18/03/2021 – Hoy contemplamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Con ésta contemplación nos abrimos a la tercera semana de los Ejercicios Ignacianos, donde se nos invita a la elección de vida que va inspirando el Señor en nuestro corazón. La segunda semana ha sido para encontrar las señales que nos llevaban hasta donde Dios nos quiere, haciendo su voluntad amorosa. Un tiempo de confirmación que ocurre en el corazón y en señales concretas donde Dios te dice “es por acá, no lo dudes”.
“1.Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y de Betania, al pie del monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos 2.diciéndoles: «Vayan a ese pueblo que ven enfrente; apenas entren encontrarán un burro amarrado, que ningún hombre ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. 3. Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El Señor lo necesita, pero se lo va a devolver aquí mismo.» 4. Se fueron y encontraron en la calle al burro, amarrado delante de una puerta, y lo desataron. 5. Algunos de los que estaban allí les dijeron: «¿Por qué sueltan ese burro?» 6. Ellos les contestaron lo que les había dicho Jesús, y se lo permitieron. 7. Trajeron el burro a Jesús, le pusieron sus capas encima y Jesús montó en él. 8. Muchas personas extendían sus capas a lo largo del camino, mientras otras lo cubrían con ramas cortadas en el campo. 9. Y tanto los que iban delante como los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 10.¡Ahí viene el bendito reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» 11. Entró Jesús en Jerusalén y se fue al Templo. Observó todo a su alrededor, y siendo ya tarde, salió con los Doce para volver a Betania.”
1. El relato de Mc 11, 1-11 da la impresión de seguir más de cerca los hechos históricos y los detalles que nos ofrece no pueden sino ser conocidos por un testigo ocular (¿Pedro, cuyo discípulo era Marcos?): descripciones topográficas muy exactas, la naturaleza más bien sobria de las aclamaciones con insistencia en la nota israelita y real (“¡Bendito el Reino que viene de nuestro padre David”).
El relato de Marcos se caracteriza por su simplicidad, su falta de retoques literarios, considera el acontecimiento como el cumplimiento de una profecía –
Tres rasgos de la narración nos impresionan. Ante todo, que, por única vez en su vida, Jesús permite esta manifestación pública de su papel mesiánico. En segundo lugar, el empleo, de hecho extraordinario en Marcos, del título de Kyrios (Señor) para designar a Cristo. Y por último, es la primera vez que Jesús viene a la ciudad santa y entra en su templo.
¿Sería lícito ver, en esta última circunstancia, una referencia implícita a la profecía de Malaquías 3, 1 (“He aquí que vendrá a su templo el Señor a quien buscáis
Es evidente que Marcos reconoce en los hechos una manifestación de la realeza mesiánica de Jesús, aunque él se contente con dejar que los hechos hablen por sí mismos.
2. Mateo 21, 1-11 . ¿Qué papel juega el relato de Mateo? Se impone por su carácter mesiánico, subrayado ante todo por las referencias a las profecías. Pero hay indicios de que Mateo ha querido poner esta escena en paralelo con la entrada de los magos en Jerusalén (Mt 2, 1 ss.). La emoción causada entonces por la pregunta de los magos hace pensar con la que se produce treinta años después, cuando los habitantes de la ciudad santa rechazan reconocer en el humilde y pobre Rey –profeta de Nazaret, al Mesías de Israel: “Y al entrar él en Jerusalén toda la ciudad se conmovió” (Mt 21, 10-11).
3. Lucas sigue también la narración de Marcos, mas –como Mateo- la hace terminar con la purificación del templo.
Mencionemos los detalles que Lucas agrega a los relatos de Marcos y Mateo: precisa el lugar en el que comienzan las aclamaciones (Lc 19, 37: “Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos”). Introduce dos temas que le son caros, el de la alegría (Lc 1, 14, con nota de BJ) y el de la alabanza (2, 20, con nota de BJ). Pero su añadidura más importante es el canto de los discípulos (“Paz en el cielo y gloria en las alturas”) que recuerda el cántico de los ángeles en Belén, que sólo Lucas relata (Lc 2, 14, y que pueda significar una inclusión), con lo cual Lucas subrayaría el carácter universalista del Evangelio de Cristo, porque presenta a este como salvador del mundo entero (judíos y gentiles).
Uno se puede dar cuenta de la importancia que tiene, en el tercer Evangelio, la entrada triunfal en Jerusalén prestando atención a dos de los centros de interés de Lucas. Ante todo, se preocupa más que los otros evangelistas del último viaje de Jesús a Jerusalén y pone a la ciudad santa como el término de todo el movimiento dramático de su Evangelio (y, por eso, luego no menciona las apariciones en Galilea).
Por lo demás, uno de los temas favoritos de Lucas es el del papel del templo en la vida del Señor: su libro termina, como comienza, por una escena en el templo y su Evangelio de la infancia gravita alrededor del templo. Así resulta que más que en otros Evangelios, la significación religiosa de la entrada en Jerusalén es explotada a fondo: es la entrada del sumo sacerdote en el santuario para inaugurar el acto de nuestra redención (la muerte y la resurrección del mismo).
4. Juan es el único en precisar la fecha del episodio: tiene lugar al día siguiente de la unción en Betania (Jn 12, 12), que tuvo lugar seis días antes de la Pascua (Jn 12, 1).
Hay acuerdo entre los evangelistas sobre el sentido de la purificación del templo: es la inauguración de la actividad de Jesús en la ciudad santa (Juan al comienzo y los otros al final de su vida).
En este Evangelio, la resurrección de Lázaro es la causa inmediata de la muerte de Jesús (Jn 11, 45-53; 12, 17). Tanto con ocasión de la entrada en Jerusalén como de la purificación, Juan hace un mismo paréntesis: cuando la entrada, nota que “esto no lo comprendieron sus discípulos de momento; pero cuando Jesús fue glorificado cayeron en cuenta…”(Jn 12, 16); y, cuando la purificación del templo, Juan constata parecida falta de comprensión, pues dice que “cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso (del santuario de su cuerpo)” (Jn 2, 22).
Estas enseñanzas del cuarto Evangelio nos dan una respuesta definitiva sobre la significación de esos dos acontecimientos en la vida del Señor. Por consiguiente, nos dan la clave para comprender la falta de armonía aparente entre los diversos evangelistas y también sobre la cronología diversa de los mismos hechos: son la muerte y la resurrección de Jesús los que han revelado a los discípulos el misterio de Jesús cuyos dos principales rasgos son la divinidad y la dominación como Rey universal sobre toda la creación. En la inteligencia del hecho pascual, conferida el día de Pentecostés por el Espíritu Santo, don del Salvador resucitado, han captado que la entrada triunfal en Jerusalén no era sino una parábola actuada que significaba la realeza del Kyrios y que la purificación del templo, como profecía de un nuevo culto que tiene centro de gravedad en la humanidad exaltada de Cristo, implicaba su divinidad. Por consiguiente, los evangelistas, con las reminiscencias que les ofrecía la tradición, han hecho ver a sus lectores el sentido de ambos acontecimientos, o sea, su sentido pleno: en los sinópticos inicialmente y en Juan en el último estadio de la evolución de esta comprensión.
Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.
Petición: dolor, sentimiento y confusión, porque por mis pecados va el Señor a la pasión.
Traer la historia: la entrada de Jesús en Jerusalén (Mc 11, 1-11)
Coloquio: dialogo con el Señor sobre lo que se me fue moviendo en el corazón durante la contemplación.
Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración?
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