El más bello, gozo del corazón

lunes, 16 de agosto de 2021
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16/08/2021 – Dios es bello en todos los sentidos que podamos darle a esa palabra. Es bello porque es armonioso (en él no hay nada fuera de lugar), es bello porque cuando de verdad conocemos su amor y su perfección eso nos hace felices, es bello porque es luminoso, porque contemplarlo hace bien, porque cuando superamos las fantasías que lo distorsionan y nos encontramos con el verdadero Dios sólo puede brotar gozo en el interior.

Aun en medio de nuestros sufrimientos, el encuentro con Dios produce gozo. Y si eso no ocurre  es porque todavía tenemos una imagen falsa del Señor, todavía no encontramos al verdadero Dios. Cuando hemos hablado de la santidad de Dios recordamos que su gloria no es una cáscara vacía, pura apariencia. Su gloria es la manifestación de una de una realidad, de un ser pleno, lleno de vida. Pero algo de esa perfección se manifiesta a nosotros de forma luminosa, bella, y eso despierta nuestra alabanza, nos invita a cantarle: “¡Tú eres resplandeciente, majestuoso!” (Sal 76, 5).

Y aunque percibimos su gloria de manera velada, escondida, en su templo el corazón se siente llamado a la adoración. En su templo el grito es “¡Gloria!” (Sal 29, 9).

Cuando el corazón percibe algo de esa hermosa gloria, por una parte reina la admiración, el asombro, el estupor. Pero al mismo tiempo brota el deseo, la atracción, las ganas de entrar plenamente en esa gloriosa hermosura: “Yo te busco ardientemente, mi alma tiene sed de ti. Por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua… porque tu amor vale más que la vida, mis labios te alabarán. Mi alma quedará saciada como con un manjar de delicias, y mi boca te alabará con júbilo en los labios” (Sal 63, 2.4.6). La belleza del Señor es delicia del corazón. Veamos algunas expresiones muy bonitas de los Salmos: “Señor, Tú eres mi bien, no hay nada superior a ti… Me ha tocado un lugar de delicias, estoy contento con mi herencia” (Sal 16, 2.6). “Se sacian con la abundancia de tu casa, les das de beber del torrente de tus delicias” (Sal 36, 9). “Gusten y vean qué bueno es el Señor” (Sal 34, 9). “Como el siervo sediento suspira tras las corrientes de agua, así suspira mi alma buscándote, Dios mío” (Sal 42, 2-3).

La Palabra de Dios nos enseña que sólo en él se sacian las necesidades más profundas, los deseos más hondos: “Pon tu deleite  en el Señor y él te dará lo que pide tu corazón” (Sal 37, 4) Así, aunque estemos llenos de dificultades, podemos probar una alegría interior: “Dios es mi herencia para siempre y la Roca de mi corazón. Mi dicha es estar cerca de Dios” (Sal 73, 26.28). “Yo me alegraré en Señor” (Sal 35, 9). “Que se alegren y regocijen en ti todos los que te buscan” (Sal 40, 17). “Quiero alegrarme y gritar de gozo por ti” (Sal 9, 2).