Los gestos humanos también tienen que ser gestos del Espíritu, expresión de los gestos de Dios para conmigo, manifestaciones de su amor encarnado. La «sensibilidad» profunda del amor es un don del Espíritu. En Dios y en su amor hay lugar para todo lo humano. En el amor se encuentra la resplandecencia de lo todo humano. En el amor –como en la fe- mientras más divino se es, más humano nos vuelve.