Más allá de todo entendimiento

jueves, 2 de septiembre de 2021
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02/09/2021 – ¡Cuántas veces las personas se alejan de Dios porque creen que lo han comprendido, que lo conocen, que saben cómo es él! ¡Y cómo se equivocan! Sólo se están alejando de un fantasma, de un invento de su mente y de su imaginación. Pero Dios no es eso. El Señor mismo dice: “En esta vida nadie puede ver mi rostro” (Ex 33, 20.23). Sólo después de la muerte “lo veremos cara a cara” (1 Cor 13, 12). Santo Tomás de Aquino enseñaba que en esta vida en el fondo “de Dios no podemos saber lo que él es”,   ni siquiera “mediante la revelación” (ST I, 12, 13). Sólo conocemos sus efectos, y a través de ellos y de lo que nos dice su Palabra, podemos afirmar algunas pocas cosas de él. Eso nos ayuda a no dejarnos confundir por los pensamientos torcidos de nuestra mente y por nuestros sentimientos confusos, y reaccionar diciendo: “¡No Señor! Tú no eres eso, Tú eres mucho más que eso. Te alabo Señor, que estás infinitamente por encima de mi mente y de mi imaginación. Adorado seas”. Él es diferente de todo, no se lo puede identificar con nada de este mundo. Cualquier cosa bella que veamos o pensemos, no se le puede comparar. Él siempre será diferente porque es superior a todo y lo trasciende todo.

La vía de la eminencia. Y si podemos decir algo de Dios, que es bueno, que es hermoso, que es fuerte, al mismo tiempo tenemos que decir que no es bueno como las cosas buenas de este mundo sino infinitamente mejor, no es bello como algo de este mundo sino infinitamente más bello, no es fuerte como las cosas fuertes de este mundo sino de una manera diferente que con nada se puede comparar. Con más razón no nos conviene dejarnos llevar por nuestra imaginación porque seguramente eso que imaginamos tiene poco que ver con Dios. Y si ocurre que imaginamos o pensamos algo de Dios y eso nos produce tristeza, inquietud o falta de paz,  es precisamente porque eso que imaginamos no es Dios, es diferente, es mucho más que eso. Un teólogo explicaba que cuando queremos pensar en Dios o hablar de él, nos pasa como a alguien que está nadando en el océano inmenso. Porque “el nadador, para mantenerse flotando sobre las olas y avanzar en el océano, tiene que rechazar en cada brazada una nueva ola”. Así nosotros, cuando pensamos en Dios, descartamos continuamente cada idea y cada imagen que se presenta en nuestro interior, sabiendo que ellas nos van llevando, “pero que detenerse sería hundirse”.

Si bien Dios creó cada cosa, y por eso en cada una hay algún tenue reflejo de Dios, ese reflejo es tan pálido que si nos quedamos en él terminamos engañándonos y concibiendo un falso dios. Por eso, si gozamos de algo que nos cautiva, y a partir de eso nos elevamos a adorar a Dios, inmediatamente tenemos que pensar que Dios es infinitamente más, porque es el único Dios. Esto no debería entristecernos sino consolarnos, porque sabemos que tarde o temprano cualquier cosa de este mundo nos desilusiona, nos cansa, nos aburre, pero eso nunca podría ocurrir con Dios, el único Absoluto. Para san Buenaventura sólo tenemos razonamientos, deducciones, imágenes y símbolos, pero para conocerlo de verdad hace falta que nos unamos a él por él amor: “Es necesario que se dejen todas las operaciones intelectuales y que la punta del afecto se traslade toda hacia Dios”.