18/08/2021 – El 20 de mayo pasado, se inició el Año Ignaciano para conmemorar los 500 años de la conversión de San Ignacio, por aquella herida de una bala de cañón que le quebró la pierna y que casi le cuesta la vida cuando defendía Pamplona, en busca de glorias mundanas… Pero Dios tenía otros planes.
Por ese acontecimiento, Ignacio comenzó un proceso de conversión, un encuentro con Cristo que no sólo le cambió la vida a él, sino también, por gracia de Dios, a millones de personas en el mundo en estos últimos cinco siglos de historia, el recorrido que ha tenido y tiene la Compañía de Jesús, en la vida y obra de quienes, de distintos modos, experimentan el estilo ignaciano de buscar al Señor en los hermanos, amando y sirviendo, sirviendo y amando.
Uno de los modelos de este estilo de santidad, cercano a nosotros en el tiempo y en espacio, es el santo que la Iglesia recuerda hoy de manera especial: San Alberto Hurtado, quien nació en 1901 en Viña del Mar, Chile, y murió en 1952 en Santiago de Chile, pero que también vivió dos años en Argentina, aquí cerquita nuestro, cuando comenzó su formación jesuita en lo que era el noviciado de la Compañía de Jesús, allá por los años 30, donde también hizo el noviciado Jorge Bergoglio, el papa Francisco.
Podemos decir, en principio, que Hurtado se esforzó por imitar a Jesús en medio de las cosas sencillas de la vida, en el día a día de una vida ordinaria que se hizo extraordinaria. Quiso vivir como Cristo, que se dedicó a los pobres y huérfanos, y se preocupó por darles una vida digna. San Alberto se caracterizó, en medio de las circunstancias que le tocó vivir, por su fortaleza, su generosidad y su entrega incondicional al Señor Dios.
Pero quién más nos puede ayudar a ver este estilo jesuita de ser cristiano en serio, es el padre Ángel Rossi, también jesuita, que, en diálogo con Radio María Argentina compartió una hermosa reflexión.
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