Programa 7: La ausencia, una apertura a la trascendencia

jueves, 3 de mayo de 2007
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Bloque 1: 

A menudo sentimos un vacío interior, un silencio como de nada, nos experimentamos como abandonados por Dios o por los demás, incluso a los que más nos aman los percibimos lejanos, a veces hasta se van, desaparecen. Se vuelven ausentes…

Hoy vamos a reflexionar sobre la “ausencia” -la de Dios y la de los seres queridos- no como un “espacio vacío” sino como un ámbito en el que pueden darse nuevos modos de comunión rompiendo la soledad.

El filósofo alemán Nietzsche decía que "cada cual es para sí mismo el más lejano". Los otros son siempre los "más cercanos", los más "próximos",  los "prójimos"- son los que nos aproximan, nos hermanan con nosotros mismos. El más cercano de tus próximos, ése es tu hermano, el que te acerca tu propia lejanía. El que con su cercanía te aproxima más a vos mismo.

En la soledad de quien no tiene compañía no todo está perdido ya que, por lo menos, está la posibilidad de guardar aún la esperanza de un probable encuentro. Existe, sin embargo, otra soledad, aún más terrible: La de aquél que se siente solo en medio de la compañía. Ésa soledad está cerca de la desesperanza y a veces hasta de la desesperación. La más cruel de las distancias puede ser la más cercana.

En cambio, hay otra misteriosa soledad personal que se vuelve fecunda en la comunión compartida. Este «espacio» interpersonal en la relación, que nos retorna a nuestros mismos, es el ámbito propicio para los mejores vínculos. Las grandes soledades valen grandes compañías. Cada soledad tiene la promesa de una compañía: Habita tu soledad; sólo así podrás compartirla.

Frecuentemente peregrinamos por muchas soledades hasta llegar, por fin, a abrazar las soledades de quienes amamos y de quienes nos acompañan en este viaje. Naufragamos entre muchas ausencias que nos lastiman hasta llegar a aquellas que nos consuelan. Las verdaderas presencias y ausencias; las auténticas cercanías y distancias, son las que habitan en el corazón.

 

Bloque 2:

Sólo puede estar ausente, de una manera elocuente, lo que amamos. La ausencia es el reverso de una presencia significativa que ahora se encuentra velada y que resulta más interpelante que todo lo demás. Hay una distinción entre la ausencia y el simple "no estar". La ausencia viene de la presencia y va hacia ella: Nos revela hasta qué punto el otro ocupa su "lugar" en nuestro universo. El "no estar" no es propiamente ausencia. Es sólo un vacío.

La ausencia es "un modo de estar". Ha sido presencia y se dirige a ella. El “no estar” nace -en cambio- de la carencia; la ausencia surge de la plenitud de la comunión. Las ausencias que duelen o que extrañamos son las presencias que amamos.

El poeta Ulises Naranjo dice que "renace el amor filtrándose por los huecos que urdió la ausencia"[1]

. La verdadera ausencia siempre deja algún resquicio para permitirle al amor que siga respirando.

San Agustín afirma que hay una “presencia por ausencia”. La ausencia a menudo es como un rasgadura en el corazón, el quiebre de un frágil cristal que se rompe. El escritor francés Marcel Proust señala que “solo renunciando a lo que se ama se puede recrear. El momento en que nuestro mundo interior está destrozado, cuando está muerto y nuestros seres queridos están en pedazos y nosotros mismos en irremediable desesperación es entonces cuando debemos recrear nuestro mundo otra vez. Juntar los pedazos, infundir vida a los fragmentos, recrear la vida”. El amor está presente siempre, aún en las misteriosas ausencias. La ausencia total y definitiva no existe, mientras viva quien ame.

 

Bloque 3. Recordar el tema que se está tratando.

El tiempo es un don precioso y escaso en la vida de los hombres. Hay que hacer entrar el tiempo en la gratuidad y crear "tiempos de encuentros": Dar, recibir y compartir tiempos con quienes amamos.

En el tiempo "cantidad" y "cualidad" deben equilibrarse. No hay que priorizar una en desmedro de la otra. Cuando tenemos "cantidad" sin "cualidad", solamente pasamos las horas. Cuando  hay "cualidad" sin "cantidad", el encuentro es fugaz y medido. Hay que lograr una dinámica armonía entre la extensión y la intensidad en el tiempo que compartimos. Los tiempos de la ausencia pueden otorgar más intensidad y calidad a los tiempos de la presencia.

El tiempo de las relaciones no es necesariamente la medida cronológica del sucesivo transcurso de las horas sino la "medida" de la intensidad del amor. El tiempo de las relaciones es aquél que se mide por las cercanías y las lejanías, por las presencias y las ausencias. Jorge Luis Borges lo expresó magníficamente: "… Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo…". El tiempo de las relaciones es el verdadero tiempo humano.

En la presencia o ausencia no importa el tiempo cronológico sino la intensidad de la comunión. Quizás sea muy breve el tiempo de la presencia y -sin embargo- puede bastar. Tal vez sea prolongado el tiempo de la ausencia -no obstante- resultar muy fecundo. La presencia y la ausencia son "matices" de intensidad en el modo de ser y de estar de las personas en sus relaciones con los demás.

