Renovados en el Espíritu desde adentro para contemplar a Dios

miércoles, 25 de agosto de 2021
image_pdfimage_print

25//08/2021 – En Mateo 23, 27-32 se nos invita a superar las apariencias y encontrarnos con la dolorosa experiencia de nuestras contradicciones y de las mentirosas que a veces nos inspiran desde adentro y no nos dejan caminar hacia el sentido auténtico de la vida.

 

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: ‘Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas’! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen entonces la medida de sus padres!

San Mateo 23,27-32.

 

 

 Renovados por dentro, con la vida del Espíritu, para tener un corazón puro y poder contemplar a Dios

La invitación del Evangelio en el día de hoy es a renovar nuestro corazón y nuestro espíritu para vivir en clave de pureza interior; y a partir de allí purificar nuestra interioridad y disponernos así a la contemplación del misterio. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

los escribas y fariseos son la contracara de esta realidad, de pureza interior, a ellos les gana la apariencia que les impide entrar en contacto con su interioridad. Ustedes, escribas y fariseos, son hipócritas, parecen sepulcros blanqueados. Parecen hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre.

Justamente las profecías del Antiguo Testamento ubicaban la nueva alianza que Dios venía a celebrar con su pueblo en esta clave: yo les daré un corazón distinto. Arrancaré de ustedes el corazón que tienen endurecido como piedras, y les devolveré un corazón de carne , capaz de latir al ritmo cardíaco de la presencia de la vida del Espíritu.

El verdadero cambio viene de adentro hacia fuera. Y Jesús, en su humanización, nos muestra el camino (que también nos lo pueden mostrar las ciencias humanas): la verdadera transformación de las personas no se produce sino desde abajo hacia arriba, desde adentro hacia fuera. Pero para eso hace falta tener luz y claridad, transparencia.

Queremos redescubrir los lugares donde necesitamos sacar lo que no está bien, purificar, ordenar, rectificar, y poner luz.

Que Dios nos dé la gracia de poner luz, para encontrar los caminos que nos lleven a un proceso de verdadera purificación desde dentro, creciendo en el estilo que Dios nos propone en la vida nueva. Jesús supera la mirada de exterioridad que superficialmente tienen escribas y fariseos (que quieren esconder detrás de las apariencias la voracidad que hay por dentro), y nos invita a no dejarnos contagiar de ese espíritu, para ser alcanzados por su luz y su presencia que nos muestra un camino distinto y nuevo.

 

¿Por qué Jesús los llama sepulcros blanqueados?

.
San Efren observaba a la gente que lloraba sobre las tumbas de sus seres queridos y pensaba: las lágrimas no pueden resucitar a los muertos, pero las lágrimas de la penitencia pueden dar vida nueva al alma muerta.

Una actitud que se ha convertido en central en la espiritualidad cristiana y que los padres del desierto, los primeros monjes de la historia, llamaron “penthos”, es decir, un dolor interior que abre una relación con el Señor y con el prójimo, una relación renovada con el Señor y con el prójimo.

Este llanto, en la Escritura, puede tener dos aspectos: el primero es por la muerte o el sufrimiento de alguien. El otro aspecto son las lágrimas por el pecado, ―por nuestro pecado― cuando el corazón sangra por el dolor de haber ofendido a Dios y al prójimo.

Hay un segundo significado de esta paradójica felicidad: llorar por el pecado.

Se llora porque no se corresponde al Señor que nos ama tanto, y nos entristece el pensamiento del bien no hecho; éste es el significado del pecado. Estos dicen: “He herido a la persona que amo”, y les duele hasta las lágrimas. ¡Bendito sea Dios si estas lágrimas vienen!

Este es el tema de los propios errores que hay que afrontar, difícil pero vital. Pensemos en el llanto de San Pedro, que le llevará a un amor nuevo y mucho más verdadero: es un llanto que purifica, que renueva. Pedro miró a Jesús y lloró: su corazón se renovó. A diferencia de Judas, que no aceptó que se había equivocado y, pobrecillo, se suicidó. Entender el pecado es un regalo de Dios, es una obra del Espíritu Santo. Nosotros, solos, no podemos entender el pecado. Es una gracia que tenemos que pedir. Señor, hazme entender que mal que he hecho o que puedo hacer. Es un don muy grande y después de haberlo entendido, viene el llanto del arrepentimiento.

San Efrén el Sirio dice que un rostro lavado con lágrimas es indeciblemente hermoso (cf. Discurso ascético). ¡La belleza del arrepentimiento, la belleza del llanto, la belleza de la contrición! Como siempre, la vida cristiana tiene su mejor expresión en la misericordia. Sabio y bendito es el que acoge el dolor ligado al amor, porque recibirá el consuelo del Espíritu Santo que es la ternura de Dios que perdona y corrige. Dios perdona siempre: no lo olvidemos. Dios perdona siempre, incluso los pecados más feos, siempre. El problema está en nosotros, que nos cansamos de pedir perdón, nos encerramos en nosotros mismos y no pedimos perdón. Ese es el problema; pero Él está ahí para perdonar.

Si tenemos siempre presente que Dios «no nos trata según nuestros pecados ni nos paga según nuestras faltas» (Sal 103,10), vivimos en la misericordia y la compasión, y el amor aparece en nosotros. Que el Señor nos conceda amar en abundancia, de amar con la sonrisa, con la cercanía, con el servicio y también con el llanto.