Gestos sorprendentes

jueves, 29 de abril de 2021
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29/04/2021 – En el Evangelio de hoy,  San Juan 13, 16-20, aparece la escena de la última cena, ahí Jesús tiene un gesto que sorprende, es un gesto profético, el cual, como inspiración de Dios en el profeta, rompe con lo políticamente correcto. Jesús está haciendo algo que supera todo lo esperado, lo hace como diciendo “sino hacemos algo distinto, las cosas seguirán como están”.

Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo: “Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican. No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí. Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy. Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió”.

San Juan 13,16-20.

 

 

 

 

Jesús sorprende con este gesto de lavarle los pies a los discípulos, como lo hacían los sirvientes con su amo. Como lo hace él humillándose pero no con el abajamiento del que no tiene buen aprecio por sí mismo, sino con el abajamiento que supone llegar hasta donde el otro está. Y acomodarse a su circunstancia. Propio del Amor que se adapta y se recrea para poder llegar hasta donde está el otro.

Jesús declara que da a sus discípulos un mandato nuevo que nace de una presencia nueva. De Dios el Padre. El que lo ha enviado a Él y el que lo ha puesto todo en sus manos. Recibiendo la ofrenda del Hijo, en la entrega hasta de la Vida por amor. Sin importarle más que amar. Hasta llegar a donde se encuentre el hombre perdido, sumido en aquello que le hace dejar de ser lo que está llamado a ser, la fuerza de iniquidad que atenta contra la vida en todos los sentidos. Para eso Dios ha inventado la manera de perderse entre los lugares de muerte para rescatarnos de la muerte.

Perderse en cuanto entregarse. Perderse en cuanto llegar hasta donde no es Él vida. Para llegar a los lugares de muerte donde nos encontramos y sacarnos de esos infiernos, para llevarnos al lugar donde él nos quiere conducir, a pastos abundantes, verdes praderas como Buen Pastor viene a nuestro encuentro.
Jesús les ha dado a los discípulos un mandato nuevo. Les prescribe que se amen mutuamente unos a otros. Ámense mutuamente.

Dice San Agustín ¿Es que no existía ya este mandamiento, en la ley antigua en la que dice amarás a tu prójimo como a ti mismo? ¿Por qué lo llama nuevo el Señor a lo que consta ya en el A.T.?
Quizá la novedad de este mandato consista en el hecho de que nos despoja del hombre viejo y nos reviste del nuevo. Porque renueva en verdad al que lo oye; al que lo cumple. Teniendo en cuenta que no se trata de un amor cualquiera sino de aquel amor a cerca del cual el Señor para distinguirlo del amor carnal añade, “como Yo los he amado”.

Y para que quede claro en qué consiste este amor, un primer gesto en la Última Cena.

 

Gestos proféticos

 

Jesús que se abaja para lavarles los pies a los discípulos. Los gestos sorprendentes en Jesús son siempre proféticos. Porque rompen los moldes establecidos y abren camino a lo nuevo que vendrá. Propio del profetismo de todo tiempo y propio del profetismo de Jesús. No dejarse atrapar por lo ya sabido o conocido, por lo establecido y fijado. Es un transgresor Jesús. Por la fuerza que implanta en su corazón la presencia del que lo envió, y con la cual está en profunda comunión, que viene a hacer nuevas todas las cosas, para esto es necesario derribar y construir sobre lo nuevo. Es lo que hace Jesús. Es lo que realiza el Señor con su presencia sorprendente.

¿Quién diría, que el Maestro, que el Señor, se pondría en el lugar del servidor y del esclavo? Es como el mundo al revés el de la Buena Noticia, es como lo no sabido. Para entender este mensaje y todo el mensaje de Jesús a lo largo del Evangelio, hay que animarse a desaprender lo aprendido. Y comenzar a aprender lo nuevo en un proceso de transformación personal, grupal, empresarial. En los cambios que se establecen frente a la novedad que plantea la nueva exigencia de ordenar la vida y de ordenarse en la vida para un mejor servicio, se enseña esto como primer mecanismo de aprendizaje. Hay que desaprender lo aprendido. Esto es decir no lo se. Esto es entrar en el no saber. Esto es abrirse a la novedad. Es lo que trae Jesús.