 

Bloque 4:

Cada vez que debemos despedirnos es con la esperanza de volver a vernos. Lo más relevante de cada despedida es la esperanza de un nuevo encuentro. Es fundamental que en cada adiós se haga esencial la palabra y el gesto. Cada despedida nos aproxima más a la última. La ausencia, como la muerte, nos revela cuánto significan las personas amadas cuando no las tenemos. La muerte no llega a rozar lo que de eterno hay en el amor. Todas las ausencias están redimidas. Son un modo de comunión en el vínculo más allá del espacio y del tiempo. Mientras tanto en cada despedida el hombre toma conciencia de que es tiempo. Las despedidas nos enseñan que todos los tiempos son cortos. La vida misma es breve.

La vida toda es un encuentro, aún en las despedidas. Cada despedida tiene el sentido de todos los encuentros. Ninguna despedida puede derribar la posible esperanza de un re-encuentro. Un solo encuentro vence todas las despedidas. Lo esencial es el encuentro. La ausencia de quien amamos nos remite siempre a la esperanza de la presencia recíproca. Toda ausencia es una cierta esperanza, un deseo próximo de la presencia que vendrá. La promesa de un nuevo regreso es un consuelo, al menos para el corazón que espera. En la ausencia nos quedamos con lo esencial y vivimos de eso. La distancia sirve para recordarnos que toda ausencia tiene sentido. La cercanía nos es dada para  que descubramos la gracia de la presencia

Me duele que te vayas pero más me dolería que te alejes. La dicha de tenerte ha sido infinitamente mayor a la tristeza de dejarte partir. Sé que algo de mí se queda. Sé que algo de vos me llevo. No te olvides de quien no te olvida. Cada día te esperaré. Cuando no estás a mis pensamientos le nacen alas, vuelan hasta donde te encuentras e invisiblemente te rozan y te acompañan. Mi corazón se vuelve alado y mi espíritu no conoce fronteras. No lo detiene el espacio, ni el tiempo. No tiene puertas cerradas. Llega hasta donde estás, descansa y vuelve con sus mismas alas hasta mí. Mi corazón "ha abierto ante ti una puerta que ya nadie podrá cerrar" (Ap 3,8). Cada regreso me devuelve la esperanza de saber que no te has ido del todo.

Llegará un Día sin ausencias, un Día eterno. La ausencia prepara la eternidad. Te guardo no sólo en mi corazón sino en la Memoria de Dios. ¡El tiempo es tan fugaz, la vida es tan breve, el corazón tan inconstante! Un Día más allá de los días de este mundo, el paisaje de la ausencia se detendrá para siempre y se abrirá el horizonte de la presencia sin fin. Ahí nos reconoceremos en el que es eternamente Presencia.

Toda la ausencia la consagro a la presencia de Dios. Dios muestra su misericordia tanto en la presencia como la ausencia. Siempre es la misma bendición de distinto modo. ¿Qué importa la distancia, si cierro los ojos y ya no hay fronteras?; ¿Qué importa la ausencia, si abro mi corazón y florecen vivos los recuerdos? La ausencia se vuelve un envolvente abrazo porque sólo el amor remedia las distancias y la ausencia se hace una elocuen­cia. En la ausencia de los seres queridos me sumerjo en la presencia de Dios y allí, también ellos, destellan en su presencia. En corazón resplandece -amorosa y fecunda- la presencia del Dios que nos une a todos.

Cuando te recuerdo, la memoria se vuelve corazón. Aunque no esté contigo, nunca te dejaré solo. Aunque no te encuentres, mi corazón sabe donde estás. ¿En qué punto del universo me encuentro si no te encuentro? Cuando no estás Dios te guarda en mí con todas tus presencias intactas.

 

Bloque 5.

La ausencia no es muerte si nace del amor. La verdadera muerte es la indiferencia y el olvido. La ausencia nos hace ejercer un continuo acto de fe en la relación: El creer que el otro está y nos acompaña. De nosotros depende que la ausencia sea un don elocuente. La fe -la cual es un poseer verdaderamente a Dios sin verlo- nos ilumina el misterio de la ausencia, por la cual, también ya tenemos a quienes verdaderamente amamos aunque, de momento, no estemos juntos. Cuando permanecen los que uno ama surge como una nueva presencia de Dios para nosotros. La relación de amor emerge de Dios y Dios emerge de la relación.

Tu ausencia me ha revelado lo importante que sos para mí. Desde que te conocí mi mundo se ha enriquecido infinitamente. Tu ausencia me ha revelado lo empobrecido que, desde ahora, se quedaría mi universo si no estuvieras. Deseo vivir una vez más la fiesta de tu presen­cia. Cada vez que te nombro apareces, siempre presente y vivo. Allí estás y allí te cuido. Tu sola presencia me cura, tu silencio me sana, alivia el alma, acaricia, descansa y consuela. Hay un sin fin de cosas que lo único que hacen es recordarme que te recuerde. Tu presencia está siempre amaneciendo. No me hace falta tu ausencia para descubrir cuánto estás presente. La ausencia en su dolor me trae el ofrecimiento de este regalo. Hay momentos en que te recuerdo en un abrazo de corazones. El solo pensamiento de saber que estás vivo me hace feliz. Has poblado tanto mis ausencias que ya no queda desierto alguno. Cuando peregrines en tus propios exilios me nombraras y allí estaré. El tiempo y la distancia no podrán.  Te pido que sepas leer el lenguaje de la ausencia que me pronuncia. Yo no tengo promesas, sólo un corazón para dar. Dios nos mostrará el modo que tendremos para acompañarnos.



[1] Diario «El Altillo». Mendoza, Domingo 18 de diciembre de 1994. p. 8.