Seguir a Jesús

martes, 25 de mayo de 2021
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25/05/2021 – EL Evangelio de Marcos 10, 28-31 Jesús nos invita al seguimiento, a cargar con el peso de lo nuestro para avanzar, confiando en que en el camino se abrirán la oportunidades con las que vamos a ser bendecidos.

“Es tiempo de cargar la Patria al hombro.” El seguimiento de Jesús supone el compartir el camino haciéndose uno con los demás, especialmente con los que más sufren.

 

Pedro le dijo a Jesús: “Tu sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” Jesús respondió: “Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mi y por la Buena noticia, desde ahora en este mundo recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos en medio de las persecuciones. Y en el mundo futuro recibirá la vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros”

Marcos 10, 28 – 31

 

 

La expresión seguir a alguien en el Antiguo Testamento tuvo dos contextos distintos:

Primero expresaba el hecho de que un discípulo se unía a su maestro (como Elías, que renuncia a su familia, Re 19, 19-21); el gesto de Elías de arrojar el manto sobre Eliseo muestra que la iniciativa viene de una parte distinta del discípulo y que el maestro tiene un legado que Dios ha puesto en él respecto del discípulo.

Más tarde el rabinismo presenta otra imagen: la del maestro que va adelante, montado en un asno, y algunos discípulos que lo siguen a cierta distancia. Aquí aparece el seguir, el caminar detrás de alguien, reconociendo superioridad y dignidad.

Por otro parte, en el contexto más específicamente religioso de la relación del hombre con Dios, también se emplea el término seguir para condenar la idolatría. En el Antiguo Testamento se habla de seguir a otros dioses, y ese seguimiento nos lleva a la muerte, por el camino de considerar dios lo que no lo es.

Elías ilustra bien la opción necesaria entre las dos actitudes). Al dirigirse al pueblo les dice: si Yavéh es Dios, síganlo; si Baal es dios, sigan a éste. Es decir, si el que representa las fuerzas del mal, Baal, es dios, sigan al mal; si el que representa las fuerzas del acto de amor más grande, la creación, y el que tiene en sus manos a la historia, es el Dios que ustedes reconocen, sigan a este Dios.

El seguimiento nos pone siempre frente a dos posibilidades; es una opción, una elección, frente a la que Dios, en algún momento de la vida, nos pone de cara a lo que construye nuestra vida, y de cara también a lo que nos hace daño, a lo que nos destruye. Mover el corazón al seguimiento para encontrar en ese camino lo que Dios tiene reservado para nosotros.

En el Nuevo Testamento la expresión seguir a Jesús no tiene un sentido uniforme, sino varios sentidos pluriformes. Por un lado, hay una invitación al que se abre al seguimiento de Jesús por la atracción que Jesús despierta; por otro lado, hay una llamada directa del Señor: “Sígueme…”. El seguimiento de la multitud se diferencia (por lo superficial) del seguimiento personal de Jesús que los discípulos hacen por el llamado del Señor para formar parte de la comunidad de los doce. Y aquí también se nota una diferencia entre el estilo de Jesús (el que llama es el Maestro) y el estilo rabínico (el discípulo busca un Maestro en el cual verse reflejado). En el caso de Jesús, claramente la iniciativa viene de Él: “Sígueme…”.La presencia de Jesús genera una atracción tal que la persona se siente invitada a dejarlo todo para quedarse con Él, el tesoro escondido. La gracia de Dios mueve el corazón cuando es Jesús quien llama a dejarlo todo.

En la medida en que hagamos foco sobre lo que nos atrae del Señor podemos allí detenernos, y en el vínculo con Él descubrir a dónde nos lleva, sin preocuparnos tanto qué dejamos, cuánto por qué elegimos lo que elegimos. ¿Qué nos atrae del Señor: su bondad, su entrega, su Señorío, su amor, su cercanía?

