23/07/2021 – En Mateo San Mateo 13,18-23, aparece Jesús una vez más hablando de la fuerza que tiene la Palabra que es la que transforma la realidad y la representa con un sembrador que sale a sembrar la semilla que es la Palabra.
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”. San Mateo 13,18-23.
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”.
San Mateo 13,18-23.
“Jesús sembraba con el realismo y la confianza de un labrador de Galilea. Todos sabían que la siembra se echaría a perder en más de un lugar en aquellas tierras desiguales. Pero eso no desalentaba a nadie: ningún labrador dejaba por ello de sembrar”.
En el espíritu de La Alegría del Evangelio, donde Francisco nos dice tantas veces: “No nos dejemos robar el entusiasmo y la fuerza misionera” (EG 80 y 109); “No nos dejemos robar la alegría evangelizadora” (EG 83); “No nos dejemos robar la esperanza” (EG 86), no desentonaría un: “No nos dejemos robar la alegría de sembrar”. En nuestros hijos y para ellos, en nuestra Patria, en nuestro corazón. No nos dejemos robar el gusto de sembrar… ¿qué cosa? Semilla nueva, por supuesto: más evangelio, más ideas nuevas, más prácticas nuevas. Se trata, dice Francisco, citando a su querido Pablo VI, de esa “dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas” (EG 10).
Sembrar no es algo que se hace una vez: cuando los chicos son chicos, cuando uno estudio su carrera, cuando se inicia una familia. Tampoco es algo de todos los días: sembrar es una actividad anual. Cada año se siembra de nuevo.
Esta dinámica propia de Jesús no es una más entre otras: la parábola del Sembrador es la Parábola madre. El Evangelio “tiene siempre la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, de caminar, de sembrar siempre de nuevo, siempre más allá (EG 21).
Y, aclarémoslo bien, no se trata de una cuestión en primer lugar voluntarista: “hay que sembrar. La Vida misma es sinónimo de siembra. Toda vida es semilla que se siembra, que sale de los frutos de un árbol o de un ser vivo y da fruto en otro terreno, en otro ser. Si hay vida es que hubo Sembrador.
Sembrar es una tarea esforzada y que lleva tiempo. Lo primero que aprendía un chico en el campo era esto de sembrar: los trabajos de la siembra, el esfuerzo, la paciente espera… Lo primero que aprende un chico hoy es la inmediatez de los aparatos: tocás el botón y aparece la magia de las imágenes.
Por eso hay que “visibilizar” a los sembradores. Primero, a los sembradores y sembradoras que siembran entre lágrimas y que no gozan de casi ningún fruto de su siembra.
Visibilicemos esas “lágrimas de las cosedoras de los ojales en nuestras camisas”. Luego, visibilicemos también a los que siembran cantando, a todas las personas que se sienten dignas trabajando y brindan con amor de sembradores y sembradoras esas semillas cuyos frutos pueden ver y gustar en alguna medida.
Los de las lágrimas primero porque no es justo borrar la imagen de que, cuánto más sofisticado y caro es un producto, más sembradores hubo. Tenemos que sentir el peso del cansancio en los ojos de los que elaboran nuestros productos cada vez más miniaturizados, los pinchazos de las agujas en los dedos de los que bordan a mano los detalles de las ropas caras, la pena más que el hambre de los mozos que no pueden llevar a casa para sus hijos algo de las comidas riquísimas que sirven por horas y horas a los invitados a una fiesta.
Lo de la alegría de los que se sienten felices y dignos al sembrar, porque es la imagen de esperanza más verdadera que hay: el sentido de la vida es sembrar mucho más que consumir. El consumo anula el deseo, aunque lo exacerbe. La siembra estimula el deseo y nos hace crecer como personas espirituales, nos pone ante la presencia de un bien que se goza ya en la siembra misma y que, cuando luego lo disfrutamos, nos hace sentir felices de haberlo trabajado y esperado.
Que no nos roben la alegría de sembrar. Cada uno lo que pueda, especialmente en los más chicos, en los jóvenes, en los que continúan una tarea que comenzamos.
Sembrar los valores más genuinos, la dignidad del trabajo, el orgullo hondo de la libertad, el gusto por todo lo bello, la adhesión sin dudas a todo lo que es bueno, el alivio que da la verdad, la honradez de pedir perdón, la humildad de reparar lo que no se hizo bien…
Cada uno sabrá cuál es su semilla. Pero lo importante es andar atento a sembrar. No importa si hay terrenos hostiles. Lo humano es sembrar. Ser gente que siembra.
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