20/08/2021 – El Señor es verdadero. En él está la verdad que muchas veces este mundo nos oculta. Y la verdad del Señor está en su Palabra, pero yo tengo que buscar esa verdad y descubrir qué tiene que decirle a mi vida. ¿Cómo se hace para comenzar a penetrar un texto bíblico? Entregar un tiempo disponible: En primer lugar, tengo que tratar de estar seguro de entregarme a escuchar al Señor, que me quiere comunicar una verdad suya. Recordar que él no está mudo sino que habla, y me habla a mí. Esa actitud dispuesta a escuchar se expresa en la actitud física, cuando uno se sienta bien en una silla dispuesto a dedicarle tiempo a la Palabra. Porque el primer signo concreto de que verdaderamente respetamos la Palabra de Dios y es tomar la decisión de dedicarle un buen tiempo. Señor te ofrezco este momento solamente para escuchar lo que me querés decir en tu Palabra.
Orar para disponerse mejor. Luego puedo pedirle al Espíritu Santo que él coloque en mi corazón el deseo de escuchar. De lo contrario yo no estaré abierto para escuchar el mensaje de ese texto y seguiré encerrado en un mundo pequeño de ideas. La oración es importante para crear una disponibilidad humilde y abierta. Tenemos que estar dispuestos a permitir que el texto nos sorprenda, nos saque de nuestros esquemas, nos obligue a ampliar nuestras perspectivas. Es un don que hay que pedirle insistentemente al Espíritu Santo en la oración.
Prestar atención. Trato de descubrir las características propias de este texto bíblico así como cuando uno se detiene a mirar el rostro de una persona para poder reconocerla: la nariz, los ojos, la sonrisa. De tanto mirarla, uno va descubriendo nuevos detalles: un lunar, una arruga, una mancha. Del mismo modo, uno lee una vez y otra vez el texto bíblico y va descubriendo nuevos detalles que le ayudan a entenderlo. De esta manera ese texto bíblico, aunque siempre nos supera, deja de parecernos algo extraño y se nos va volviendo familiar.
Pero hace falta leer varias veces y lentamente el texto bíblico. El Señor merece un tiempo que sea sólo para él. Por eso hay que dejar de lado toda ansiedad, toda prisa, todo cálculo. El texto bíblico se lee con calma, saboreando cada palabra, deteniéndose, dándole todo el tiempo posible. Para no estar medio dormidos o distraídos, volando con la mente, es importante ir haciéndose algunas preguntas: “¿Qué me dice a mí personalmente este texto?”. “¿Qué quiere cambiar de mi vida?”. Podemos ser más sinceros y preguntarnos: “¿Qué me molesta en este texto?”. Mejor todavía: “¿Por qué me molesta? ¿Qué hay en mí que esto me molesta?” “¿De qué trato de escapar?”.
Dios también puede actuar con su gracia tratando de atraernos hacia algo positivo, algo que nos estimula. Por ejemplo, podemos preguntarnos: “¿Qué me agrada, qué me estimula de esta Palabra?”. “¿Qué me atrae en este texto?” “¿Por qué me atrae?”. Así podemos llegar a mayores profundidades preguntándonos: A la luz de este texto: ¿Qué puedo agradecer, qué puedo contemplar, qué puedo adorar del Señor? Quizás el Señor sólo te quiere mostrar su amor y llevarte a descansar un momento en su presencia, para poder continuar tu camino con más fuerzas.
Pero es indispensable que estas preguntas no sean sólo una conversación con uno mismo, o una reflexión. No. Lo más importante es escuchar al Señor que habla en su Palabra. Se trata de escucharlo a Él. Por eso, lo mejor es que esas preguntas se conviertan en una oración: “¿Señor, qué me estás queriendo decir a través de este texto?”. “¿Señor, qué estás queriendo tocar, sanar, liberar en mi vida?”. “Señor amado, ¿qué consuelo, qué alegría, qué regalo interior me quieres dar con esta Palabra?”. Si realmente buscás la verdad para tu vida, recordá que esa verdad está en Dios, y que la podés encontrar gracias a su Palabra. Bendito seas Señor, que me hablás. Aleluya.