Una mirada con discernimiento

miércoles, 23 de junio de 2021
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23/06/2021 – En Mateo 7, 15-20 Jesús nos propone a través de una comparación entrar por el camino del discernimiento.

No está en la declamación de principios donde se define el sentido de la vida para las personas, para la comunidades, para las naciones sino que se ve en las acciones.

“Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.

Mt 7,15-20

 

 

“Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1 Tes. 5, 21)

No es fácil encontrar lo que uno busca para ser feliz, pero el que encontró el tesoro, como dice la parábola, es capaz de venderlo. Tal y cual como lo experimentó Salomón, el don de la sabiduría es el tesoro más grande. Es gracia de discernimiento de espíritu que le pedimos al Señor en este día.

“Discernir” viene del latín y significa “identificar”, reconocer. Hacemos un discernimiento cuando con prudencia juzgamos la toma de conciencia y los movimientos interiores que experimentamos, a fin de distinguir cuáles debemos seguir y cuáles resistir. La prudencia se tendrá al juzgar la conveniencia o no de cierta actitud, más que el juzgar el origen de esa moción. “la prudencia aspira a ir al fondo de las cosas, sopesando bien el valor de los signos y de los testigos. La prudencia humana fácilmente juega ‘a lo más seguro’, y debe ceder paso a la prudencia sobrenatural, la que no teme reconocer una acción de Dios en y para su Iglesia” (Card. Suenens)

“El discernimiento de espíritus es el conocimiento íntimo del obrar divino en el corazón del hombre; es don del Espíritu Santo y un fruto de la caridad” (cf. Flp 1,9-11- Ordo Paenitentiae)

Para que haya discernimiento tiene que haber un camino espiritual, personal y comunitario. No se trata de ningún método para descubrir la Voluntad de Dios, sino de un modo de madurar nuestra fe y de vivir según el Espíritu desde la voluntad de Dios.

No discernimos entre lo bueno y lo malo, se da por supuesto que en madurez jamás elegiríamos lo malo o lo que está mal, por ende ni se lo tiene en cuenta. Se elige entre lo bueno y lo mejor, intentando descubrir por dónde amar más, ser mejor, crecer en identificación con Jesús, encarnar mejor el evangelio, etc.

El discernimiento puede referirse a nuestra conducta personal, a nuestras actitudes espirituales, al campo de nuestras opciones concretas. También se aplica a la conducta global de la comunidad cristiana, a los movimientos de espiritualidad y de pastoral, a las tendencias de renovación eclesial, a las diversas ideologías que atraen a los hombres de nuestro tiempo, etc.

También se aplica a las experiencias carismáticas (visiones, profecías, etc.) y místicas, a las luces y movimientos interiores que nos orientan. La clave para discernir está en dónde se ejerce la caridad. El Papa Francisco lo advierte, y dice que además de en libertad moverse en el Espíritu no dejen de tocar la carne de Cristo en los pobres.

En la manifestación que sea y como quiera moverse el Espíritu en nosotros, si nos conduce a la caridad es verdaderamente del Espíritu, sino… es otra paloma pero no el Espíritu Santo. El término hacia donde conduce la vida del Espíritu es el ejercicio concreto de la caridad y eso supone seguir saliendo de nosotros mismos.

La importancia de saber discernir se desprende no sólo de la enseñanza apostólica (ver Mt 7,15; 1 Tes 5, 21; 1 Cor 14, 20; 1 Jn 4, 1-3) sino también de la experiencia de los maestros de espiritualidad, que han comprobado la trascendencia que tiene en el camino interior de dejarnos guiar dócilmente por Dios a la santidad.

Por otra parte, en el campo del apostolado, ¿cómo podríamos entender la obra de Dios sin conocer sus intenciones? El salmista nos advierte que “si el Señor no construye el edificio, en vano se fatigan los obreros” (127, 1). Hoy más que nunca es necesario que escuchemos al Espíritu de Dios y colaboremos con Él en la obra que está realizando, sabiendo “discernir lo que agrada al señor” (Ef 5, 10).

El discernimiento se da como un don carismático del Espíritu y como una habilidad desarrollada desde el amor.

El carisma del discernimiento

Todo cambia y se hace distinto cuando aparece Dios en el camino. Hay que poner todo en las manos de Dios y aprendemos a hacerlo cuando entendemos qué es lo que Dios quiere, cómo es su estilo y su querer.

El discernimiento es un don gratuito del Espíritu Santo. San Pablo lo menciona en 1 Cor 12, 10: “….otro, reconoce lo que viene del bueno, del mal espíritu”

Como todo carisma, es dado gratuitamente por Dios a algunas personas cuando lo juzga oportuno y para bien de la comunidad, en función de una misión. Con el P. Aldunate podríamos definirlo de este modo:
“El carisma de discernimiento de espíritus es una iluminación divina o manifestación del Espíritu Santo por la que conocemos cuáles espíritus están motivando o impulsando determinada actuación, y se nos concede para proteger del engaño a la comunidad”.

El que tiene la capacidad de discernir y pastorea a la comunidad, sabe por dónde Dios pasa y por donde no, y así evita pasar por oscuros caminos y guía a la luz. Es como un mensaje que viene de afuera, que no surge de la persona misma. Se forma súbitamente en la mente, espontáneamente dando una mirada completa.

No depende del esfuerzo, la iniciativa o los conocimientos. Lleva consigo, su propia convicción. No se trata de perspicacia, instinto psicológico o espíritu crítico. Se trata de una realidad superior que guía y marca el camino.

Para poder ir hasta donde Dios nos quiere conducir necesitamos saber hacia dónde nos conduce, y para eso sirve el discernimiento. Este don del Espíritu permite conocer con certeza si un impulso o actuación proviene o no del Espíritu de Dios; es dado principalmente a la comunidad en oración a fin de discernir las manifestaciones del Espíritu. “Es un medio por el que Dios da a conocer el origen de lo que está sucediendo en un grupo, reunión, persona, o en el ejercicio de algún carisma; y esta iluminación se da para provecho del Cuerpo de Cristo. Puede darse en forma colectiva; es la más corriente: el grupo en oración, unido en el Espíritu, siente “instintivamente” lo que es o no es de Dios” (P. Aldunate)

Según Mons. Alfonso Uribe Jaramillo, “es un cierto instinto sobrenatural que permite sentir la dulce presencia del Espíritu Santo haciéndonos saber cuando es Él quien actúa, o haciéndonos experimentar la desazón que produce la presencia del espíritu del mal”.

El Espíritu Santo cuando nos da gracia de discernimiento y descubrimos que es Dios quien actúa nos libera el alma hacia adelante, y cuando nos hace sentir que no es Él quien está inspirando nos hace sentir las fuerzas opuestas.

El Espíritu en nosotros reconoce al Espíritu en el hermano. No se trata de un razonamiento intelectual según nuestra experiencia previa, sino que más bien es una certeza interior semejante a la inspiración profética: se siente en el Espíritu que algo es o no es de Dios.