No lo hace como una estrategia de comunicación, lo hace con una fuerza de presencia que lo lleva a ir mucho más allá de lo esperado. ¿Quién esperaría este gesto? Nadie. Todos estamos sorprendidos. Jesús lavándote los pies. Lavándome los pies. Este lavarme los pies puede ser hoy una pregunta. ¿Qué necesitás de mí? ¿Qué te hace falta de mí? ¿Qué quisieras que haga por vos? ¿Qué esperás de mí?

A Jesús que se está acercando para lavarte los pies con este gesto tan sorprendente, animate a decirle lo que esperás, lo que necesitás, lo que buscás, lo que anhelás, lo que deseás de Él.

Él que está ahí, realmente para acercarse a ese lugar de deseo profundo de tu corazón y no sólo cumplirlo sino llevarte más allá de lo deseado, creando un deseo aun más hondo en tu corazón del profundo deseo que hay hoy en vos de su presencia, como respuesta a tus necesidades básicas y las más trascendentes.

Un amor que hace todo nuevo

 

El amor de Jesús nos renueva, nos hace hombres nuevos, herederos de un testamento nuevo, de un testimonio nuevo, capaces de cantar un canto nuevo. Este amor viene a tu encuentro con un gesto concreto y simple, te pregunta: ¿qué necesitás? ¿qué buscás? ¿qué deseás? ¿qué esperás? ¿En qué puedo servirte?

Este Dios al que queremos darle la vida, no se la podemos dar ni entregar sin antes recibir de parte de Él la entrega misma que Él hace de la vida. Por lo tanto antes de decidir amarlo y entregarle todo hay que decidirse a dejarle que se acerque y nos pregunte y nos conquiste con su presencia y nos atraiga con el amor que nos ofrece en Él.

Por eso hoy es tiempo de dejar que se acerque. Es el mismo Jesús que renovó antiguamente a los justos ese amor que transformó la vida de los patriarcas, de los profetas. De tantos santos, y santas, mártires, confesores, testigos de la fe, en todos los sentidos que hace de todo el género humano esparcido por la tierra, un nuevo pueblo en el cuerpo de la nueva esposa, del Hijo Único de Dios. De la cual dice el Cantar de los Cantares, “¿Quién es esa que sube ella toda resplandeciente de blancura?” Es la presencia resplandeciente del amor de Dios, que nos ha cambiado y nos ha hecho nuevos, lavándonos de lo antiguo.

¿Qué es lo antiguo? La desesperanza de que las cosas pudieran ser siempre como han sido, y sin posibilidad de que sean distintas. También esto para los que hemos experimentado ya el amor de Dios en otras circunstancias y nos parece que no hay nada nuevo por conocer. No es verdad.

Hay una novedad con la que Dios quiere visitarte. No es solamente para los que nunca fueron tocados por esta presencia de amor que transforma. También es para los que habiendo sido alcanzados por el amor necesitamos más, porque esta presencia de amor genera sed y más deseo.

Solamente cuando es así el encuentro con el Señor ha sido verdadero. Si no ha quedado atrapado bajo alguna coordenada de nuestro modo posesivo de amar, queriendo atrapar y queriendo no hacer al amor según ese amor suyo, desbordante, a nuestra pobre medida y según nuestra frágil, débil, y poca aspiración interior.

Ir detrás de la novedad de Jesús en lo cotidiano supone siempre estar como expectantes a una propuesta de camino novedoso, que nos hace dejar el camino andado para animarnos a andar al camino, que nos queda todavía por recorrer.