Junto con el agua, la tierra y el fuego, el aire constituye uno de los cuatro elementos de la naturaleza. El aire y el fuego son considerados de carácter masculino y activo.En muchas narraciones míticas el soplo o aire en movimiento está ligado a la idea de creación.El viento se presenta con características de fuerza y dinamismo, capaz de empujar, propulsar y arrastrar. Es, además, inasible e indominable.
Como ser poderoso e inaprensible, el viento se convierte fácilmente en un elemento capaz de evocar la naturaleza de Dios, la trascendencia de su ser y de su acción. El viento es invisible; así puede sugerir el misterio del Dios escondido. Por sus espectaculares efectos, el viento expresa adecuadamente las diversas modalidades de la acción divina.En el Antiguo Testamento el soplo de Dios es nombrado RUAJ, que es una palabra femenina (Gén 1,1-2).
“¿Por qué el viento como símbolo de Dios? El aire en movimiento es un elemento soberanamente libre, el vehículo privilegiado de la luz y la palabra, y una fuerza activa necesariamente ligada a la vida. En este estadio que preludia la creación, Dios no está ligado, aprisionado por la indeterminación del caos; se alista para proferir la palabra creadora. Se entiende así que el Dios de antes de los orígenes no sea pasivo, fijo e inmóvil, sino activo y en movimiento: él aletea, se eleva y vuela por arriba de lo indeterminado y virtual.” (Hna. Marta Bauschwitz)
El viento no se ve, pero se notan sus efectos: se vuelan las hojas, se golpean las puertas, lo escuchamos soplar… Así también, el lenguaje bíblico señala la presencia del Espíritu de Dios con manifestaciones sensibles: soplos, ruidos, fuego, como en Ex 19 y Hech 2.Y así es el Espíritu, que cuando sopla y anima a las personas y a las comunidades, se hace visible en los frutos de amor.
“Obra y frutos del Espíritu Santo
(…) la mujer debe situar su experiencia dentro de la obra y los frutos del Espíritu, único “autor de la espiritualidad”. Espíritu que es “dador de vida” y que tiene, por lo tanto, características femeninas. En hebreo es la RUAJ de Dios, el Viento que trae la Vida.A ese Espíritu de Dios, Espíritu de la vida, de fuerza, de luz, lo llamamos “Espíritu Santo”. Es quien nos hace participar de la vida de Dios, y nos une al Señor Jesús para llegar a ser con El un Espíritu (1 Cor 6,17). Es el Espíritu creador, renovador de la esperanza, de la vida nueva, de la creación nueva, de la creatura nueva (Is 4,2-9; 43,19; Ez 36,26; Rom 6,4, 2 Cor 5,17). Es el Espíritu de la novedad total y creativa, capaz de inventar constantemente en las distintas situaciones de la vida las más variadas respuestas.” (Teresa Porcile, Con ojos de mujer, Ed. Claretiana)