Jesús nos envía a evangelizar

martes, 15 de febrero de 2011
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   “Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: ‘¡Que descienda la paz sobre esta casa!’. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: ‘El Reino de Dios está cerca de ustedes’”

Lucas 10,1-9.

¡Querida familia, qué belleza! En este día tan especial, nuevamente estamos llamados a renovar este encuentro con Jesús, que nos envía a evangelizar.
En nuestras comunidades vemos cómo el Señor, por su amor y misericordia, sigue llamando a hombres y mujeres a encarnar el Evangelio en nuestra cultura. Reconocer los signos de los tiempos para poder ingresar en las estructuras mundanas donde todavía el Evangelio no ha sido presentado. Las misiones nos ayudan a eso. San Francisco Javier, Sta. Teresita, los santos misioneros, nos indican cómo llegar a evangelizar, nos motivan, nos hacen sentir que no estamos solos. María Santísima misma nos ayuda a salir al encuentro del otro, ir a la misión. Y como iglesia argentina, que quiere de alguna manera despertar y ser protagonista, ayudada por el gran documento de Aparecida, que nos invita a ver las debilidades y fortalezas que tenemos como Iglesia. Este gran desafío nos compete a toda la Iglesia, para ser verdaderos discípulos de Jesús.

En este contexto, queremos ver esta mañana cómo Jesús sigue llamando y enviando. Es muy rico esto de enviar a otros setenta y dos discípulos. En nuestras parroquias, en nuestros movimientos, vemos cómo Jesús se vale de ti para que sigas siendo discípulo y misionero y así poder abrir los corazones donde están cerrados, abrir los ojos donde están vendados, estrechar las manos donde falte caridad. Y que tu testimonio, tu coherencia de vida perservere hasta el fin.

Envío misionero

En el tiempo de Jesús había otros movimientos que, como Jesús, proclamaban vivir y convivir de forma nueva. Por ejemplo, Juan el Bautista, los fariseos, etc. Muchos de ellos formaban comunidades de discípulos, que tenían misioneros. Pero había muchas diferencias. Por ejemplo, los fariseos, salían muy prevenidos porque pensaban que no podían confiar en la comida de la gente, que no siempre era ritualmente pura. Por eso llevaban bolsas y dinero, para poder comer de su propia comida. Así, en lugar de ayudar a superar las divisiones, estas observaciones de la pureza legal debilitaban aún más los valores comunitarios. La propuesta de Jesús es diferente. Trata de rescatar los valores comunitarios, procura renovar las comunidades para que fueran nuevamente una expresión de alianza. Eso es lo que nos muestra hoy el Evangelio: en el envío de los setenta y dos nos muestra cuál era la misión de estos discípulos. El discípulo es el portavoz de Jesús, no es dueño de la Buena Nueva. Lo preceden en aquellos lugares donde luego Él iría. Los envía de dos en dos; esto favorece la ayuda mutua, pues la misión no es individual sino comunitaria. Dos personas representan mejor que una sola lo que es una comunidad. Esto es lo que llamamos el envío misionero. Cuando uno toca la puerta de un desconocido siente la alegría del encuentro. Como dice, rescatando de lo que es. Desde su fe hacia la madurez de la fe. Y así llegan a los movimientos, a la Iglesia, con ansias de conocer el amor de Dios, de aprender, de conocer cómo se reza el Rosario (esa arma que es un elemento importante para buscar la santidad, para orar), pero también esa alabanza vocal a Dios Padre: te alabo Padre porque me amas. Siento tu amor y tu ternura, siento tu fragancia. Te doy gracias porque me das los ojos, los oídos. Me diste los pies, me das salud. Y te pido también perdón si en alguna ocasión te he callado, he guardado la voz de la Iglesia, o he parcializado esa Palabra tan bella, ser de Cristo. Y la invocación al Espíritu Santo. El Espíritu Santo suscita comunión, armonía, respeto por el otro, y ante todo, un servicio con mucha alegría. Esos serán los signos que ayuden a que se forme una comunidad.

Cuando vamos a la misión no tenemos que llevar muchas cosas, porque confiamos en la misericordia de Dios. ¿Tenemos en claro que como cristianos somos misioneros y estamos llamados a llevar la Palabra del Señor? Como comunidad, ¿nos organizamos, nos preparamos para salir al encuentro de nuestros hermanos? ¿Nos gusta trabajar solos, o nos interesa testimoniar la vida en comunión? ¿Cómo trabajamos?

