27/04/2021 – Compartimos el Evangelio en Mateo 9,35-38. Jesús dice “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”.
En estos tiempos donde la fatiga y el agobio están tan presentes en la humanidad, el Señor nos invita, a llegarnos con la compasión propia que nace de su corazón, a ayudar a la personas a encontrar que en su alma hay cosas tan buenas que aún no han salido a la luz. Ésta es la cosecha a la que se nos llama.
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. Mateo 9,35-38
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
Mateo 9,35-38
El Evangelio relata que “Jesús recorría todas las ciudades y aldeas… Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas “como ovejas que no tienen pastor”. Entonces Jesús dice a sus discípulos: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”. Estas palabras nos sorprenden, porque todos sabemos que primero es necesario arar, sembrar y cultivar para poder luego, a su debido tiempo, cosechar una mies abundante. Jesús, en cambio, afirma que la cosecha es abundante. ¿Pero quién ha trabajado para que el resultado fuese así y en medio de tanta riqueza sobreabundara el amor de Dios? La respuesta es una sola: Dios.
Evidentemente el campo del cual habla Jesús es la humanidad, somos nosotros. Y la acción eficaz que es causa del “mucho fruto” es la gracia de Dios, la comunión con él. Por tanto, la oración que Jesús pide a la Iglesia se refiere a la petición de incrementar el número de quienes están al servicio de su Reino. San Pablo, que fue uno de estos “colaboradores de Dios”, se prodigó incansablemente por la causa del Evangelio y de la Iglesia. Con la conciencia de quien ha experimentado personalmente hasta lo más hondo de su ser que la voluntad salvífica de Dios, y que la iniciativa de la gracia es el origen de toda vocación. Es en el corazón de los hermanos donde abunda esa riqueza, por eso el Apóstol recuerda a los cristianos de Corinto: “Ustedes son campo de Dios”. 1 Cor 1,3
La mirada ha de detenerse en el alma de mi hermano, mi amigo, mi vecino mis compañeros, como buscando entender que por encima de ciertas malezas, que hay en todo campo, por sobre todas las cosas abunda el buen trigo. Hoy queremos detenernos en el campo maravilloso de la vida fraterna y descubrir los frutos que hay en nuestros cercanos y reconocerlo con nombre y apellido. Puede ser fruto de la bondad, de la alegría, del servicio, de la mirada esperanzadora. Estamos llamados a trabajar para que aparezca lo mejor que está escondido en el campo de nuestros hermanos.
“El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); «¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!» (1 Co 9,16).” EG 9
Así, primero nace dentro de nuestro corazón el asombro por una mies abundante que sólo Dios puede dar; luego, la gratitud por un amor que siempre nos precede; por último, la adoración por la obra que él ha hecho y que requiere nuestro libre compromiso de actuar con él y por él.
El Señor obra con generosidad sin que nosotros hayamos hecho nada. La cosecha de valores, de dones y bienes, es sobreabundante. Necesitamos primero mirar con ojos creyentes el campo tan bien sembrado y trabajado en el corazón de cada hermano.
Muchas veces nosotros miramos la realidad con espíritu de sospecha sin vincularnos con lo bueno, noble y justo que el Señor ha puesto a nuestro alrededor. La cosecha es mucha, y eso quiere decir que la siembra lo es más aún. Si ensombrecemos la mirada y sólo vemos la maleza, implica que me estoy perdiendo la riqueza del evangelio. A veces la actitud poco creyente de la vida de Dios en medio nuestro hace que a veces le creamos más a la mirada de mundo llena de amargura y tristeza. Lo bueno, lo noble, lo bello y lo abundante de vida está allí, ya es una realidad para ser gozado.
En la exhortación apostólica “La alegría del evangelio” el Papa Francisco nos dice: La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos.
El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña.
El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora.
Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.
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