La expresión “Sígueme…” es la más característica de los llamados que Jesús hace; aparece en los cuatro Evangelios. Hay una palabra que utiliza Jesús para establecer el vínculo discipular con Él, y es ésta:

“Sígueme…”. Una invitación a decidirse detrás del Maestro, su vida y su enseñanza. El verbo seguir hace pensar en primer lugar en la relación que se establece entre el Maestro y el discípulo, quien lo reconoce como “Maestro”, es decir, como alguien que esconde dentro suyo una doctrina que trae vida y que muestra un camino. “Sígueme…” por el camino.

 

Condiciones del seguimiento

 

-Dejarlo todo: hay una radicalidad en la opción. Esto es lo que no se da en el joven rico del Evangelio, porque le cuesta dejar sus bienes. No se puede seguir al Señor y estar prendido a sí mismo, a los propios intereses, al propio querer, siendo que justamente la invitación es a conformarse con el querer del Maestro. A veces coincide (la mayoría de las veces), pero a veces no coincide. Por eso el parecer del Maestro está por encima del propio gusto y parecer. Y aquí es donde más se ve dificultada la decisión interior del seguimiento, porque a veces implica ir en contra del propio camino y querer; hay como una contradicción. Acá se pone en juego el seguimiento de Jesús en la clave de cruz: el que quiera seguirme, que cargue con su cruz.

-Disposición interior a dejarlo todo: cargando también la dificultad que a veces supone el hecho de lo que a veces uno quisiera, para hacer lo que Dios quiere. Jesús le dice al joven rico: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». En este discípulo, en su querer, en su adherir a Jesús, todavía no está el encuentro tal que le hace dejar todo. La posibilidad de dejarlo todo y, aún más, de ir en contra del propio querer y parecer, la actitud obediente a lo que el Señor marca, es fruto de un encuentro que nace de un amor que puede más que todo. La obediencia al querer de Dios no es una imposición externa que determina un comportamiento estereotipado, marcado por ausencia de libertad; al contrario, la obediencia en fe al querer de Dios brota de un amor que puede más que lo más querido, lo más amado, lo más deseado y esperado.

Cuando Dios llama, y llama a la radicalidad, invita también a dejar cosas muy amadas y muy queridas. Y esto no solo en la vida de los consagrados, sino que también puede, de hecho, pasar en la vida laical. Por ejemplo, en un trabajo, hay cosas que son legítimas, pero por la radicalidad de la elección que uno ha hecho, dejan de ser legítimas. Otro ejemplo: cuando uno ha hecho evangélicamente una opción de vida en austeridad, no es ilegítimo que uno tenga mayor posibilidad de acceso a los bienes económicos y por ende mayor trabajo, mayor disponibilidad de tiempo para el servicio en esa tarea que se le pide; pero cuando eso atenta contra la opción evangélica que ha hecho en austeridad, para poder tener disponibilidad al servicio del Reino (y, por ejemplo, es llevado en todo caso a un mayor compromiso en el mundo, determinado por el valor económico o el bienestar o una mejor posición), eso deja de ser legítimo para la persona, cuando ella ya ha hecho una opción en otro sentido; y por lo tanto atenta contra la integridad del proyecto que una está tratando de llevar adelante. Entonces allí el discernimiento se hace clave, para entender que es lo que Dios verdaderamente está pidiendo.

Sin duda que el seguimiento a Jesús nos pide radicalidad. Quien se ha dispuesto a vivir detrás de Jesús, siente en algún momento, en su propia carne, que algunas cosas que son legítimas, que no están mal, no son para uno. Dios no solamente llama a lo bueno, sino a lo mejor. Ésta es la máxima de la perspectiva ignaciana en los ejercicios. El más tras más al que invita Ignacio para seguir a Jesús no es simplemente “no hacer el mal”, sino “hacer el mejor bien”, cómo hacer el mejor bien, cómo elegir lo mejor; cómo elegir entre dos bienes, el mejor bien. Acá es donde aparece la radicalidad en el vínculo con Jesús, y tiene que ver con cosas muy concretas de nuestra vida