Jesús, la respuesta a las expectativas de la vida

martes, 20 de abril de 2021
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20/04/2021 – En Jn 6, 30-35, Jesús dice “Yo soy el pan de vida”, en realidad la expresión “Yo soy” es repetida varias veces en el Evangelio de Juan y se refiere a la presencia de Dios, que así se define cuando da a conocer su identidad ante Moisés.

Este “Yo soy” se pronuncia en medio de nuestras necesidades, haciendo crecer el deseo de encuentro con Dios.

La gente dijo a Jesús: « ¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo.» Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo.» Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.»

San Juan 6, 30-35

 

 

 

 

Purgar las expectativas

Purgar nuestras expectativas, quiere decir purificar nuestra atención hacia la vida y todo lo que de ella esperamos, purgar, purificar, modificar. Por un lado atenuar y por otro lado potenciar lo que en la motivación hay de la vida para lo que la vida tiene de mejor suyo para darnos y para ofrecernos. Lo entendemos a esto a partir de la pregunta: ¿qué señal nos dejas?

Es la pregunta del corazón humano que necesita de un signo que le ayude o que le permita dar un paso por el mas allá, saliendo del acá que apaga el alma y la encierra bajo el riesgo de perderse esclavizándose, ¿Qué señal nos das, para que podamos caminar, para que podamos dar un paso en vos? ¿Cuál es la obra de Dios que moviliza a la fe que nos ofreces?

Esta es la pregunta que le hacen a Jesús, la respuesta no se deja esperar: la señal que Yo les doy es el pan que trae vida para siempre, no fue Moisés el que les dio, es mi Padre el que les da y ahora se los da de una manera nueva en mi persona, porque Yo soy el pan vivo bajado del cielo.

Yo soy el pan, Yo soy la respuesta a las expectativas de la vida, Yo soy el que viene a traducirse en el alimento que da vida, en el camino de la vida de seguimiento discipular, de crecimiento, de madurez, sin duda el encuentro con las expectativas mas hondas que están grabadas en nuestro corazón es la que alimenta la posibilidad de dar pasos.

Alimentar el deseo

Es más por el deseo en la caridad, que por otro camino donde se alcanza lo que el corazón humano busca, anhela, es un abrazo el deseo de Dios en nuestro corazón que nos pone en comunión con Él, decía San Buenaventura. Es el modo real de tocar a Dios, la caridad despertada en nosotros, decía Santo Tomás de Aquino.

Es por el deseo, decía San Agustín, como crece y se alimenta en nosotros la expectación de Dios, es decir, la posibilidad de Dios. La expectación y la posibilidad de que Dios se manifieste, la apertura a que Dios se haga presente. Ese deseo crece por la caridad, en realidad la pregunta ¿qué señal nos dejas? Es una pregunta que nace del deseo.

Mi corazón tiene un deseo grande y ese deseo necesita ser colmado, con qué puedo colmar el deseo profundo que hay en mi corazón? Sin duda que no es con chucherías, ¿no? como de hecho la sociedad de consumo nos ha invitado en este tiempo a llenar esos espacios profundamente vacíos que el deseo mas hondo deja en el corazón y entonces equivocándonos realmente entendemos que es por el consumo y por la adquisición en el tener que podemos ir cubriendo esta necesidad honda y profunda.

El verdadero alimento, dice Jesús, es el pan que viene del cielo, y ese pan que viene del cielo soy Yo, “el que come de este pan no tiene más hambre” y el que bebe del cáliz que Yo le voy a dar, del vino que Yo le voy a dar, no tiene mas sed”, Juan 6 ,30-35 que forma parte de un largo discurso de Jesús en torno al pan de vida y El mismo como pan de vida, después de la multiplicación de los panes, que está en todos los evangelios y en San Juan tiene características particulares.

En el camino se espera el signo que indique el cómo, todo peregrinar humano en todos los tiempos ha estado en expectación en cómo y por dónde ir alcanzando la felicidad. Y esto es mirar hacia delante, adelante está la respuesta, la pregunta es clara ¿qué señal nos dejas?

La pregunta por el horizonte

Yo soy el horizonte dice Jesús, Yo soy el mañana, soy el presente. Que bueno encontrarnos con esta respuesta, saber que nos espera un después, por donde ir y que ese más allá donde se alimenta nuestro ser en expectación de lo que vendrá es Jesús, Jesús y su palabra, Jesús y su presencia.

