericordia, con los sentimientos de Cristo, éste sentimiento de empatía con el corazón del hermano lo regala la oración. En la oración, uno, cuando ora con amor y en el amor incluye a todos los que de alguna forma le han pedido oración o uno ha visto que necesitan de oración, en la oración uno conoce el corazón del hermano.

Pero no lo conoce como quien tiene un dato, o una información, sino que lo conoce desde adentro, es realmente una ciencia el amor. Es una ciencia que te abre al conocimiento de la interioridad del otro y Dios da esta gracia por el Espíritu, no para que andemos curioseando en la vida de los demás o teniendo información secreta, sino para que desde lo secreto que Dios nos revela del corazón del hermano nosotros podamos de verdad acompañarlos en el amor. Es lo que pasa con la madre y los hijos.

La madre lo ve entrar al hijo por la puerta de la casa y sin que le cuente en detalle de que fue lo que pasó con sus amigos, en el colegio, en la universidad, en su trabajo, lo descubre. ¿Cómo lo descubre? Algunos dirán: “la vieja es una bruja” pero en realidad la vieja no es una bruja, la vieja tiene el conocimiento que da el amor materno que le permite entrar en lo secreto del corazón del hijo, y esto que se da en este ámbito de vínculo Dios lo quiere para la relación entre nosotros con todos.

Son los sentimientos compasivos que Dios regala desde éste lugar de la oración donde nos abre sobre el dolor del corazón del hermano y desde ese lugar nos permite a nosotros hacer presencia de Jesús e invitar a sanar al hermano, confiando, entregándose, esperando, orando, presencia del amor de Dios que en la oración nos invita a sanar. Hay un modo de sanar el corazón humano herido y lo expresa la tradición de la Iglesia en muchas formas. La renovación carismática lo ha recuperado con mucha fuerza, es la oración en el Nombre de Jesús. Es la oración del “Peregrino ruso”, es la oración del que pronuncia el Nombre de Jesús, y es tan fuerte éste nombre que tiene la certeza de que pronunciado sobre la vida del que está sufriendo opera con “poder”, es la oración en el Nombre de Jesús. Es el único mediador entre Dios y los hombres y por eso “No hay otro Nombre, dice 1 Timoteo 2, 5, dado a los hombres para ser salvados sino el Nombre de Jesús”.

Sólo Jesús es capaz de transformar la vida, es capaz de liberar, es capaz de sanar las heridas. “Cualquier cosa que pedimos en su Nombre al Padre, dice Jesús en Juan 23, el Padre la escucha y nos la concede”. La oración en el Nombre de Jesús no se limita sólo a pronunciar el Nombre de Jesús sino ante todo tener la confianza en que orando El en nosotros y nosotros en El, el Padre siempre nos escucha.

Algunos en la oración de sanación y especialmente en la de liberación están repitiendo o cantando el Nombre de Jesús muchas veces. En verdad que hay salud, sanidad, poder, en éste Nombre. El nombre “Jesús” significa Dios salva, Dios sana, Dios cura, Dios transforma, son todos sinónimos.

Sabemos que la Palabra de Dios realiza eso que contiene. En el Nombre de Jesús se sanan los que necesitan de esta presencia, pero también, como desde siempre se ha orado, por la sangre de Jesús, o por las llagas de Jesús. Cuando nosotros imploramos por alguien en Nombre de Jesús estamos diciendo: Dios te cura, Dios te salva, Dios te sana, Dios te transforma, Dios te libera, Dios te abraza, Dios te ama.

Es el Nombre, es la presencia de Jesús que se comunica al otro, no hace falta que el otro se entere, o sí. Yo puedo ir por la calle, ver a una persona muy triste, agobiada, preocupada, y en ese mismo momento sin que el otro se entere, en el cielo se va a enterar, cuando nos encontremos, yo rezo por el y digo: “En el Nombre de Jesús, el Señor obre en tu vida”.

Tenemos tanto en este sentido para hacer y para trabajar, en la propia casa, en cada rincón, en el trabajo, con los compañeros o amigos de estudio, “en el Nombre de Jesús”, en el silencio, en la intimidad, sin que tome carácter grandilocuente, lo que hacemos con sencillez. También en la invocación de su Sangre, porque a veces detrás de una herida emocional, por ejemplo, hay una opresión, hay una obsesión, y hasta puede haber una enfermedad física. Si nosotros oramos podemos decir: “Por la sangre preciosa de Cristo Jesús te declaro libre de toda atadura y de todo mal que te está impidiendo vivir en la plenitud de vida de Jesús que es Cristo”.

Les acerco otro testimonio hermoso de éstos que nos da Tardif en su libro “Jesús está vivo”, es una carta que le llega a El desde Guatemala. “En la asamblea de oración por los enfermos me tocó sentarme a su espalda, en un nivel más bajo, por lo que no podía verlo. Únicamente lo escuchaba. Conforme usted hablaba yo me iba metiendo en ese mundo maravilloso de la presencia de Dios casi sin darme cuenta.

Como es Dios, es una brisa suave, es un susurro, es un murmullo, no es una cosa estridente, es presencia que va envolviendo. De repente comencé a darme cuenta de que algo especial estaba pasando, me sentí como flotar en el aire, me comencé a bañar en sudor y sentí la necesidad de glorificar a Dios en vos alta. Mis lágrimas salían, diría yo, copiosamente. Luego vino la oración por los enfermos. Usted nos hizo meditar en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, yo me imaginaba con toda claridad, en ese mismo momento me sentí sumergida en esa sangre preciosa, entonces mi llanto era de tristeza por mis pecados. El me dijo entonces: “Te amo”.

Y yo imagino que mientras ella escribe la carta se crea el silencio que la sorprendió con aquella palabra interior que Dios le regalaba. “En todos aquellos momentos de falta de comprensión y consuelo, ahí estaba Yo amándote”. Hoy que le escribo Padre vuelvo a llorar. En ese momento sentí que algo me hacía presión en mi estómago. El Señor curaba entonces mi vejiga y mi uretra que me había quedad en mala posición en los partos. Pasé toda la noche alabando al Señor sin poder dormir. De eso hace exactamente un año y no he vuelto a tener molestias, pero lo más importante es que a partir de haberme sentido inundada por la Sangre de Cristo han sucedido cosas maravillosas en mi vida espiritual”. En el Nombre de Jesús, la Sangre de Jesús, las llagas de Jesús, invocamos, aclamamos para que transforme nuestro interior, oramos por otros desde ese lugar con la certeza de la presencia de Dios que hace nuevas todas las cosas.