Corresponsabilidad en la misión:
orar al Padre para que envíe obreros a su mies

Jesús también nos plantea en este Evangelio la corresponsabilidad en el anuncio. La primera tarea es rezar para que Dios envíe a los obreros. Todo discípulo debe sentirse responsable de la misión. Por ello tiene que rezar al Padre, para que Dios envíe a los discípulos en medio de lobos; la misión es tarea difícil y riesgosa.
Te cuento acerca de una hermana de aquí, de Mendoza, que tuvo que ir al África a misionar y entregó su vida, como una flor. Allá donde ella estaba no eran bien visto los religiosos porque sentían que se estaban organizando para destronar a las figuras de poder. El evangelizador era un estorbo. Y a esta religiosa dominica le pegaron un tiro… Ella decía extraño a los argentinos, a los españoles, pero más extraño a esta gente por la cual doy mi vida en el Evangelio. ¡Qué maravilla poder testimoniar hasta el martirio! Esta religiosa mendocina murió allí, derramando su sangre.
También he conocido a Liliana Vacaflor, una amiga cordobesa, hija de familia boliviana, que se preparó en fidelidad y en obediencia para ir al África, cumplió su misión de tres años y regresó (hace tiempo que no tengo contacto con ella, supongo que estará en Córdoba).
Estos son ejemplos de envíos hacia fuera, la misión ad gentes. Pero todos nosotros tenemos una misión interna: esta corresponsabilidad que vemos en el Evangelio, de orar para que Dios envíe operarios a la mies. Qué lindo es conocer las comunidades y ser signo de comunión.

Valores para la misión

La misión para la cual Jesús envía los setenta y dos discípulos trata de rescatar cuatro valores.
El primero es la hospitalidad. Los discípulos de Jesús no pueden llevar nada, ni bolsos ni sandalias; sólo deben llevar la paz, y deben confiar en la hospitalidad de la gente, confiando en que va a ser recibido; y a su vez la gente se siente respetada y confiada.
El segundo, no saludar a nadie por el camino. Lo cual probablemente significa que no se debe perder tiempo en cosas ajenas a la misión. A veces, cuando uno camina por la calle, sucede que alguien te detiene y te habla, pero uno tiene que estar en la misión.
El tercero, el compartir. Los discípulos no deben andar de casa en casa, sino permanecer en la misma casa; es decir, deben convivir de forma estable, participar de la vida y del trabajo de la gente del lugar y vivir de lo que reciben a cambio, pues el obrero merece su salario. Deben confiar en el compartir, en la Providencia.
Y por último, la comunión de mesa. Los discípulos deben comer lo que la gente les ofrece, no pueden vivir separados, comiendo su propia comida, sino que deben aceptar la comunión de mesa. No deben tener miedo de perder la pureza legal en el contacto con la gente, sino que están llamados a una nueva pureza interior, en la intimidad con Dios.

Hermanos, debemos prepararnos cada día para la misión con mucha oración, de rodilas ante el Santísimo, con la compañía de un hermano o hermana que sale al encuentro del otro; siempre de a dos, como ese envío.

Quiero compartir el testimonio de un sacerdote, que me confesó una vez que, a pesar de que no le gustaba la Renovación Carismática, apreciaba los frutos que ella producía. Se sentía incómodo cuando veía las manos alzadas, las alabanzas entusiastas y la oración espontánea. Algunas personas habían causado desacuerdos en su parroquia. Él creía que los renovados daban la impresión de que eran en algún modo mejores que los demás y que él claramente lo había dejado de lado de ese grupo. Sin embargo, al mismo tiempo, le daba gracias a Dios por los cambios obvios que se habían producido en muchas personas a través de sus contactos con la Renovación. Ellos oraban y leían las Escrituras diariamente, participaban de la misa y frecuentaban los sacramentos; daban su tiempo y dinero a la Iglesia con nueva generosidad; se preocupaban por sus hermanos y por inquietudes mayores como la paz, la justicia; su fe había revivido nuevamente; era atrayente y se veían los frutos. ¡Qué lindo testimonio! Y claro, suele pasar, cuando hay un grupo nuevo, están como en la “vidriera”. En la Iglesia hay muchos movimientos, somos Iglesia, y qué rico que sea así, porque cada uno tiene un estilo, una manera, un carisma, una forma de ver la vida y de entusiasmarse también para la evangelización. Porque la Iglesia es muy rica en eso.

Acogida de los excluidos

En esta Argentina, en este crisol de razas, tenemos mucha gente que se esfuerza por llegar al hermano más débil, al enfermo. Los discípulos deben ocuparse de los enfermos, curar a los leprosos, expulsar a los demonios. Esto significa que deben acoger dentro de la comunidad a los que fueron excluidos de ella. Esta práctica solidaria critica a la sociedad que excluye y apunta a poder recuperar la dignidad.

La llegada del Reino

Si todas estas exigencias son respetadas, los discípulos pueden y deben gritar a los cuatro vientos: ¡el Reino ha llegado! Pues el Reino no es una doctrina ni un Derecho Canónico, ni un Catecismo, sino que es una nueva manera de vivir y convivir a partir de la Buena Nueva que Jesús nos trae: Dios es Padre, y todos somos hermanos. Educar para el Reino es una nueva manera de vivir y convivir, una nueva forma de actuar y de pensar.

 Padre Juan Cavero