Ese Jesús con el que anhelamos encontrarnos llega con mayor plenitud, cuanto mayor sea el deseo y la expectativa que tenemos de Él, cuanto mas vaciados de nosotros mismos y de todo está nuestro corazón. Jesús es la respuesta, es Jesús con la creatividad de su amor, haciéndose pan que da la vida el que en este caso, particularmente se presenta como el alimento, que si uno toma de Él no tiene mas hambre, si uno se prende a Él no tiene mas sed. Mirando a Jesús encontramos lo que en realidad estamos esperando.

Sería bueno preguntarte entonces en esta mañana, cómo es tu deseo de Dios, dónde crece tu deseo de Dios, cuáles son los lugares donde anhelas a Dios, dónde, desde que lugar de tu corazón expresas Señor vení.

Desde que circunstancias de la vida se hace un clamor y un grito tu anhelo y tu deseo, se reza más con los gemidos del espíritu –dice San Agustín- que con las palabras de la oración.

Siguiendo aquella expresión de Pablo, el espíritu gime en nuestro interior de una manera inefable, quiere decir, difícil de poder describir cuáles son las palabras que se expresan, porque justamente es el deseo del espíritu que trae el anhelo de Dios y es en la expectativa de lo que el espíritu suscita en nosotros como se purifica las expectativas del Dios verdadero, no hay sustitutos divinos, como a veces nosotros hacemos cuando nos vinculamos a circunstancias, a las cosas, a las personas, a nosotros mismos, poniéndolas en el centro y desplazando del eje central el misterio.

Mi alma tiene sed de Dios, tiene sed de Dios, tiene hambre de Dios, ¿cuándo voy a encontrarme con ese Dios vivo? Vos te das cuenta que eso pasa dentro tuyo, que en el fondo de tu corazón hay un anhelo profundo por el misterio de Dios en tu vida. Sería bueno que lo identifiques, suele aparecer cuando estamos solos, suele aparecer de cara a la maravilla de la creación, a veces también viene de la mano de un golpe duro de la vida, de un dolor profundo de una enfermedad, cuando contemplamos el mundo que se ve tan dislocado en su búsqueda, sin eje, sin centro, surge de ahí también la oración y el clamor.

¿Cuándo llegará el Dios de la vida? El que nosotros sabemos que tiene la respuesta para la humanidad. ¿Cuándo será el tiempo de su nueva y poderosa manifestación entorno a la humanidad? ¿Cuándo terminaremos de ver que verdaderamente el mal no es la respuesta de la humanidad sino el Dios vivo que vence el mal bajo todas sus formas, cuándo? ¿Cuándo Dios se manifestará más claramente?

Dónde expresas esto, porque cuando lo decimos el deseo se abre y la expectativa de Dios crece y purifica nuestra atención hacia la verdadera felicidad. Sencillamente nos preguntamos ¿cuándo llegaré a ver el rostro de Dios? Y lo hacemos desde aquellos lugares donde la pregunta nace como un clamor existencial, como un gemido del espíritu.

Hay momentos en la vida donde esta pregunta aparece existencialmente, y sin duda el momento donde esto aparece con claridad, este hambre de Dios que brota del deseo de Dios, de la expectativa que se pregunta por el pan que sacie y la bebida que calme es la oración. Van Thuan cuando habla de la Oración continua, de la oración siempre, dice:

Después de mi liberación muchas personas me dijeron: «Padre, ¿habrá tenido usted mucho tiempo para rezar en la prisión ?».
No es tan sencillo como se podría pensar. El Señor me permitió experimentar toda mi debilidad, mi fragilidad física y mental.
El tiempo transcurre lentamente en la cárcel, sobre todo durante el aislamiento. Imaginaos una semana, un mes, dos meses de silencio. Son tremendamente largos, pero cuando se transforman en años, se convierten en una eternidad. Hay días en que, aplastado por el cansancio y por la enfermedad, no llegaba a recitar una oración.

Pero es verdad: se puede aprender mucho sobre la oración, sobre el genuino espíritu de oración, justamente cuando se sufre por no poder rezar a causa de la debilidad física, de la imposibilidad de concentrarse, de la aridez espiritual, con la sensación de estar abandonados por Dios y tan lejos de Él que no se le puede dirigir la palabra.

Y quizá precisamente en esos momentos es cuando se descubre la esencia de la oración y se comprende cómo poder vivir ese mandamiento de Jesús que dice: «Es preciso orar siempre».